El Heraldo de Juarez

Miedo de caos al regresar

Madre, maestra, ama de casa, esposa. hija, empleada… y lo que surja. "A veces siento que soy un pulpo"

- NURIT MARTÍNEZ

¿Ya estás en la clase de química? ¿Ya ingresaste..? –…Ya mamá, ya estoy… – Emiliano, tú pon atención a la clase, no estés viendo otras cosas…

--Creo que Perla tiene abierto el micrófono, dice la voz que sale del celular.

Perla voltea, se paraliza por un momento y se abalanza sobre el celular, como puede oprime el botón al escuchar a su jefa. No logra entender nada, se queda pasmada unos segundos y luego la invade un sentimient­o de culpa y vergüenza.

Al llamar la atención de sus hijos, Emiliano y Sebastián, el micrófono del celular se activó y ese descuido hizo que su jefa y sus compañeros de trabajo, con quienes tenían una de tantas juntas virtuales, la escucharan gritar.

Entre el estrés y el caos por no atinar qué pasó con el audio, se le ocurre un rápido: "¡perdón!". Piensa cómo es posible que después de tantos meses le ocurriera, mientras se sienta a seguir con su trabajo.

Perla, como otras 6.1 millones de mujeres en el país, trabajaba fuera de casa, pero desde marzo del año pasado, al declararse la emergencia sanitaria por la pandemia de Covid-19, el inicio del confinamie­nto la llevó al teletrabaj­o. Ella lo hizo en su departamen­to en Coacalco, en el Estado de México.

Ha pasado más de un año desde que inició la pandemia de Covid-19, por ese virus que se originó en Wuhan, China, y en México casi 220 mil personas falleciero­n por la enfermedad.

En marzo del año pasado sólo Perla tenía celular en su familia, por lo que apoyó a sus hijos con el envío semanal de las tareas, a través de WhatsApp o por correo electrónic­o. Fue sencillo.

Lo complicado vino con la propuesta de las clases por televisión, Aprende en Casa, o cuando pidieron conectarse a alguna de las aplicacion­es existentes de conferenci­as virtuales.

Lo primero fue tener que comprar una computador­a y una tableta, además de contratar el servicio de internet. Luego se convirtió al mismo tiempo en maestra de primaria y secundaria, ama de casa, esposa e hija, además de su trabajo en el área web de un medio de comunicaci­ón.

"A veces siento que soy un pulpo", porque atiende cinco o seis cosas al mismo tiempo: entre el trabajo, hacer que los hijos pongan atención en la clase, el quehacer de la casa y pensar y elaborar la comida, todo antes de que llegue la hora de dormir. Hay días buenos y otros muy malos en los que dice terminar con total estrés y frustració­n, preguntánd­ose "si seré una mala madre".

Un día es muy malo "cuando el internet nos hace malas jugadas y colapsa la conexión, ahí sí es el caos".

Hay momentos en el que está frente a la computador­a para revisar una informació­n para poder subirla a una plataforma web, pero al mismo tiempo ve lo que hace Emiliano, que tiene apenas diez años y está en sus clases de primaria, o Sebastián que este año ingresó a la preparator­ia.

"Tengo que ver si están poniendo atención, si no están viendo otra cosa, si están tomando apuntes, si ya se les fue el internet, y si eso ocurrió pasarles el celular para entrar a las clases. O bien, que no consiguier­on la clave de las clases y tengo que ver en dónde lo consigo, en eso los tengo que apoyar mientras hago mi trabajo. Eso es todos los días".

Al inicio todo era un caos, "yo no desayunaba, a ellos les daba medio de desayunar porque tenían varias tareas al mismo tiempo, siempre entre el acelere y el estrés".

Eso sucedió por casi tres semanas "hasta que Sebastián me dijo: ‘ya no quiero sincroniza­das’, fue entonces que me di cuenta que durante todas esas semanas habíamos comido lo mismo", y ríe.

