“... Del mar, los vieron llegar...”
luchas sangrientas, la pérdida de vidas indígenas por millares como también el nacimiento de un mestizaje que hoy caracteriza a los pueblos latinoamericanos: la reunión de las dos culturas resultó en hombres y mujeres que mantuvieron las de origen, pero ya fusionadas unas y otras. El entuerto fue doloroso.
Pueblos originarios resistieron y fueron marginados: hoy es vigente el indigenismo mexicano, descendiente de aquellos habitantes originales; los que no se doblegaron y que no entregaron ni su cultura ni su lengua ni sus costumbres, y por lo mismo, enaltecen su pasado y su presente.
Y eso: después de 528 años todavía no se digiere la jalea y se debate qué significado tiene lo ocurrido: ¿Genocidio, abusos criminales, violación a los derechos de los indígenas, sometimiento, esclavismo, saqueo, apropiación de tierras, aguas, minas, espacios propicios? Sí, los hubo. Como los había antes, también, entre culturas indígenas en periodos de expansión y sometimiento.
José Vasconcelos fue quien en 1925 nombró al 12 de octubre de cada año como el Día de la Raza (V. “La raza cósmica”), para enaltecer los valores de las culturas de origen; para reconocer su presencia permanente y consolidada en sus valores mucho antes de la llegada española.
¿Fue un “descubrimiento de América”? Para muchos estudiosos no es así: decir “descubrimiento” es priorizar la llegada de los españoles y anular la existencia de esas culturas ancestrales y sus valores. Por tanto, no se descubrió: ambos se descubrieron... O:
Fue un “Encuentro de dos mundos”, escrituró don Miguel León Portilla: Dos culturas que luego en su sincretismo conformarían el mestizaje; dos culturas distintas que se encontraron, también en el sentido de la confrontación.
Todo ocurrió entonces aquí, en este mismo espacio en el que vivimos y en el que, a pesar de todo fue lo que fue. Sí, hay que interpretarlo y entenderlo en sus propios términos para volver a Herodoto: “Quienes no recuerdan su pasado, están condenados irremediablemente a repetirlo”:
“Oír ¡señores nuestros! No hagáis algo a vuestro pueblo que le acarree la desgracia que lo haga perecer, déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que nuestros dioses han muerto.”