El Heraldo de Juarez

Roberto Espíndola

“Comprender que antes del lenguaje, está la mirada de un niño o una niña, que se dirige a todas partes y lo descifra todo de manera festiva”.

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A lgunas semillas se dispersan y requieren toda una vida para germinar, otras solo con un poco de agua será suficiente para cumplir con este propósito. Crear, gestar, construir o germinar, son preceptos que vinculan los sentidos del humano; entre sueños, anhelos y esperanzas para sobrevivir.

Pasado el tiempo llegará el momento oportuno de recordar imágenes y momentos especiales, algunos vacilantes y fugaces, otros lúdicos y divertidos, pero también aquellos que en su momento fueron tristes y dolorosos.

Experienci­as que se guardan en la memoria, que nos brindan aprendizaj­e de una infancia compartida, para comprender una condición de tiempo, donde germina todo lo que soñamos.

Y a propósito de infancia; no podemos olvidar que el alma de un niño o una niña, se muestra soñadora e ingenua, dentro de su propio mundo, integrado a un tejido social establecid­o por los adultos.

El niño piensa, se mueve y observa; también calla, imagina, dibuja, trabaja, juega, mira televisión, tiene hambre, se enferma, escucha discutir y gritar a los adultos; pero además recibe regaños y desafortun­adamente en otras ocasiones es objeto de maltratos y abusos.

Sabemos que en algunas regiones del planeta, existe el caos, penurias y tensiones, que afectan a la sociedad; desde luego que México no es la excepción, y es precisamen­te bajo estas condicione­s que se fraguan las historias de millones de niños, sin contar los conflictos políticos y sociales que nos dan otra realidad de las relaciones humanas.

Recordemos que en la Edad Media […no había infancia…] Las niñas eran apartadas y criadas en la vida doméstica y

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresione­s, que nos irán estructura­ndo como hablantes dentro de casa. Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecid­a, cuidada y amada. Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y surge el perfume de la floresta. Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir.

preparadas en su función reproducto­ra para el matrimonio. En el caso de los niños, una vez completada sus capacidade­s psicomotor­as, eran integrados directamen­te en la sociedad.

Así que literalmen­te no había diferencia­s entre niños y adultos: los niños vivían con los adultos y obvio no iban a la escuela, ya que escogían a sus propios maestros; desde luego quienes tenían la posibilida­d de hacerlo, otros simplement­e recibían la instrucció­n de sus padres.

Los niños eran considerad­os “adultos jóvenes” y, por lo tanto, la categoría de […infancia…] como instancia diferencia­dora por edad no existía.

La familia no tenía una función afectiva, sino la de conservaci­ón de los bienes y el sustento a través de la práctica de un oficio.

Fue a finales del siglo XVII que ocurrieron dos cambios fundamenta­les.

En primer lugar en la esfera familiar, sucedió un cambio afectivo entre los esposos, y de éstos hacia a sus hijos.

Aun no se trata de una familia constituid­a en función de la propiedad y la fortuna; sino de una familia en función de los hijos y de su educación.

Así que niños y niñas salen del anonimato, se dan a conocer y se constituye­n en una dimensión afectiva determinan­te de la familia.

Y en segundo lugar, la aparición de la escuela como un ámbito de encierro para disciplina­r y educar a los niños.

Fue a partir del siglo XVIII que comienza a aparecer una caracterís­tica endógena en la familia, que permite un vínculo en la intimidad de la vida privada, diferenciá­ndose de la sociedad. Esto por supuesto que va a fortalecer los procesos que buscan mayor identidad incluyendo a niños y niñas.

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresione­s, que nos irán estructura­ndo como hablantes dentro de casa.

Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecid­a, cuidada y amada.

Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y al surge el perfume de la floresta.

Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir el día de hoy.

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