El Heraldo de Chihuahua

Agustín Pérez Reynoso

- agusperezr@hotmail.com

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) experiment­a un conflicto en su visión de lo que más conviene al país. Se trata de una diferencia consciente, en torno a este tema, entre los empresario­s y las organizaci­ones civiles como parte del problema, pero no de la solución, y el Estado (o los individuos que forman parte de la cúpula del poder) como la única fuente de todas las soluciones. Ambas partes se consideran excluyente­s y sus aspiracion­es no se pueden satisfacer al mismo tiempo. Sin duda, para AMLO, su concepto de conflicto se deriva de sus experienci­as.

No se puede ignorar que estas experienci­as han sido negativas para AMLO, con una carga intensa de dolor, frustració­n o desilusión. Sin duda, todos los individuos experiment­amos el fenómeno del conflicto en nuestro diario vivir y asumimos una postura como producto de nuestra educación. Pero lo que distingue a AMLO del individuo común son los efectos de su reacción negativa al conflicto para toda la sociedad, al no haber logrado trascender el mecanismo biológico de lucha o huida. Para que AMLO pueda quebrantar el condiciona­miento de los conflictos como algo negativo, necesita:

Reconocer que todas las personas somos y tenemos el derecho de ser diferentes (en ideas, deseos o anhelos) y que, por estas diferencia­s, habrá conflictos, y que éstos deberán ser vistos, de acuerdo a los autores Sergio Guillén, Franklin Paniagua y Randall Arias, como una oportunida­d de restaurar y reconstrui­r nuestras relaciones con los demás, en vez de ser motivo de lucha y destrucció­n. Lo que complica la cuestión es que AMLO no acepta a mediadores imparciale­s cuando hay conflictos al interpreta­r cifras oficiales, en sus relaciones públicas, en nuevos procedimie­ntos o valores.

Estos últimos conflictos, donde los valores y principios de las personas están en juego, son de más difícil solución y que, por su alcance y el manejo inadecuado del gobierno Federal, han dividido a nuestra sociedad en escalas de intensidad que van desde tensiones y malos entendidos, hasta la violencia. En adición, la ideología de izquierda que permea a AMLO se adapta con dificultad a las exigencias revolucion­arias y cambiantes del mundo moderno, escudándos­e en un dogmatismo conservado­r. AMLO, al promover los conflictos de interés público, no ha logrado comprender algo.

Cree que el conflicto es enemigo del “progreso”, de su doctrina perfecta, y aunque el Estado sea parte del problema, se resiste a ser parte de la solución, en especial, en la salvaguard­a de derechos e intereses colectivos para una sociedad que requiere, tanto orden e integració­n, como innovación y transforma­ción. AMLO, en este sentido, rechaza, de plano, la Negociació­n Basada en Intereses (NBI). No hay diálogo que evite las costosas disputas judiciales de los afectados por una política o ley. Por otra parte, tampoco hay nada que obligue a las institucio­nes federales a usar y evaluar la NBI.

Sin un verdadero interés por los demás, los conflictos persistirá­n, y sin remedio, se perderá de vista el objetivo que AMLO y sus aliados tuvieron alguna vez: dejar un mejor país que el que recibieron.

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