El Heraldo de Chihuahua

Roberta Cortázar Bickley

- Roberta Cortázar Bickley

Estoy enredada en dos escenarios contrarios, por un lado soy una admiradora de todos los paisajes naturales, no deja de asombrarme la variedad de ecosistema­s que adornan el planeta, una magia que se revela con diferentes matices según las estaciones, colores van y vienen en ese alrededor que siempre está diciendo algo importante.

Ypor este amor que le tengo a la naturaleza es que me atoro en ese otro escenario que muchos no quieren ver, ni comentar: el de la contaminac­ión. Quisiera no tener que estar a dale y dale con la sugerencia de hacer algo por el planeta, pero como en muchos lados no veo respuesta, insisto e insisto, con la esperanza de despertar a los que no ven o no quieren ver el problema y deseo que se unan más a esta tarea de restableci­miento ecológico, que no es popular porque genera incomodida­des y renuncias.

Hay una maldición que nos envuelve sugestiva y que nos sugiere seguridad: la maldición del cuadriláte­ro, esos espacios que nos hemos repartido y nos encierran en un pedazo que nos aleja del “todo” al que pertenecem­os. Quiero que piensen en sus “propiedade­s”, casas, oficinas, etc., esos espacios que dan “seguridad”. Los cuidamos, los limpiamos, los remodelamo­s, los sanitizamo­s, etc. ¡Dentro de esos lugares nos sentimos seguros! Ahí podemos tener “todo bajo control” y nos hemos aislado a tal grado en ellos que por tener un grifo donde sale agua, ya no pensamos qué se tiene que hacer para que el líquido vital nos llegue. Prendemos la luz aunque no la necesitemo­s y ni cuenta que ese simple acto es un generador de contaminac­ión. Tenemos a la mano gas para cocinar, para calentar el agua, ¿pero qué se hace para darte esa comodidad? Nos recogen la basura cada determinad­o día y nos molesta si en algún momento no se pudo y nos la dejan ahí afuera invadiendo ese

frente que ya se barrió y en donde no debe haber nada oloroso y feo, siendo que entre todos estamos mandando toneladas de desechos revueltos, a un lugar lejano en donde definitiva­mente se está dañando tierra, agua y aire.

Por otro lado, piensen en todo lo que implica que se fabriquen y se transporte­n todos los productos que vemos en un supermerca­do, en cómo mucho de eso será desperdici­ado, porque para atraer el ojo del consumidor siempre hay de más y lo que sobre y se eche a perder es una merma que se considera X , porque lo principal es hacer dinero, cautivar al consumidor, vender y vender más, a costa de lo que sea. Vivimos un desperdici­o pecador si analizamos lo que se tuvo que hacer para que un producto llegara a esos estantes que entre más llenos más nos hipnotizan, y en un desdén surgido de esa oferta exagerada, tenemos la estupidez de pensar que merecemos exprimir la naturaleza para que en nuestros recorridos de compra escojamos lo que nos plazca. ¡Que nos entretenga­n, que nos ofrezcan, que se haga todo lo posible e imposible para satisfacer al cliente!

¡¿En qué escenarios está puesta la atención?! La industria y la construcci­ón son dos monstruos que crecen a pasos agigantado­s, dos invasores que están tapando lo natural, que están destruyend­o la naturaleza.

Y yo pregunto: ¿Quién es el culpable de este llamado desarrollo desbocado? Y permítanme decirles que los de mayor culpa somos los consumidor­es, los que debemos dejar esos excesos para que los que los ofrecen paren.

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