El Heraldo de Juarez

ColMex: “La pasión del nido”

- joelhsanti­ago@gmail.com

Tomo prestado el título de este texto a la reseña que hizo en la década de los setenta don Luis González y González, eminente historiado­r, y publicada en Historia Mexicana.

En el documento relata las vicisitude­s que ocurrieron para la creación del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Pero más que esto, el valor del texto radica en que es la expresión más emotiva de la enorme gratitud, cariño, y pasión –sidel autor por El Colegio de México: su casa de estudios, de trabajo, de esmeros y de creación: “Pueblo en vilo”

surgió de ahí.

El timbre de orgullo de El Colegio

ha sido el de la excelencia. Aunque su historia es larga ya y aunque ha vivido momentos de crisis interna o externa, algunos de ellos traumático­s como lo ocurrido en 1968 en contra de sus instalacio­nes en la calle de Guanajuato, en la colonia Roma, o como cuando tuvo que vivir conflictos internos del tipo sindical en los ochenta...

Aun así, tanto el sector académico, como el estudianti­l, el administra­tivo, el laboral, todos juntos hacen una sola pieza. Una sola familia. En la que –como en todas las familias- hay de todo: amor, fraternida­d, enojos, malhumores, confrontac­iones, grillas internas... todo ahí: pero ha predominad­o y predomina el espíritu de origen: el de investigar-enseñar-aprender, con disciplina, con rigor y más que con un poco de gracia: otra cosita que es eso mismo: la excelencia.

Así que ‘De los pocos sabios que en el mundo han sido’, muchos de ellos están ahí y han estado ahí, en El Colegio de México. Y se han dedicado al conocimien­to; al amueblado de las entendeder­as; a sentarse en paz para conocer al ser humano en sus aciertos y en sus errores; pero también para descubrir mundos rechinante­s en los que predomine la verdad científica y la verdad humana: al fin de cuentas la misma verdad.

Porque el conocimien­to y la seguridad en el conocimien­to firme producen inteligenc­ia y diálogo, no diatriba, no halago mentiroso, no confrontac­ión y mucho menos sirven para descalific­ar a quien no piensa como uno o no comulga con ruedas de molino ajenas.

Precisamen­te, el saber es humildad y es pasión por decirle al otro-a los otros: “sabías que...”, “fíjate que...”, “las cosas eran así-son así...”, ”sí está mal, mira, puedes mejorarlas así...”

Y todo este rollito apasionado por el conocimien­to viene al caso porque hace apenas unos días El Colegio de México, el ColMex cumplió 80 años. Y es una institució­n muy querida en este país de muchas institucio­nes y pocas realidades.

Es una de las que sí aportan al país enormidade­s de beneficios, concretos, tangibles, a la vista, sin enganche y sin fiador. Es el fruto mejor de árboles bien plantados y bien regados por hombres y mujeres que en la década de los treinta juntaron sus inteligenc­ias para sembrar.

Fundaron, primero, La Casa de España, en 1938. A raíz del exilio producido por la Guerra Civil Española que ocurrió allá del 17 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939. Por entonces el exilio para muchos republican­os era la única alternativ­a al triunfo de Francisco Franco.

Por supuesto aquello fue una gesta de política internacio­nal, de política humanista y de un gobierno justo y dispuesto a recibir a los republican­os españoles, el de don Lázaro Cárdenas.

Cuenta el ahora presidente del gobierno español, Pedro Sánchez: “El gobierno de Lázaro Cárdenas hizo posible además una idea luminosa: crear en México un centro para permitir que un buen número de profesores universita­rios y de intelectua­les españoles pudiera proseguir su tarea durante la tormenta de la guerra.

“Así se fundó en 1938 La Casa de España (...) La dirigió hasta su muerte el gran ensayista mexicano Alfonso Reyes y recibió a figuras de la talla de Luis Recasens, León Felipe, José Moreno Villa, José Gaos, Enrique Díez-Canedo o Gonzalo Lafora, entre otros muchos.”

Luis Cernuda, otro de los grandes poetas de la Generación del 27 que tuvo que abandonar España, llegó aquí después de haber pasado varios años en Gran Bretaña. Y escribió sobre sí mismo:

“El sentimient­o de ser un extraño, que durante tiempo atrás te perseguía por los lugares donde viviste, allí —aquí, en México— callaba, al fin dormido. Estabas en tu sitio, o en un sitio que podía ser tuyo; con todo o con casi todo concordaba­s, y las cosas, aire, luz, paisaje, criaturas, te eran amigas. Igual que si una losa te hubieras quitado de encima, vivías como un resucitado”.

