DAMIEN HIRST POR SIEMPRE
El artista británico presenta en el Museo Jumex su polémica y provocadora obra en una retrospectiva que repasa más de 30 años de trayectoria.
Dos años atrás, cuando comenzó a plantearse la idea de una gran retrospectiva en la Ciudad de México, el artista Damien Hirst supo de inmediato por dónde debía comenzar la selección de obra.
“Para mí, lo primero es que debíamos tener la calavera de diamantes aquí”, relata, entrevistado en las oficinas del Museo Jumex, el recinto que ha dedicado tres pisos enteros a su polémica, exitosa y, sí, estrafalaria carrera.
Esta pieza, a la que su creador se refiere con una soltura y familiaridad desconcertantes, no es otra que For the love of God (Por el amor de Dios), un cráneo de platino decorado con 8 mil 601 diamantes y una dentadura humana que, en 2007, intentó venderse por 50 millones de libras esterlinas, cifra que hoy superaría los mil millones de pesos.
Al centro de la galería del primer piso, la obra, que refulge con opulencia, funciona como una suerte de tótem con el que Hirst (Bristol, Inglaterra, 1965) celebra a un país cuya sensibilidad, estima, es similar a la suya.
“En Gran Bretaña, la gente piensa que soy extraño, mientras que aquí en México no es extraño estar lidiando con cráneos, la muerte y todas estas cosas”, apunta.
En la última parte de este enunciado –las “todas estas cosas”–, Hirst engloba su famosa serie de animales conservados en formol, los vitrales catedralicios hechos con mariposas disecadas, las esculturas de moscas muertas, las instalaciones de colillas de cigarros usados, las vitrinas de material quirúrgico y los gabinetes de fármacos, entre muchas otras obras que, con frecuencia, han sido tildadas de mórbidas.
Desde que el mundo del arte contemporáneo sufrió un escalofrío, en 1991, con La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, un gigantesco tiburón tigre sumergido en formol y exhibido en un tanque de vidrio, Hirst ha sido asociado con la muerte con una insistencia que él mismo abraza, pero reformula.
“Muchas personas me dicen que mi arte se trata de la muerte, pero realmente no es así. Se trata de la vida. Si de verdad fueras a hacer arte sobre la muerte, yo creo que realmente no estarías haciendo arte, porque ésa es la muerte real: la ausencia del arte es la muerte. Así que si haces arte sobre la muerte, en realidad se trata de arte sobre la vida, pero en el espejo, o algo así”, sentencia.
Desde la concepción de su calavera de diamantes, el artista ha reconocido como inspiración a un cráneo prehispánico ornamentado con turquesa, posiblemente una representación de Tezcatlipoca de procedencia mexica, que se encuentra exhibido en el British Museum.
No obstante, Hirst, quien tiene propiedades cerca de Ixtapa y solía pasar tres meses al año en el País, no es ajeno a la noción de que la presencia de la muerte en México no sólo proviene de la iconografía de los pueblos originarios, sino de una cotidianidad azotada por la violencia.
“Mis casas están en la playa, en Guerrero, y hay mucha violencia en Guerrero. Recuerdo que, a 20 millas de donde vivo, alguien llegó y aventó cinco, o siete, cabezas a la pista de baile de un club nocturno. Hay imágenes muy, muy, violentas y este tipo de sentimiento de que la vida vale poco”, lamenta.
Desde niño, sin embargo, no deja de pensar en la muerte, como una obsesión que jamás ha ocultado, a pesar de la incomodidad que ocasionaba el tema en su entorno familiar.
“Recuerdo, cuando era joven, ver a un pollo sobre la mesa y decir ‘este pollo solía estar vivo y corriendo por el campo’ y mi madre me decía: ‘¡No hables así! ¡No hables así de la comida!’; ellos no quieren pensar en algo así, pero aquí en México es algo más real, lo aceptan y tratan de encontrar una manera (de hablar de ello) antes que ignorarlo”, contrasta.
