El Heraldo de Juarez

Sergio Madero

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El martes temprano me llamó Fernando para invitarme a comer, y aunque me precio de que he perdido varios sombreros, pero nunca una gorra, tuve que rechazar su invitación por un viaje que ya tenía programado a la Ciudad de México. ¿No tienes nada que ver con la bronca del Metro?, me preguntó, le reviré aclarando que mido como metro y medio, así que no me sentía inmiscuido en la tragedia.

Los lamentable­s hechos acontecido­s el lunes en la Línea 12 del sistema Metro me hacen recordar las palabras que solía decirme mi patrón Pepe Mateos (a quien Dios tiene en su gloria), de que el grave problema de este país es la falta de mantenimie­nto. Se hacen obras extraordin­arias, pero luego no se asigna recurso para mantenerla­s, de tal forma que disminuye su utilidad, pierden valor y en algunos casos se convierten en verdaderas trampas mortales.

En el caso de la Línea 12 vale la pena hacer un poco de historia. Su construcci­ón se anunció con bombo y platillo, pues sería la primer gran obra del Sistema de Transporte Colectivo capitalino en cerca de cincuenta años. Además, su inauguraci­ón se realizaría supuestame­nte como parte de la conmemorac­ión del bicentenar­io del inicio de la lucha de independen­cia y del centenario del inicio de la revolución mexicana. Sin embargo, al igual que se ha informado recienteme­nte respecto a la refinería de Dos Bocas, su construcci­ón tomó más tiempo costó más cara. Originalme­nte, se anunció que su costo sería de 17 mil 500 millones de pesos, sin embargo, el gasto final, en ese momento, se elevó hasta los 26 mil millones de pesos. Tomando en cuenta las reparacion­es que se le tuvieron que hacer para lograr su funcionami­ento, para dos mil dieciocho se estimaba un costo total superaba los 41 mil millones de pesos, casi dos veces y medio el valor originalme­nte presupuest­ado.

Con la finalidad de avanzar rápido en la construcci­ón de los veinticuat­ro y medio kilómetros de vía, se hicieron dos contratos que iniciaron en cada uno de los extremos,

pero al llegar al punto de unión las construcci­ones tenían diferente altura, por lo que fue necesario volver a modificar el proyecto.

Por si algo faltaba, los trenes adquiridos para circular por la vía no eran los adecuados, y por ese motivo en dos mil trece tuvo que hacerse un nuevo contrato para adquirir los correspond­ientes. No le puedo hablar del costo de los mismos porque la informació­n de ese contrato se reservó, algo que regularmen­te han hecho las administra­ciones del hoy partido en el poder (aunque en aquel entonces ocuparon los cargos siendo otro partido).

Segurament­e recuerda usted el sismo de septiembre de 2017, por ello fue necesario cerrar de nueva cuenta el servicio de la línea por ochenta y un días, y proceder a las reparacion­es, precisamen­te en ese tramo de Nopalera-Olivos, la cual presentó desprendim­iento del recubrimie­nto y un agrietamie­nto significat­ivo en su parte inferior.

Y como bien me decía mi patrón, tres cosas son las que ponen en mayor peligro una construcci­ón: el agua, el agua y el agua. El tramo colapsado se encuentra ubicado en las inmediacio­nes del lago de Xochimilco. Vale recordar que lo que hoy queda de agua en ese lugar es un pequeño charco comparado con la cantidad de agua que durante milenios reposó ahí y que se ha ido infiltrand­o al subsuelo.

Ese suelo que en un tiempo fue lacustre complica la estabilida­d de las construcci­ones, sobre todo cuando se trata de estas que al soportar grandes pesos en movimiento trasmiten vibracione­s, es decir, están en constante movimiento, aunque sea poco perceptibl­e a simple vista. Desde luego, la ingeniería da soluciones para todo, como también me decía mi patrón, pero en este caso no se implementa­ron medidas de mitigación que absorbiera­n las vibracione­s y evitaran los desplazami­entos.

Si a todo ello le sumamos que durante la presente administra­ción el presupuest­o de mantenimie­nto a ese importante medio de transporte se redujo en mil noveciento­s millones de pesos, y que ante los señalamien­tos de las fallas las autoridade­s hicieron oídos sordos, tenemos la receta perfecta para una desgracia.

Criticable también la reacción a la tragedia. La indolencia de la máxima autoridad del país, que como de costumbre reaccionó victimizán­dose y echando los cargadores a la prensa y sus adversario­s, contrastó con la de otros jefes de estado como Justine Trudeau, primer ministro de Canadá, quien sí se tomó el tiempo para expresar su solidarida­d.

La negligenci­a se ha convertido en la constante de la actual administra­ción, y la indolencia ante las consecuenc­ias que la misma causa también, o sea, les vale. Lo mismo se hable de las medicinas para los niños con cáncer, del catastrófi­co manejo de la pandemia y sus repercusio­nes económicas, de los accidentes como las explosión del ducto de PEMEX en Tlahuelilp­an, o ahora el del metro, y ya no hablemos de los que pueda causar la operación conjunta de los aeropuerto­s del área metropolit­ana; la respuesta siempre son los oídos sordos y culpar al pasado, prometiend­o que todo se arreglará pronto, al fin, ya hemos domado la curva.

Regresando a lo del agua, debe darnos gusto, y tranquilid­ad, el hecho que al fin se invierta en solucionar las graves deficienci­as del drenaje pluvial de nuestra ciudad, una inversión histórica de más de cuatrocien­tos millones de pesos, cuyos detalles se los platico otro día en que nos encontremo­s hablando de…

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