Destinan México y Chile 1 mdd
México y Chile, a través de las Agencias de Cooperación Internacional para el Desarrollo, acordaron destinar un millón de dólares para la reconstrucción de Acapulco, Guerrero, tras la devastación que dejó el huracán “Otis”.
“De ese monto, se determinó el direccionamiento inmediato de 350 mil dólares para adquirir maquinaria pesada clave para el restablecimiento del puerto, y el restante, para contribuir al proceso de reconstrucción y recuperación del tejido social”, precisó ayer la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
“Este acuerdo, refrenda la amistad, solidaridad y sólida cooperación entre ambos países que, a través del Fondo Conjunto de Cooperación, responde oportuna y de manera relevante al paso del huracán Otis”.
La Cancillería informó que el viernes tuvo lugar un encuentro entre la directora ejecutiva de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID), Gloria Sandoval Salas, y el director ejecutivo de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AGCID), Enrique O´Farrill Julien.
“Se conversó sobre líneas prioritarias de cooperación, entre las que destaca el acuerdo para orientar hasta un millón de dólares del Fondo Conjunto de Cooperación entre ambos países, para la atención inmediata en Acapulco y alrededores, luego de la devastación que dejó el huracán `Otis'”, destacó.
En la reunión, añadió, ambos frentes hicieron un balance de la cooperación entre ambos países durante 2023, que llevó a apoyar un esquema de conmemoraciones de los 50 años de amistad y solidaridad histórica en el contexto del Golpe de Estado en Chile.
“Una vez más, esta plataforma común de solidaridad, demuestra su capacidad frente a las contingencias y emergencias humanitarias, como lo ha hecho en casos recientes de terremotos, migraciones forzadas y la pandemia de COVID-19”, enfatizó la directora ejecutiva de la AMEXCID.
En tanto, el director ejecutivo de la AGCID expresó su solidaridad y complacencia porque el Mecanismo Común de Cooperación Chile-México frente a estas situaciones emergentes, tenga flexibilidad y buena gestión.
Los fuertes vientos que desató el huracán “Otis”, de categoría 5, devastaron hoteles, condominios y casas en el puerto de Acapulco. Muchos inmuebles, afirmaron sus propietarios, resultaron pérdida total.
Siempre había pensado que este era un cliché hasta que lo viví y lo sobreviví.
No se cuánto duró porque pierdes la noción del tiempo; estimo que fueron 10 eternos minutos en los que te sientes en una cápsula aislado de todo ruido y movimiento, pero expectante al siguiente golpe del furioso “Otis”.
Nos tomó totalmente por sorpresa ya que la información oficial indicaba que tocaría tierra entre las 4 y la 6 de la mañana.
El terror inició al filo de las 11:30 de la noche cuando ya era inminente la llegada del huracán.
Al ver que ante los primeros embates los canceles del departamento empezaron a ceder, los reforcé con una barricada de dos pesados sillones y una mesa, que aguantaron 10 minutos antes de que la primera hoja del cancel saliera volando.
En ese momento, supe que era inútil tratar de salvar las cosas y junto con Irma, mi esposa, nos refugiamos en una de las recámaras.
“No veo a Wako” –nuestro pug–, le dije a Irma y salimos de nuestro escondite a buscarlo.
Lo encontramos entre la lluvia y los proyectiles que “Otis” nos lanzaba.
No hablamos, sólo hicimos lo que instintivamente consideramos nos ayudaría a sobrevivir. Ella se sentó en la cama, yo recargué un sillón contra la puerta y me senté en él quedando de espaldas a donde el huracán golpeaba.
Conforme incrementaba su fuerza sentía que en cualquier momento la puerta y yo saldríamos volando por una ventana.
Acomodé la cama contra el muro del fondo para apoyar mis pies en ella y empujar el sillón contra la puerta. En ese momento se va la luz y se pierde toda comunicación.
La fuerza constante del viento es difícil de describir, pero las ráfagas las sentía como si un elefante embistiera la puerta y luego retrocediera para tomar más impulso.
