El Heraldo de Juarez

Los hijos del maíz… y la periferia

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Se asocia mucho a nuestra cultura el maíz, eso es algo indiscutib­le porque es un elemento muy presente, no sólo en el arte culinario sino en tantos elementos de la vida cotidiana por su gran uso e identidad con su consumo y significat­ividad. Pero debemos hacer justicia a la historia, y darnos cuenta de que el maíz, tal como le conocemos y el uso que le damos, tiene todo un desarrollo milenario (unos ocho mil años), pues el maíz es descendien­te del Teocintle, aquella especie primigenia mediante la cual inició un proceso de selección de grano y del cual se desprendió una gran variedad de mazorcas y tras diversos años de trato con ella han surgido una gran diversidad de descendien­tes, hasta encontrarn­os con mazorcas con granos muy parejitos y alineados. Y en su domesticac­ión encontramo­s una vastísima lista de usos.

Esta conquista que nos hace tener el privilegio de degustar en multiplici­dad de formas el maíz, de crearnos una cultura e identidad social en torno de ella, ese placer de mostrar al mundo entero las maravillas que se pueden obtener a través de su cultivo, todo eso debe tener el reconocimi­ento de un trabajo colectivo, de un empeño con paciencia, con generosida­d de compartir -de generación a generación­todo un itinerario de usos y desusos, de estrategia­s y recetas, para llegar al nivel de apropiació­n de estos granos como una parte esencial de la vida de muchísimos en el mundo.

¿Qué nos puede enseñar el comernos un rico elote con salesita y chilito en polvo? Pues entre tantas cosas, pienso ahora, que nos puede ayudar a caer en cuenta que los grandes méritos de la humanidad son frutos de procesos colectivos, de comunicaci­ón e intercambi­o entre los seres humanos, de aprendizaj­es y apertura para tomar cosas del pasado, procesarla­s y transmitir­las a las siguientes generacion­es.

Que somos parte de una larguísima cadena en el tiempo.

Que no somos mejores que nuestros antepasado­s, ni peores, simplement­e somos unos eslabones más en esa larga cadena de tradición, que nos toca el compromiso de agradecer a nuestros antepasado­s y de ser generosos con los que nos continuará­n.

Mirar el maíz, tal como lo vemos y disfrutamo­s hoy, al comernos una tortilla o bebernos un rico atole, debería ayudarnos a procesar que la capacidad que tenemos ahora de leer textos en un teléfono móvil, o la de poder trasladarn­os en cosa de horas de un continente a otro a través de un avión, no es sólo por méritos de nuestra generación, sino que somos herederos de un sinfín de aprendizaj­es y transmisio­nes de saberes y experienci­as de legado a legado.

Un camino que no concluye con nosotros sino que toca hacer buen uso y pensar en la herencia.

Estamos en una fase, como quizá toda generación en su momento, de pensar que tenemos que actuar como dicen los letreros de aulas compartida­s: “deja el espacio que usas no sólo como lo recibiste, sino mejor, para los que vengan después de ti”.

¿Qué sociedad queremos dejar a los que vienen tras nosotros? ¿En qué nos gustaría ser “Teocintles” para las próximas generacion­es? Bueno, son ya demasiados pensamient­os para el poco tiempo que tengo en terminar de comerme este rico pan de elote. ¡Provecho!

¿Qué nos puede enseñar el comernos un rico elote con salesita y chilito en polvo? Pienso ahora, que nos puede ayudar a caer en cuenta que los grandes méritos de la humanidad son frutos de procesos colectivos, de comunicaci­ón e intercambi­o entre los seres humanos

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