`Se trata de irse a divertir'
De todos los villancicos que resuenan cada diciembre, quizás ninguno describa tan bien el principal rito de la temporada como aquel de Los Juglares de Guanajuato que dice:
“Campañas navideñas de publicitación, / sus elevados costos aumentan la inflación, / anunciando sus voces de corte comercial: / ‘Vacíense los bolsillos, ¡llegó la Navidad!’”, entona a ritmo de Jingle bells José Rubén Araujo Huerta, “Pepe”, director de la agrupación desde 1975.
“Ding dong dang, / ding dong dang, / vamos a gastar / todo nuestro sueldo porque hay que festejar”, corean los intérpretes, algunos marcando la melodía con su voz.
Irreverentes, asertivos y, sobre todo, ingeniosos, Los Juglares suman más de medio siglo de trayectoria encarnando el espíritu del arte en la plaza pública y una parte significativa del alma guanajuatense, lo cual les ha valido el reconocimiento de patrimonio artístico vivo de la capital cervantina de América.
Esto a través de la Presea “Maestro Eugenio Trueba Olivares”, que recibieron en la pasada edición 51 del Festival Internacional Cervantino (FIC), encuentro que les sirviera de escuela y junto al cual afirman haber crecido.
“Teníamos que aprender de lo que veíamos. Entonces, el Festival Cervantino fue para nosotros una escuela viva de ver e intuir lo que está mal, lo que está bien, lo que se puede hacer; lo fuimos aprendiendo sobre la marcha. No podemos decir que teníamos muchas tablas, sino que teníamos muchas baldosas, porque era actuar en la calle”, cuenta Araujo Huerta en entrevista.
“Somos los primeros en actuar frente al Teatro Juárez y recorrer las calles, pasar gritando, invitando a la gente a las funciones, y que la gente nos acompañe, los ríos de gente”, agrega, orgulloso, Javier Cardoso Estrella, juglar desde 1975.
La presea del FIC les resulta significativa por llevar el nombre de un maestro querido e impulsor del Teatro Universitario, que es de donde provenían aquellos jóvenes convocados por Joaquín “Flaco” Arias para dar vida, en 1972, a su propuesta inspirada en la juglaría medieval, combinando teatro, música, pantomima y esgrima.
Con sus personajes en mallones, capas y sombreros, evocando a los juglares trashumantes que llevaban noticias y diversión de pueblo en pueblo, conquistaron de inmediato el espacio público; y al tomar Araujo Huerta las riendas del grupo afianzaron un estilo que trascendió los romances y las poesías.
“Decidí hacer un grupo de juglares contemporáneos, ya no circunscribirnos exclusivamente a la época medieval, sino estar viendo ahora lo que ocurre local, nacional o internacionalmente y sobre de eso incidir”, relata el director, refiriendo que lo mismo podían hacer algo de los Juegos Olímpicos que de conflictos como la Guerra del Golfo y su operación Tormenta del Desierto, la cual devino en Tormenta del Estiércol.
Mas aquello por lo que acaso son más reconocidos es por su función especial de Día de Muertos –el “examen final de cada año”, la define Araujo Huerta–, con una festiva y extravagante procesión que culmina en esa misma Plaza de San Roque en la que por 20 años hicieran breves resúmenes de los espectáculos presentados a lo largo del FIC, igual que en la Muestra Nacional de Teatro.
“Veíamos las obras de los demás, y al final hacíamos un resumen de todo lo que habían hecho. Ya después los mismos compañeros teatreros de otros grupos nos decían: ‘¿Sabes qué?, de nosotros pueden decir esto, y pueden hacerle así’. Después habían unos que decían: ‘Oye, qué gachos, de nosotros no dijeron nada’”, recuerda Araujo Huerta.
“Nos titularon como los heraldos de la inmediatez”, comparte el director.
De ahí que Amad Araujo Santoyo, músico y actor del grupo desde 1998, considere que el reciente reconocimiento sea un premio a la espontaneidad, así como al gusto popular de la gente.
“Porque a la gente le encantan los juglares”, remarca el también compositor e ilustrador, hijo de Pepe. “Es un grupo que ha sido parte de la vida de la ciudad”.
“Lo que más me gusta es ese reconocimiento de la gente de Guanajuato que nos siente sus juglares, sus amigos. Nos paran en la calle para sugerirnos temas, o se acercan a regalarnos cosas, nos han llenado de utilería, de vestuario”, destaca el director.
LABOR LÚDICA
Arquitecto de profesión, hoy jubilado tras más de 30 años trabajando como coordinador de los grupos artísticos de la Universidad de Guanajuato,
Pepe Araujo recuerda que en su casa había cierta reserva ante su pasión por la juglaría. “No abiertamente, pero yo sí sentí como que pensaban que debía dedicarme a otra cosa, que esto de la juglaría era algo que no iba a dejar para vivir, algo que estaba demás, que era como una diversión, no un trabajo”, narra.
Si algo había de cierto en tal juicio era la parte de la diversión, que Araujo Huerta no niega e incluso aconsejó a su hijo cuando le tocó debutar como juglar.
“Me respondió: ‘¿Cómo, papá?, pero si yo no sé hacer nada’. No, pues yo tampoco sabía hacer nada cuando empecé; le dije: ‘Se trata de irse a divertir; si tú te diviertes, el público se divierte’”, subraya.
Y sus palabras hacen eco de aquel poema que les dedicara Alberto Ruiz Gaytán: “El juglar es el que juega / con las armas y el cantar, / con la vida por oficio, / y con la muerte por azar”, versa la pieza. “Juglar, maestro de pueblos que a todos sabe enseñar / que la vida vale poco / sin el arte de jugar”.