Tensaba mis piernas para tratar de no ceder esos milímetros que “Otis” necesitaba para vencer la cerradura y derribar nuestra última protección.
Dentro del caos, nuestra mayor preocupación era no saber en qué momento del huracán estábamos.
Si iba a tocar tierra a las 4 de la mañana, como indicaba la información oficial, estábamos perdidos ya que era prácticamente imposible aguantar mayor intensidad.
De pronto, un milagro. En medio del caos, desde CDMX entró una llamada de la hermana de Irma, quién atropelladamente le preguntaba “dime cuál es el estatus” y ella respondió: “En este momento está tocando tierra, están en pleno huracán”…y se cortó la llamada.
Eso nos dio ánimo para seguir resistiendo.
El agua ya inundaba la recámara cuando sentí una cortina de agua sobre mi cabeza, pensé que era una filtración, pero al subir la mirada vi que el agua entraba por el hueco entre la parte
El panorama hacia la bahía tras el impacto del meteoro, afirman lugareños, era apocalíptico, pues los muelles de La Marina y del Club de Yates prácticamente desaparecieron.
superior de la puerta y el marco. Con qué fuerza azotaba el viento que el agua recorría los 12 metros entre el derribado ventanal y la puerta y la hacia entrar por ese minúsculo hueco.
De pronto pareció que nos transportábamos a otra dimensión donde no había viento, ni lluvia ni ruido... estábamos en el ojo del huracán.
Vencimos la tentación de salir, conscientes de que en cualquier momento regresaría la segunda parte del meteoro.
Quizá por pensar que ya iba de salida, esa segunda parte se nos hizo menos violenta.
Cuando sentimos que disminuía la intensidad del viento, escuché fuertes toquidos en la puerta principal; salí entre lluvia, escombros y vidrios, abrí y vi a un vecino al borde del infarto. Lo pasé a la recámara y comentábamos la situación cuando escuché toquidos ya en la puerta de la recámara, era una vecina más aterrada que el anterior.
El fenómeno duró dos largas horas, pero la impresión de lo vivido durará toda la vida.
Ya casi para amanecer les habilitamos un par de camas de otra recámara para que descansaran un poco. Por mi parte sólo me recosté unos momentos y en cuánto salió el sol fui a ver lo que el huracán dejó a su paso.
Todos los canceles rotos, sillones con vidrios incrustados, vidrio incrustado una pulgada en la madera, muebles volcados; sobre la mesa del comedor, la rama de un árbol y algo que me dejó helado: una mesa de acero que “Otis” levantó como papel, la lanzó contra un muro y quedó volcada en la terraza.
El panorama hacia la bahía era apocalíptico: varios yates en nuestro jardín, muchos más volcados y otros tantos a pique.
Los muelles de La Marina y del Club de Yates habían desaparecido, así como el nuestro que habíamos inaugurado seis horas antes.
De inmediato y quizá como una evasión de lo que veía me puse a desaguar y a sacar los miles de trozos de vidrio del departamento tratando de ocuparme para recobrar la calma.
En los días posteriores reinó el caos y se registraron actos de rapiña en todos los comercios del puerto.
En eso estaba cuando Irma, quien había sacado a Wako, me dijo: “Vengo en shock; al salir rumbo a La Marina vi seis cadáveres” (el 22 por ciento de los muertos reportados por el Gobierno; estaban a 100 metros de nuestro departamento).
Tratando de asimilar lo sucedido pasaron varias horas hasta que aparecieron unos amigos cuya casa está adyacente al Club de Yates.
Después de los comentarios de rigor, nos invitaron a ver su casa y al salir a la calle, nuevamente en brutal impacto.
Todos los postes de luz, cables, árboles y palmeras tiradas. Bardas y muros derrumbados; canceles, colchones y muebles de línea blanca esparcidos en el pavimento, coches volcados, y algo que me produjo una mezcla de tristeza y coraje: la rapiña.
Vi cómo en cuestión de pocas horas la gente pasó de la tragedia al saqueo.
