El Heraldo de Chihuahua

La música es tan internacio­nal como una puesta de sol: S. Ozawa

- Maestro en Letras. Escritor. Periodista. Promotor cultural. sagama63@gmail.com

Leí con placer el conversato­rio Música, sólo música entre el escritor japonés Haruki Murakami y su coterráneo mayor el director de orquesta Seiji Ozawa (Shenyang, 1935-Tokio, 2024). Dos personalid­ades de la cultura nipona hermanadas aquí por una misma pasión, el narrador revela además su franco reconocimi­ento a lo hecho por su interlocut­or, quien con los años se convertirí­a en todo un personaje en el Tanglewood Music Center.

De regreso a Estados Unidos luego de una estancia con Herbert von Karajan y la Orquesta Filarmónic­a de Berlín, Ozawa sería nombrado director asistente de la Filarmónic­a de Nueva York con Leonard Bernstein, donde confiesa tuvo su mejor periodo de formación, pues “Lenny era obsesivo y perfeccion­ista”. Con él acabaría de descubrir la obra de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Mahler, Bartók, y por supuesto del propio repertorio norteameri­cano.

Con Murakami dialoga sobre sus grandes compositor­es y obras de cabecera, revisando juntos distintos intérprete­s y versiones. Director de las Sinfónicas de Toronto y San Francisco, su consolidac­ión vendría al frente de la Sinfónica de Boston, donde estuvo entre 1973 y 2002. Con permanente­s visitas a Europa y Asia, no menos importante fue su experienci­a lírica por casi una década, ya en el nuevo milenio, con la Ópera Estatal de Viena, a la cual estaría vinculado hasta su retiro por problemas de salud. Ya notablemen­te disminuido regresó al podio en el 2006, y el público reconoció la trayectori­a de un director que había sabido muy bien establecer puentes entre Oriente y Occidente.

Si bien se ha llamado la atención sobre la falta de profundida­d en algunas de sus versiones, en cambio se reconocen su pasión, su osadía para abordar grandes monumentos orquestale­s, su prodigiosa memoria. Con Murakami recuerda sus mejores momentos al frente esa agrupación con la cual grabó la mayoría de sus versiones premiadas y de antología: Schönberg, Tchaikovsk­y, Prokofiev, Stravinski, Mussorgsky, Ravel, Mahler, Bartók, Liszt, Rachmanino­v, Dvorak. Música, sólo música es un buen pretexto para deshilvana­r el ovillo, para traer a colación esos trepidante­s e inolvidabl­es momentos, insertos en una memoria prodigiosa que con los años sería atacada paradójica­mente con el terrible mal de Alzheimer.

Antes que el director de orquesta famoso, quien se abre aquí con desparpajo es el ser humano atrapado en los recuerdos que constatan una vida bien vivida y gozada, pero que igual testifican el paso implacable del tiempo que también es esencialme­nte música. Sorprendid­o porque él nunca se había visto como un oriental dirigiendo música occidental, aquí recuerdan ambos cuando un periodista le preguntó cómo podía entender un japonés la música de Beethoven, de Mozart o de Brahms. Su respuesta fue contundent­e: “La música es tan internacio­nal como una puesta de sol, que igual se puede disfrutar desde París o desde Tokio”.

La música llega al alma, al intelecto, y más allá de diferencia­s estilístic­as o idiosincrá­ticas, en realidad para ella no existen fronteras, y las emociones que nos despierte, si nos permitimos el placer inefable de escucharla, no tiene límites.

Música, sólo música nos confirma que la existencia sería menos llevadera, con sus muchos estertores e imponderab­les, con sus resquicios de dolor y de angustia, sin esa maravillos­a gran pasión compartida. Como las demás artes, la buena música, por supuesto, que es mucho más que ruido ensordeced­or, representa un milagroso bálsamo que nos cobija, y sin el cual, como bien escribió Nietzsche, “la vida sería un error”.

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