“Si te dejas, entonces el mundo puede ser un lugar muy oscuro”, previene el artista. “Pero tienes que encontrar una manera para cruzar a través de la oscuridad, y el arte es algo que nos ayuda a hacerlo”.
ENFANT TERRIBLE
En 1995, cuando ganó el prestigioso Premio Turner, Hirst, de cabello largo, cuello de tortuga amarillo y traje negro, cimentó su fama de enfant terrible con su discurso de agradecimiento.
“Es impresionante lo que puedes hacer con un 6 en la materia de arte, una imaginación torcida y una motosierra”, declaró entonces.
Casi 30 años después, el artista que partió una vaca y una ternera a la mitad, sumergió sus cuerpos cercenados en formol y ganó el premio con la obra resultante, Madre e hijo (divididos), es el mismo artista que hoy expone esa misma pieza en el Museo Jumex, aunque se perciba distinto.
La polémica lo sigue persiguiendo, como siempre, a donde vaya, como lo demostró un artículo publicado esta semana por el periódico The Guardian, que aseguró que tres de sus esculturas de la serie Historia natural, que no están presentes en la retrospectiva mexicana, fueron realizadas en el 2017, aun cuando el artista las fechó en la década del 90.
Al respecto, el estudio del autor contestó al diario que sus piezas en formol son obras de arte conceptual y que la fecha que se les asigna es la de la concepción de la obra, no la de su manufactura; un tema que ha generado discusión en la prensa inglesa y que Hirst considera zanjado.
IDEAS GUARDADAS
Afable, bromista, de gorra y pants, muestra su celular para hablar sobre su proceso creativo: una aplicación de notas con decenas, quizá cientos, de frases distintas que esperan a materializarse en obras.
Así, entre ideas que se volvieron piezas, como Quiero pasar el resto de mi vida en todos lados, con todos, uno a uno, siempre, para siempre, ahora,o Amar en un mundo de deseo, el artista tenía guardados los versos de un poema suyo, que añoraba ser título de algo.
“Ahora sé lo que quiero: / Vivir para siempre / (por un momento)”, declama.
“Luego te das cuenta de que sí vivimos para siempre, por un momento; de eso se trata la vida. Iba a ser el título de una escultura, o una idea, pero se quedó como un poema durante un largo tiempo y luego pensé: ‘a México (para la retrospectiva), realmente le viene bien’”.
Ann Gallagher, curadora de esta muestra y de la retrospectiva del artista en la Tate Modern de Londres (2012), destaca la elección como una que engloba su trabajo entero.
“El título que el artista ha asignado a esta exhibición, Vivir para siempre (por un momento), deja claro que en el corazón de la obra de Hirst está el tema de la mortalidad. La conciencia de que nuestro tiempo en la tierra es limitado, durante largo tiempo ha provisto de motivación a los artistas”, dijo en un recorrido de prensa.
“¿Qué es el impulso artístico, sino un intento de triunfar sobre la muerte? Para Hirst, no es sólo una motivación, sino el objeto de su trabajo, una respuesta contemporánea al memento mori (Recuerda que morirás) de la historia del arte, en formas muy tradicionales, como los cráneos, y nuevos motivos, como los cigarros, para simbolizar la naturaleza transitoria de la vida”, abundó.
Sus obras van de lo monumental, como The virgin mother, la escultura de gran formato que ocupa la plaza del Museo Jumex, hasta las delicadas pinturas de cerezos, árboles de colorido fugaz, que acompañan, en la galería del primer piso, a su calavera de diamantes.
“Estaba muy emocionado de traer los cerezos, porque, aunque es algo japonés, es muy similar a lo de aquí (México). Es fantástico que estemos aquí ahora, con las jacarandas por todas partes”, dice sobre las copas moradas de estos árboles que pueden verse desde el museo.
Una cosa, lo sabe bien Damien Hirst, une a los cerezos, las jacarandas y a sus obras de arte: la posibilidad de vivir para siempre, aunque sea por un momento.