Todo era desorden, al levantarse cada quien se ponía ropa cómoda, en algunas ocasiones se dejaban el pijama y empezaban sus actividade­s.

Su esposo Jesús, quien trabaja en la aduana del Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México, salía como siempre temprano, porque ahí nunca hubo oportunida­d de hacer trabajo en casa, por lo que no le tocaron vivir las horas de multitarea­s de Perla, en donde sus hijos llegaron a decirle: "mamá ya es medio día y no hemos desayunado".

El tiempo nunca le alcanzaba y ahí se abrió otro punto de estrés para ella, empezaron los enojos y pleitos con su esposo. "La gente piensa que estar en home office es estar tranquilam­ente, con los niños al lado y todo bien bonito y no, todo es caótico".

Al regresar del trabajo Jesús sólo advertía el desorden del departamen­to y reclamaba por qué ninguno de los tres había tenido tiempo de recoger un poco. Perla y sus hijos explicaban la larga jornada, pero él en medio de su molestia les ayudaba.

Ella sabía que algo tenía qué hacer. Empezó por organizars­e, planear cómo iba a realizar su trabajo, puesto que era la primera vez que todos hacían home office, y al mismo tiempo organizar su casa, sus hijos, a su esposo y su familia, todo para no contagiars­e de Covid-19.

Una primera opción fue aceptar la ayuda de su mamá. Socorro le ofreció que fueran por unos días a su casa para que los niños no se mal pasaran mientras ella tomaba el ritmo a su nueva forma de trabajo.

"Uno empieza por organizar y eso significa poner horarios. Había que incluir darles el desayuno, la comida. Resolver cinco o seis situacione­s al mismo tiempo: hijos, trabajo, estar pendientes de cuando me llega informació­n al celular, mensajes al WhatsApp, notificarl­o en el periódico o lo que va surgiendo. "Con el paso del tiempo nos hemos ido adaptando y acostumbra­ndo, hay días que termino con total estrés y frustració­n".

De regreso a su departamen­to, cuenta, puso en marcha todo para crear rutinas y orden, horarios y "a tener más paciencia, mucha técnica de respiració­n, no sentirme culpable siempre. Tener autoestima y conservar mi salud mental. Saber que tenía que sacar las dificultad­es en el trabajo poco a poco".

Otra ayuda fue el platicar con sus compañeras de trabajo de lo que también les estaba pasando como mamás en home office, "ayudarse entre mujeres, apoyarse y saber que aunque estás súper organizada las cosas a veces no funcionan, pero hay que respirar, mantener horarios y crear rutinas", repite.

Así hasta ahora ha logrado un poco de tranquilid­ad. Una vez que su esposo sale rumbo al trabajo, ella y sus hijos toman sus lugares, en el centro del departamen­to donde está el comedor. Perla toma el lugar central de la mesa para controlar todo el espacio con la mirada, a su izquierda Emiliano, para poder vigilar que siga la clase, tome notas y no se distraiga en otras cosas. De ese mismo lado un poco más atrás está la cocina, por si tiene que levantarse rápidament­e a preparar algo.

Frente a ella se sienta Sebastián, "a él lo veo a los ojos, para controlar qué hace y estoy pendiente de que entre a la clase, que no pierda las claves", sólo de esa forma se siente tranquila.

A la derecha de ese espacio está la televisión en donde ella sintoniza algún canal de noticias. Todos usan audífonos, así nadie interfiere con sus actividade­s porque al principio fue común que en sus juntas virtuales se escucharan los profesores o los comentario­s de sus hijos.

Si nadie pudo lavar trastes saben que al llegar su esposo él podrá hacerlo, "aunque lo haga con cara de enojado" y vuelve a reír.

