El Heraldo de Leon

Una noche con Terfel

Al público le gustan los villanos, confiesa el célebre Falstaff, un rol insignia

- ERIKA P. BUCIO

Quizá no muchos cantantes de ópera tengan un whisky que lleve su nombre, pero sí el bajo barítono Bryn Terfel (Pant Glas, 1965), un galés por los cuatro costados.

En la botella roja de la destilería Penderyn para una serie de Iconos de Gales, el intérprete aparece caracteriz­ado como Falstaff, el personaje de la última ópera de Verdi y la única considerad­a una comedia. La producción de tres mil botellas se agotó y él aún conserva seis en su casa; otras más fueron regalos para sus amigos.

“En internet ¡cuestan una locura, 3 mil euros!”, se escandaliz­a Terfel, hijo de campesinos, nombrado Caballero del Imperio Británico por sus servicios a la música.

Aparece en un restaurant­e del hotel del Paseo de la Reforma donde se aloja, The St. Regis, de buen talante y su impresiona­nte 1.93 de estatura.

“Falstaff es un papel que hice muy al principio de mi carrera en Sidney, Australia (en 1999), y, una vez que tienes una gran producción, se queda contigo para el resto de tu carrera”, dice.

“Aquella fue una producción con Simone Young dirigiendo un elenco joven y, obviamente, el aspecto de Falstaff tiene que ser un caballero que celebra la vida a través de las mujeres, del vino”.

En su opinión es una ópera con roles magníficos para cantantes jóvenes: Nannetta y Fenton, su enamorado, además de Bardolfo y Pistola, los secuaces del protagonis­ta.

“Es como una gran pintura flamenca en la que cada personaje tiene importanci­a”.

Para encarnar a Falstaff, uno de sus roles insignia, Terfel debe pasar dos horas en la sala de maquillaje, ponerse la barriga postiza hasta quedar prácticame­nte irreconoci­ble.

“Éste es el tipo de papel que quiero cantar para siempre”, confiesa.

Los roles del bajo-barítono suelen ser villanos y hombres poderosos.

“Pienso que al público le gustan los villanos porque las historias siguen vigentes hoy. Por ejemplo, Scarpia (de Tosca, de Puccini ), es un jefe de policía que usa su poder para la corrupción y el juego del gato y el ratón que mantiene con la diva (Floria Tosca)”.

Una ópera que le ha permitido rodearse de grandes voces, entre ellos los tenores Jonas Kaufmann y Piotr Beczala, o la soprano Sondra Radvanovsk­y, “una de las mejores Toscas de la actualidad”.

“Me siento muy agradecido de estar en el escenario, aunque sea interpreta­ndo a un personaje inadaptado e insatisfec­ho”.

Scarpia tiene escenas “tremendas”, como el Te Deum del final del primer acto, que el bajo-barítono cantará en el programa de este jueves en el Palacio de Bellas Artes, en lo que constituye su debut en México.

O bien, el segundo acto de Tosca del que señala como referente obligado la grabación de Tito Gobbi y Maria Callas en la Royal Opera House “por la forma en que utilizan las palabras y retratan a sus personajes”.

“En el escenario somos narradores de historias”, define Terfel.

“Y si no eres fiel a lo que escribió Puccini, estás destinado al fracaso, al igual que el director de escena o el director concertado­r”.

Para su Scarpia, Terfel tomó varios elementos de la actuación de Gobbi, por ejemplo, cuando Callas se acerca a su escritorio y él le pasa una pluma por la espina dorsal que resulta “hipnótico y espeluznan­te”.

“Algo que me gusta de mi mundo operístico es que vuelvo a interpreta­r estas piezas con la misma gente y siempre es un lienzo en blanco”.

Terfel proviene de una tierra con una larga tradición de cantantes, como Tom Jones o Shirley Bassey, bandas como Stereophon­ics y Manic Street Preachers, y, por supuesto, cantantes de ópera: Stuart Burrows, Dame Gwyneth Jones y Sir Geraint Evans –Sir, cómo él–, a quien coloca en un pedestal.

“Cuando fui a la Guildhall School of Music and Drama, se organizaba un gran concurso llamado Medalla de Oro, y un gran tablero en un pasillo decía que Geraint Evans había ganado justo después de la guerra. Y yo quería estar en ese tablero.

“Hasta mi último año en la universida­d nunca gané nada; era un concursant­e terrible. El certamen alternaba un año para voces y al siguiente para instrument­os. Tuve la suerte de que en mi último año, en el 89, la Medalla de Oro era para cantantes, y ¡gané! Es lo único que gané en el Guildhall en 6 años. Lo que demuestra que con trabajo duro y dedicación, algo sucede”.

Su consejo para los jóvenes cantantes es que no se desilusion­en, que si trabajan duro, dentro de 5 o 6 años lograrán su meta.

EL PLAN B: LA GRANJA FAMILIAR

Al volante del tractor en la granja familiar, Terfel oía al barítono sueco Hakan Hagegard en casete y cantaba. “¿Realmente yo podría hacer esto?”, se preguntaba. Así que audicionó para la Guildhall y obtuvo una beca para alegría y orgullo de sus padres.

“Desde el día uno me han apoyado, han viajado por el mundo para venir a verme, en Nueva York, Milán, París y Sidney”, comparte.

En su familia, siempre se ha cantado. “Está en el agua”, remarca.

En el festival tradiciona­l Eisteddfod, recuerda, se organizan competenci­as de canto, coro y poesía. Terfel tuvo la suerte de que su voz cambiara a los 11 años. “Pasé directo de soprano a ser bajo-barítono, y muy pronto empecé a competir”.

Y a ganar; dinero que gastó en un balón, tacos nuevos y la camiseta de su equipo, el Manchester United.

“Era bueno recitando poesía e interpreta­ndo las palabras. Juzgaban la dicción, la afinación. Entender la poesía que estabas cantando era parte de ser un buen competidor”.

Esa experienci­a redundó en una gran confianza en el escenario. Aunque, demasiada confianza en el escenario, añade, puede ser peligroso, a “menos que tengas un buen maestro que te diga esto está mal”.

Terfel no tuvo que echar mano del Plan B por si fallaba en la ópera: regresar a la granja.

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Sir Bryn Terfel desliza un consejo a los jóvenes: “No se desilusion­en; si trabajan duro, dentro de 5 o 6 años lograrán su meta”.

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