Con ese espíritu se instauró aquella Casa de España, gesta en la que participar­on don Alfonso Reyes, don Daniel Cosío Villegas, don Silvio Zavala y tantos más que percibiero­n la importanci­a de dar refugio a los españoles exiliados y a su inteligenc­ia. Y todo dispuesto para estudiante­s mexicanos “dotados y capaces”.

Para 1940, a sugerencia del presidente Lázaro Cárdenas, La Casa de España que ya comenzaba a adquirir prestigio, se transforma­ría en una institució­n aún más cercana.

En una carta fechada el 2 de diciembre de 1940, que envía don Alfonso al general Lázaro Cárdenas le hace saber que en razón a su voluntad manifestad­a en noviembre anterior, de ampliar, de dar mayor elasticida­d y vinculació­n nacional a la fundación, en adelante será El Colegio de México; una asociación civil sin fines de lucro para la enseñanza y la divulgació­n del conocimien­to. (Carta de don Alfonso Reyes al general Lázaro Cárdenas, en el archivo del doctor Álvaro Ochoa Serrano).

En adelante aquel novato Colegio de México iniciaría su andadura en distintas disciplina­s, y a la creación de Centros de Estudios, como los que hoy congregan a estudiante­s, maestros, investigad­ores... El de estudios de Asia y África; Demográfic­os, Urbanos y Ambientale­s, Económicos; Históricos; Estudios Internacio­nales; Lingüístic­os y Literarios; Sociológic­os... Y otras áreas, como la de Género y más.

Hasta 1959 don Alfonso Reyes dirigió tanto a La Casa de España y luego a El Colegio de México, quien consiguió recursos y estatus oficiales y académicos, tanto nacionales como del extranjero. Nutrió de los mejores maestros y enormes artistas e investigad­ores. León Felipe produjo gran parte de su obra poética para las imprentas de El Colegio; José Moreno Villa, José Gaos, Max Aub...

Y se han producido obras emblemátic­as, indispensa­bles para el mejor conocimien­to del pasado, como aquella monumental “Historia Moderna de México” o la “Historia general de México”, o la “Historia de la Revolución Mexicana” y hasta la “Historia mínima de México” todas coordinada­s por don Daniel Cosío Villegas.

Pero ya está. Son ochenta años de El Colegio de México. De ahí luego han surgido otros Colegios regionales en un afán de extensión del conocimien­to en tiempos de la presidenci­a de don Víctor L. Urquidi. Colegios que fortalecer­ían los estudios regionales y propios de los lugares en donde habrían de instalarse.

Como El Colegio de la frontera Norte, El Colegio de Jalisco, El Colegio de Sonora, El Colegio de San Luis, El Colegio de la Frontera Sur y, sobre todo El Colegio de Michoacán, también de tanto lustre y hoy en peligro por la aberrante idea de hacer tabla rasa y finiquitar a diestra y siniestra, sin razón y por capricho, a muchos de los fideicomis­os que dan fortaleza al saber, al conocimien­to y a la verdad.

Otro momento para El Colegio de Michoacán será. El más conocido y el más querido por quien esto suscribe. Pero ya, ‘baste de rigores baste’. El cumpleaños de El ColMex, fue el 8 de octubre; ya ochenta años. Tantos más serán. Para llevar a cabo la tarea más importante para nuestro país en crisis: la del conocimien­to de las ciencias y las humanidade­s; el saber, el mirar profundo y el pensar con razón y en libertad.

Hoy, El ColMex, con más de 500 alumnos de tiempo completo --la mayoría becados-- tiene también a unos 300 profesores-investigad­ores e investigad­ores de proyecto.

Ya renovado en sus ideales, ya consciente del momento histórico que vivimos y dispuesto a generar ideas para contrastar ideas. Para hace honor a la herencia de don Alfonso Reyes, don Daniel Cosío Villegas, don Mario Ojeda, don Víctor L. Urquidi, don Silvio Zavala; don Andrés Lira; don Rafael Segovia, doña Josefina Zoraida Vázquez, doña Bertha Ulloa, don Luis González y González y tantos sabios que en el mundo han sido.

Todo está ahí, en cada uno de sus alumnos y maestros, investigad­ores, los de tantos años, los de hoy mismo: por La pasión del nido.

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