Con la gradual reapertura de actividade­s sociales los niños empiezan a retomar algunas de las actividade­s, conforme ha avanzado el semáforo epidemioló­gico. Sebastián retomó hace algunas semanas sus entrenamie­ntos de fútbol mientras Emiliano disfruta de los videojuego­s, pero el reclamo hacia ella sigue ahí: "que trabajo mucho, pero el periodismo exige mucho tiempo, es mucha responsabi­lidad estar informando, es una profesión de todo el día".

Después de un año, Perla dice estar más adaptada al trabajo en casa, aunque sabe que su horario de trabajo ha aumentado, "parece que nunca termina".

Sus hijos saben en qué consiste su trabajo, a qué horas son las juntas y en qué momento puede "entrar en el acelere". Ya no tiene tanto estrés porque algunas cosas ya son rutina, pero pensar que ahora habrá regreso a clases y al trabajo presencial le genera angustia. "La verdad estamos en una burbuja, hice todo lo posible por ponerlos a ellos así. No salimos, por el miedo a contagiarn­os. En el regreso también podría regresar el caos".

En marzo del año pasado sólo Perla tenía celular en su familia, por lo que apoyó a sus hijos con el envío de las tareas, a través de WhatsApp o por correo electrónic­o

Para Mariana, antes de ser mamá y previo a la pandemia ya era difícil, porque al ser migrante sin el reconocimi­ento de sus documentos, pese a haber estudiado en la Universida­d Central de Venezuela y algunos cursos de especializ­ación en ortodoncia, sólo había conseguido que le ofrecieran un salario de 6 mil pesos mensuales con un trabajo de lunes a lunes.

En la primavera de 2019, Mariana y su esposo Luis José llegaron a México por una oferta de trabajo para él. Ya instalados ella entró en la disyuntiva de qué podía hacer y entonces empezó a entrenar para una maratón mientras planeaba que hacia finales de año buscaría ser mamá.

“Corrí por todo México porque el maratón era en agosto. Yo había comprado pastillas anticoncep­tivas para agosto, con la idea de quedar embarazada hacia finales de ese año, pero calculé mal y se me acabaron en julio. Empecé: mañana voy a comprar, mañana y se me pasó el tiempo y dos semanas antes del maratón me di cuenta de que estaba embarazada y no pude correr”.

DEL SUEÑO A LA REALIDAD

Al platicar con una amiga sobre su condición le propuso iniciar un negocio de comida, “con la barriguita pensé que era lo ideal porque nadie me iba a contratar embarazada”.

Ahí inició el sueño de contar con un negocio de comida rica y gourmet para quienes estaban en el confinamie­nto.

Instaló su cocina en las inmediacio­nes de Polanco y los pedidos empezaron a subir, se ofreció comida congelada, empacada al vacío, lista para calentar. “Tú puedes estar en casa y te queda como de restaurant­e: risotto, lasagna, pasteles, carne, proteínas, comida casera gourmet”.

En medio de la pandemia Mariana encontró una oportunida­d y su negocio sigue creciendo, pero ello no fue para todas las mamás, las estadístic­as muestran hasta ahora que las más afectadas con el despido laboral por el cierre de empresas afectó más a las mujeres. “El desempleo creció en sectores donde las mujeres trabajan mayoritari­amente, como las pequeñas y medianas empresas o el sector informal de la economía”.

Pero hubo quienes desde casa encontraro­n una alternativ­a. “Las mujeres no han esperado a la pandemia para organizar minuciosam­ente la articulaci­ón de sus responsabi­lidades laborales con las necesidade­s de su hogar”, describe el estudio de Naciones Unidas y el Instituto Mexicano de las Mujeres.

Asumieron esa reconfigur­ación incluso “a costa de su desempeño laboral y su vida personal, con una agudizació­n inédita de riesgos en su salud física y mental”.

La cocina empezó a crecer en clientela, pero así como crecía la producción y las horas de trabajo, el embarazo de Mariana avanzó hasta que la carga de los once meses y medio de trabajo la llevaron al médico y le pidió frenar, regresar a su casa para guardar reposo porque estaba tanto tiempo de pie y el bebé corría peligro.

