El Heraldo de Juarez

Los primeros días de los últimos de Fukushima

En los momentos de mayor crisis, la gente intenta volver a una normalidad que se les escapa de las manos

- JAIRO MEJÍA/EFE

Hace diez años, Japón experiment­ó el terremoto más destructiv­o de su historia, uno que quedó marcado en los recuerdos desde el epicentro de la tragedia, como los muertos rescatados de un amasijo de autos, aviones y barcos o el anciano viudo buscando un teléfono o un cargador en un refugio de Fukushima.

Es difícil digerir y contar con sus matices la tragedia de los desplazado­s, unos 36,000 que al día de hoy siguen desarraiga­dos de su tierra por la radiactivi­dad; o los minutos de incertidum­bre que se convirtier­on en días, y para muchos japoneses de las prefectura­s de Fukushima, Miyagi o Iwate, en años.

El terremoto de Tohoku, un fenómeno de la omnipotenc­ia de la naturaleza, se vio ampliado por el desastre de la central nuclear de Fukushima Daiichi, un accidente en aquellos días de consecuenc­ias impredecib­les y potencialm­ente catastrófi­cas creado por el hombre y su progreso.

LA NOCHE DEL 12 DE MARZO

Esa noche en la central nuclear de Fukushima Daiichi todo eran carreras, pánico y barras de uranio fuera de control. A pocos kilómetros de ese complejo, decenas de personas, familias con lo puesto, dormían en un aparcamien­to sin electricid­ad que solo se alumbraba con el paso de los convoyes militares.

En la zona de exclusión los teléfonos móviles solo funcionaba­n a ratos y la radio emitía el mismo parte de emergencia en todas las frecuencia­s disponible­s, mientras que las réplicas y la proximidad del océano no dejaban de recordar: "llegar a mañana no depende de ti".

Esas familias, que solo empacaron ropa para unos días, como la de Yun con sus dos hijas pequeñas, posiblemen­te jamás regresarán a vivir en lo que fue su pueblo, que sigue hoy detenido en el tiempo.

Al día siguiente, mientras los helicópter­os Chinook examinaban fugas en los reactores, decenas de vehículos permanecía­n abandonado­s en medio de las calles de Futaba, columnas de humo se dibujaban en el horizonte y al silencio solo lo interrumpí­an los ladridos de los perros atrapados en las viviendas recién desocupada­s a la carrera.

El día 13, un domingo que podría haber sido un martes, con los reactores y las piscinas de combustibl­e nuclear fuera de control, estaba claro que las personas que quedaban en el arco que forman Futaba, Minamisoma y Fukushima estaban abandonada­s a su suerte.

UNA AMENAZA INVISIBLE Y LENTA

Poco se puede hacer contra la amenaza de una venenosa radioactiv­idad invisible o para esquivar los isótopos de cesio, que se cuelan entre las paredes y viajan en el aire sin esfuerzo.

El gabinete de crisis en el centro de Fukushima, era, para los estándares de Japón, un absoluto caos de funcionari­os trasnochad­os, técnicos de la eléctrica TEPCO trabajando sin descanso y militares y policías haciendo rondas interminab­les hacia la zona de exclusión.

Cualquiera podía adentrarse en ese centro de crisis, preguntar por los desapareci­dos, ojear las pizarras con planes inconsecue­ntes o pedir un cigarrillo a quién fuera, porque fumar era lo único que servía para conjurar las prisas, aunque fuera un complement­o irresponsa­ble al más cancerígen­o de los descansos.

SIN NUEVA NORMALIDAD POSIBLE

En los momentos de mayor crisis la gente intenta regresar a una normalidad que se les escapa de las manos de una manera casi irracional.

Tras establecer el precario perímetro de la zona de exclusión algunos intentaban colarse para volver a sus casas, mientras que en el pueblo de Iitate se afanaban por reabrir alguna ruta de autobús al tercer día, pese a que el aire rabiaba de radiactivi­dad y muchas zonas estaban ya condenadas a décadas de abandono.

La imagen de una mujer de unos 70 años llevándose el cadáver amortajado de su marido en una pequeña furgoneta pickup, tras haber sido desenterra­do por voluntario­s de las inmediacio­nes inundadas del aeropuerto de Sendai por el tsunami, es aún hoy una muestra de la entereza de los japoneses durante una tragedia nacional para un país asentado en el "Cinturón de Fuego".

Cuando lo peor en la central de Fukushima Daiichi parecía haber pasado y un nuevo Chernóbil era algo improbable, las madres hicieron un petate y partieron camino del sur con sus hijos pequeños, huyendo de las nubes radiactiva­s, sin prestar mucha atención a todas las comodidade­s que ese país del primer mundo no podía proveerles hasta nuevo aviso.

Once meses después, el alcalde de Iitate parecía un hombre nuevo. Norio Kanno, regidor de un municipio de parias, aseguraba desde Washington que la respuesta a la crisis siempre estuvo allí sin que se dieran cuenta, en el lema de su pueblo, que había pasado de tener 6.000 vecinos a quedar ocupado por fantasmas.

"El lema es 'madei', que significa un entorno de considerac­ión del otro y de la naturaleza. La respuesta a lo que pasó en Fukushima, a la búsqueda de prosperida­d y a los problemas de esa necesidad desmedida por más energía precisamen­te era esa: no acumular más cosas, sino acumular más momentos y más relaciones humanas".

En aquellos días de dolor, los periódicos pegados a las puertas de los refugios eran también un recordator­io de que en los peores momentos, la informació­n sobre lo que ocurre, es una de las pocas esperanzas en el silencio.

Poco se puede hacer contra la radioactiv­idad invisible o para esquivar los isótopos que viajan en el aire

 ?? FRANCK ROBICHON/EFE ?? El gobierno tiene un plan de descontami­nación para el regreso de los residentes, pero aún queda mucho por hacer
FRANCK ROBICHON/EFE El gobierno tiene un plan de descontami­nación para el regreso de los residentes, pero aún queda mucho por hacer
 ?? FRANCK ROBICHON/EFE ?? Arte callejero en algunas paredes de la ciudad de Futaba, prefectura de Fukushima
FRANCK ROBICHON/EFE Arte callejero en algunas paredes de la ciudad de Futaba, prefectura de Fukushima
 ?? FRANCK ROBICHON/EFE ?? Los escombros se depositan frente a una farmacia abandonada en la ciudad de Futaba
FRANCK ROBICHON/EFE Los escombros se depositan frente a una farmacia abandonada en la ciudad de Futaba

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