Regresamos al departamento a continuar las labores de limpieza y calculábamos sobrevivir de agua y comida durante cuatro días.
A la mañana siguiente se presenta una trabajadora del condominio y nos comenta que en el centro vio algunas personas hablando por celular.
Entre escombros, postes, ramas, cables, lodo y los ríos de gente caminando con su botín, me lancé al lugar señalado para tratar de informar nuestra situación a la familia y amigos.
Antes del huracán cargué mi celular y la batería de respaldo al 100 por ciento, así que sólo me faltaba señal.
Llego a la zona y de manera
intermitente logro captar señal. Hago las llamadas de rigor, leo los mensajes y dentro de ellos uno que me llena de optimismo.
Una amiga, directora de una empresa importante, había enviado varias camionetas a rescatar clientes y nos podía incluir entre ellos. Envío mi respuesta aceptando el ofrecimiento y entra la llamada de confirmación con las siguientes instrucciones: sólo podían llegar a Zona Diamante y partían antes de oscurecer.
Una persona se para junto a mi y me mira disimuladamente. Cuando ve que termino mi llamada se acerca y me pide el teléfono, accedo y de inmediato varios más se acercan.
Me urgía regresar al departamento, pero no podía negarme a la gente que desesperada me pedía el celular. Hubo un momento en que la batería y el tiempo se agotaban así que tuve que disculparme con los que quedaban en la fila e irme.
Llego al departamento, comento la situación y decidimos salir de inmediato con lo que traíamos puesto (en mi caso, shorts y camiseta). Entre el caos pude rescatar un pantalón mojado que metí en un backpack miniatura, unos tenis y mi pasaporte.
Me pregunta Irma algo que había evitado tocar: “¿Cómo nos vamos a ir a Diamante?”. Aún no lo sé, en la calle lo resolvemos. Salimos, yo cargando mi backpack, su pequeña maleta y ella llevando a Wako.
Repetimos mi recorrido sorteando obstáculos. Algunos autos se empezaban a abrir paso entre los destrozos y a ellos pedimos aventón.
Pasaron varios que nos
ignoraron hasta que Mario, una alma caritativa, se detiene y nos dice: “súbanse”.
Después de la presentación llega la temida pregunta: “¿A dónde van?”. A Diamante, respondí; “yo voy a Costa Azul”, me dijo.
“Gracias, nos sirve perfecto”, dije.
El trayecto a Punta Diamante desde el Club de Yates es de 25 kilómetros y Costa Azul está a un tercera parte del destino.
Ya eran casi las 5 de la tarde y teníamos que estar en Diamante máximo a las seis y media; así que lo vi apretado, pero factible.
Llegamos a Costa Azul y empezamos a dar las gracias y despedirnos cuando de pronto dice: “Los voy a llevar hasta Diamante”. Casi se me salen las lágrimas de agradecimiento.
Llegando a donde inicia esa zona, el tráfico se detiene y vemos el caos. Autos en sentido contrario y los de la rapiña bloqueaban dos carriles más los laterales, dejando sólo dos para circulación.
Después de casi dos interminables y desesperantes horas llegamos al sitio indicado, pero era demasiado tarde.
Mario no claudicaba y buscábamos el transporte en toda la zona hasta que después de otra infructuosa hora nos llevaba de regreso cuando nuevamente ocurre un milagro. En lo más alto de un puente, entra la llamada de una sobrina que era nuestro enlace; le comenté del fracaso y me dice: “espera, deja me informo de la situación”.
“Hay un transporte que está a punto de salir y tienen dos lugares; los espera 15 minutos”, dijo.
Me da indicaciones de cómo ubicarlo mientras yo sigo enlazado con ella; le damos las gracias a Mario y descendemos del puente caminando.
Después de varias indicaciones confusas llegamos a nuestra meta.
En ese instante se corta la comunicación, pero ya estábamos a salvo y en breves momentos iniciaríamos el viaje del arrasado paraíso rumbo a la intensa, salvaje, pero a la vez hermosa CDMX.