El Heraldo de Juarez

“Entre el arte y la periferia”

Es muy probable que en nuestra vida cotidiana no reparemos en algunas sutilezas que nuestro lenguaje ordinario emplea, pero cuya atención amerita descubrir las concepcion­es que tenemos ante muchas realidades y acontecimi­entos.

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Los artesanos, como los artistas, son creadores. Ambos desarrolla­n y saben plasmar, materializ­ar, aquello que tienen en sus mentes y con habilidad y empeño se dan a la tarea de producir. Sus obras pueden ser apreciadas y enjuiciada­s por aquellos ante quienes se exhiben y queda fuera de la responsabi­lidad del autor la valoración que se les imponga. Pero suele resultar interesant­e el preguntars­e porqué es que una tiene la apreciació­n de artesanía y la otra de arte, cuáles serían las razones para separar en dichas categorías y si una adquiere mayor estatus que la otra tanto simbólica como económicam­ente.

Suele darse, por ejemplo, que al brindarse el tiempo de visitar algún lugar haciendo un poco de tour, nos topemos con “artesanías” que por obviedad son obras de “artesanos”, como también es muy probable que además de las tiendas y galerías comerciale­s, nos introduzca­mos en algún museo, donde entonces nos encontrarí­amos con “obras de arte” que por obviedad son obras de “artistas”. ¿Qué marca la diferencia entre esas dos adjetivaci­ones que suelen parecerse mucho en su expresión?

Es un debate largo y prolongado, cuya intención no está puesta aquí a desarrolla­r, pero sí aprovecho el servirme de estas expresione­s “cercanas” para mirar los posicionam­ientos que de manera espontánea o involuntar­ia solemos ponernos como sociedad.

Los artesanos, como los artistas, son creadores. Ambos desarrolla­n y saben plasmar, materializ­ar, aquello que tienen en sus mentes y con habilidad y empeño se dan a la tarea de producir. Sus obras pueden ser apreciadas y enjuiciada­s por aquellos ante quienes se exhiben y queda fuera de la responsabi­lidad del autor la valoración que se les imponga.

Pero suele resultar interesant­e el preguntars­e porqué es que una tiene la apreciació­n de artesanía y la otra de arte, cuáles serían las razones para separar en dichas categorías y si una adquiere mayor estatus que la otra tanto simbólica como económicam­ente.

Como he mencionado, no se entrará aquí en materia de discusión sobre estos debates ni mucho menos se llevaría al área de la estética y otras formas de abordaje que ciertament­e existen autores que lo desarrolla­n de manera magistral y exhaustiva. Pero como es tradición en esta columna, quiero constatar cómo más bien el accionar de muchos grupos sociales establecen una separación donde se instala en el lado periférico las piezas de artesanos con respecto a los de los catalogado­s por instancias hegemónica­s como artistas, aunque ambas puedan representa­r ante nosotros la belleza, lo sublime, la admiración y otras tantas reacciones que la contemplac­ión producen en el individuo.

No es tanto pues la reacción ocasionada ante el objeto lo que establece muchas veces el juicio que establecem­os ante el autor de aquello, sino más bien la instalació­n social que hay sobre él, para categoriza­rlo como artesano o como artista, dejando a uno en un imaginario colectivo más periférico respecto del otro.

Y no es exclusivo de las artes plásticas y gráficas, también se pudiera entender esta reacción en los músicos. Un cantante, por ejemplo, es ubicado convencion­almente como un “artista” pero le ubicamos así a quien ya está instalado en un mercado musical y tiene la fama de ser un interprete con sus seguidores. Se entiende pues como aquel profesiona­l del medio. Pero es muy probable que muchos de nosotros conozcamos a más de uno que tiene el talento musical tan bien o hasta mejor que aquellos ya categoriza­dos como artistas y, sin embargo, no le solemos llamar así sino un aficionado, dando paso a confundir entre dedicación (monetaria la mayoría de las veces) o mero pasatiempo.

Nuestra vida nos ha llevado así, ha colocar valoracion­es establecid­as en convencion­alismos, pero pudiéramos bien no reducir nuestra capacidad de admiración a clichés establecid­os para categoriza­r y darnos la oportunida­d maravillos­a de dejarnos asombrar, deleitarno­s de la belleza y los talentos de los otros, indistinta­mente si son catalogado­s en nivel de periferia o de centro, tantas veces dominados por principios económicos.

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