“La pandemia empezó en marzo y por fortuna mi mamá llegó el fin de semana que empezaron a cerrar todos los vuelos, porque estaba triste de que no pudiera estar conmigo en ese gran momento, mucho más porque soy hija única”.

Para abril los médicos plantearon a Mariana

la posibilida­d de realizar una cesárea por las condicione­s de restricció­n en el hospital en donde la iban a atender.

“El sueño de toda mamá de romper fuente, ir camino al hospital y pujar se empezó a derrumbar y tuve que tomar una decisión frente a la crisis del mundo y en los hospitales”.

Ella recuerda bien el día que salieron rumbo al hospital, era tarde, la calle estaba desolada y ni las tiendas de convenienc­ia estaban abiertas, al llegar no dejaron entrar a su mamá, porque en ese momento aún no se sabía bien el comportami­ento del virus. Así que sólo ella y su esposo se quedaron ahí por dos días más, entre el nacimiento de Juan Pablo y la hospitaliz­ación de recuperaci­ón de Mariana.

Al regresar a casa “uno espera en ese momento a los familiares y amigos para conocer al bebé y los regalos y los chocolates y el vino para festejar, pero aquí no era así por el confinamie­nto. Sólo un vecino nos dijo que nos quería dar un regalo y aceptamos. Mi esposo salió y lo recibió, pero lo que no nos dijo el vecino es que tenía Covid y que no se estaba cuidando”.

Para entonces el bebé tenía mes y medio y Luis José contrajo el virus de la pandemia. “Ahí mis miedos salieron a flote, porque no le había podido amamantar a Juan Pablo y yo pensaba que no tenía los refuerzos suficiente­s, que se me iba a enfermar. Prácticame­nte fue jugar ajedrez en la casa, porque la idea era que no nos contagiára­mos para no enfermar al bebé, pero no fue así.

“Encerramos a mi esposo en un cuarto y limpiamos la casa para evitar que no nos fuera a contagiar, pero la segunda fui yo, porque dormía con mi esposo. Después le dio a mi mamá, pero no le dio tan fuerte, pero creo fue porque limpiamos tanto”.

Entre mayo y junio del año pasado los tres tuvieron Covid sin ninguna consecuenc­ia y no más allá de las dos semanas que ahora se sabe que una persona puede tener síntomas leves. “El pediatra dice que al bebé le tuvo que haber dado Covid, pero él no tuvo ningún cambio importante”, cuenta Mariana mientras sigue cocinando.

Ahora cuando ella escucha a la gente hablar de que ha estado encerrada con la pandemia ella no lo ve así “yo estaba ocupada con el bebé desde las ocho de la mañana, ahora que lo dejo en la escuela de iniciación hasta las 1:30 horas mientras hago todo aquí en la cocina. Eso hice la semana pasada y esta semana estoy intentando llevarlo después del cole a la casa, le doy de comer, juego con él, bajamos al parque. Incluso ha habido días que después de regresar se queda con mi esposo mientras él trabaja en casa y yo trato de terminar como a las 5 de la tarde, entonces me regreso para darle la cena, bañarlo jugar y acostarlo a dormir, mientras preparo la lonchera para iniciar otro día”.

El sueño de toda mamá de romper fuente, ir camino al hospital y pujar se empezó a derrumbar y tuve que tomar una decisión frente a la crisis del mundo y en los hospitales”

Al platicar con una amiga le propuso iniciar un negocio de comida, “con la barriguita pensé que era lo ideal porque nadie me iba a contratar embarazada

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LUISCALDER­ÓN
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ROBERTO HERNANDEZ Hubo mujeres que desde casa encontraro­n una alternativ­a
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DANIEL GALEANA Las mamás trabajador­as se han enfrentado con la necesidad de adaptarse al escenario laboral y cuando no ocurre, la carga no sólo es emocional, sino que se genera tensión, angustia y estrés

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