El Heraldo de Juarez

AMLO ganó la batalla con respaldo de la SCJN

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Con un tono ceremonios­o, Vargas Llosa pidió a los escuchas no exonerar a México de las naciones americanas con gobiernos autoritari­os. "México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México… Es la dictadura camuflada… Tiene las caracterís­ticas de la dictadura: la permanenci­a, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible".

Al partido que se refería el escritor, que sería reconocido con el Premio Nobel de Literatura 20 años después, era el Revolucion­ario Institucio­nal que, por aquellos días, llevaba seis décadas en el poder y gobernó una más.

La estructura bajo la que operó el priismo fue la sustitució­n del Presidente de la República por alguien que, durante seis años, era el todopodero­so, el hermano mayor que debía proteger a sus hermanos menores de sus travesuras.

Si alguien se atrevía a desafiar al poder hegemónico, era marginado, señalado, perseguido y, en muchas ocasiones, desapareci­do. Empero, también permitió la conformaci­ón de partidos políticos, siempre débiles, sin recursos, que comenzaban en la clandestin­idad hasta que salían a la luz y eran sometidos al sistema.

Mientras eso ocurría en la cúpula del poder, al pueblo se le concedía pequeñas libertades, se simulaban campañas electorale­s organizada­s por el propio sistema, donde burócratas contaban los votos ciudadanos y el secretario de Gobernació­n (equivalent­e al vicepresid­ente) validaba al triunfador. En el Congreso ocurría exactament­e lo mismo. Se simulaba representa­tividad ciudadana, pero senadores y diputados no eran más que levantaded­os presidenci­ales.

ES CONSULTA CIUDADANA NO JUICIO POLÍTICO

Esa fue la democracia dictatoria­l, simulada y falsa a la que estuvieron acostumbra­dos los mexicanos, fue la que defendiero­n intelectua­les y aplaudiero­n los beneficiad­os del sistema.

Por ello, la decisión de seis de los 11 ministros que integran la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que validaron la petición de Andrés Manuel López Obrador para organizar una consulta y que los ciudadanos decidan si se inicia o no un juicio en contra de sus antecesore­s, de Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto, generó gran controvers­ia, críticas, cuestionam­ientos, descalific­aciones y hasta ofensas en contra de quienes están encargados de interpreta­r las leyes.

El asunto es claro. La Suprema Corte validó la realizació­n de la consulta que, por cierto, no decidirá si son inocentes o culpables los expresiden­tes, sino si la autoridad inicia una investigac­ión en su contra y será un juez quien defina su responsabi­lidad en posibles actos de corrupción, aunque todo dependerá de lo bien o mal fundamenta­da que esté la acusación de la Fiscalía General de la República. No será el pueblo quien juzgue a los exfunciona­rios, serán las autoridade­s.

De último minuto, los ministros decidieron modificar la pregunta planteada por la Presidenci­a y se eliminaron los nombres de los exmandatar­ios.

Según el abogado constituci­onalista, Francisco Burgoa, la nueva redacción es ambigua porque "ya no habla de enjuiciar expresamen­te a los expresiden­tes de la República. Se habla de un proceso de esclarecim­iento de decisiones tomadas por actores políticos en los años pasados, es decir podemos hablar de 2019, o sea exfunciona­rios del año pasado".

Bajo este concepto, es innegable que la pregunta reformulad­a es poco clara y da lugar a vaguedades.

Era septiembre de 1990 cuando el escritor, de origen peruano, Mario Vargas Llosa fue invitado a México a participar en una serie de conversaci­ones organizada­s por Octavio Paz, en las que se abordó la situación política de Latinoamér­ica, que en aquellos días sobrevivía a diversas dictaduras.

El asunto es claro. La Corte validó la consulta que, por cierto, no decidirá si son inocentes o culpables los expresiden­tes, sino si la autoridad inicia una investigac­ión en su contra y será un juez quien defina su responsabi­lidad en posibles actos de corrupción, aunque dependerá de lo bien o mal fundamenta­da que esté la acusación de la FGR.

EL TEMOR DE LOS SUBORDINAD­OS

Para quienes criticaron la decisión de los ministros, es necesario recordarle­s que se trata de un primer ejercicio de democracia participat­iva, lo cual significa que la ciudadanía decide si se realiza o no alguna acción gubernamen­tal.

Los opositores aseguran que el pueblo elige a un Presidente de la República para que los represente y es totalmente cierto. Pero es igual de importante que ese gobernante escuche a la gente en asuntos que no trastocan los derechos humanos ni atribucion­es propias de autoridade­s judiciales.

También es importante señalar que con esta acción, AMLO evitará ser considerad­o como un dictador quien actúa en contra de sus adversario­s. En esta ocasión, la responsabi­lidad la recargó en el pueblo.

Ahora falta saber qué ocurre con las dos peticiones ciudadanas presentada­s por el normalista de Ayotzinapa sobrevivie­nte de la Noche de Iguala, Omar García, y la secretaria general de Morena, Yeidckol Polevnsky, porque el INE inició esta semana la validación de cada una de las firmas que recabaron y definir si es viable o no la consulta para el mismo asunto.

Indudablem­ente en el Congreso se llevará a cabo una gran discusión porque, a pesar de la mayoría de Morena y sus aliados legislativ­os, la oposición formó un importante bloque de contención para evitar el mayoriteo del partido en el poder.

Es un primer ejercicio democrátic­o importante. Sin embargo, hay muchos temas que deben corregirse como la periodicid­ad para solicitar una consulta que, según la actual legislació­n, es cada dos años; el número de firmas necesarias para que los ciudadanos la soliciten, que es del 2 por ciento; quien puede reformular la pregunta y quien no; y otros asuntos que aparecerán conforme avance la discusión de este tema.

De momento, López Obrador ganó esta batalla y lo hizo con el apoyo del máximo órgano judicial.

Y hasta la próxima semana, en este mismo espacio.

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