De las baladas al black metal
Mariana Enriquez, fenómeno de la literatura contemporánea, trae bajo el brazo una docena de cuentos donde `sube el volumen' al terror y completa una suerte de trilogía.
En su experiencia, ya sea del lado de quien idolatra o bien como ídola ella misma, Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) se ha encontrado con que el fanatismo tiene que ver con la obsesión.
Lo reafirma en una obra como Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede (2023), con sus reflexiones personales sobre ser fan, pero también a través de quienes al final de cada una de las presentaciones que ofrece se agolpan en torno suyo para demostrarle su ferviente admiración.
“Que componen música, (hay) muchos; que me hacen retratos, muchos. Eso no me parece loco, está bien. El tatuaje me parece un poco más raro. Me gusta cuando se hacen un tatuaje de algo de los libros y eso, porque, bueno, el libro es un poco separado de mí”, sopesa en entrevista telefónica la escritora y periodista argentina, una de las autoras contemporáneas más leídas del Continente.
“Una chica una vez me mostró que se había tatuado mi cara en la pierna, y yo le decía: ‘Pero si el día de mañana no te gustan más mis libros –porque todo es posible–, si yo cambio radicalmente, o no, sigo siendo lo mismo y vos cambiás y no te gusta más esa literatura, me vas a tener toda la vida en la pierna, ¡es horroroso!’”.
En el extremo inquietante de estas muestras, no ha faltado quien llegue con algo que de verdad perturbe a la “Reina del terror” latinoamericano, como se le nombra.
En una ocasión recibió una pintura de Omaira Sánchez, la menor colombiana fallecida en un deslave y cuya agonía fue transmitida por televisión. Enriquez la menciona en Nuestra parte de noche (2019), su novela fenómeno con más de 30 reimpresiones, donde los protagonistas ven dicha tragedia en la pantalla.
“Hay una foto muy impresionante de la niña ya muriéndose, con los ojos completamente negros, las manos agarrotadas, hundida en el barro. Un día un fan me trajo un cuadro con esa foto pintada, en grande. Estaba muy bueno, estaba muy bien hecho, muy bien pintado y todo, pero era el retrato de una niña muerta real.
“Que pintes una niña muerta que yo invento en un cuento, y vos te lo imaginás, bueno, es un poco morboso y todo, pero es mucho arte morboso el que yo hago. Pero esto es una foto de una persona”, subraya Enriquez. “Fue muy raro, y me lo llevé, por supuesto; pero lo tengo escondido en mi casa. No es que cuelgue todo lo que me dan. No lo quiero ver. No sé, me parece rarísimo, y me gustaría acordarme más de la cara del que me lo dio”.
Eso ha sido “lo más raro y creepy, no un raro simpático”, califica quien por encima de esos esporádicos detalles incómodos dice llevar muy bien la popularidad en torno a ella de unos años para acá.
Este domingo se presenta en la UNAM como una de las figuras estelares de la Fiesta del Libro y la Rosa, y el miércoles estará en Guadalajara ofreciendo una charla.
Pese a ello, Enriquez, a quien el propio Alan Moore le ha confesado su admiración, rebate una etiqueta como la de “rockstar de las letras”; “me da risa, porque no”, replica, y suelta una risotada. “Aparte, estoy vieja para rockstar”.
A los 17 años, Mariana Enriquez vivía en La Plata, una ciudad estudiantil y políticamente intensa.
Su novio, ocho años mayor, estaba en una banda de rock, y los mejores amigos de la futura escritora se desenvolvían en el underground, “muy de música, muy de calle, muy de drogas, muy de noche”, describe.
“En ese ambiente yo hacía un fanzine, y escribía”, cuenta Enriquez. ¿De qué escribía?, pues de esa forma de existir.
“Mi sensación era que nadie estaba hablando del tipo de vida que teníamos nosotros, o a lo mejor sí algunos escritores norteamericanos, tipo Bret Easton Ellis”, estima sobre el autor que plasmó en libros como Las leyes de la atracción (1987) el desenfreno sexual y de adicciones de unos universitarios. “Para mí, era como la vida que teníamos nosotros”.
De toda esa atmósfera “sin futuro” surgió Bajar es lo peor (1995), historia de amor gay, consumo de sustancias y paranoia en una vampírica Buenos Aires, con tal impacto comercial que hizo de la joven Mariana una revelación literaria a sus 21 años.
“Tuvo en Argentina mucho éxito y mucho revuelo, sobre todo por mi edad y por los temas. Había drogas, había sexo, etcétera; entonces, llamó la atención”, recuerda quien se vio abrumada por la notoriedad inicial.
“Te diría que cuando empecé, primero no tenía expectativa, y luego cuando ocurrió, no me gustó tener tanta visibilidad, para nada. Y recién ahora cuando la vuelvo a tener, la puedo disfrutar, pero porque sé manejarla”, confía. “Pero no tenía una idea de qué tipo de escritora iba a ser porque no tenía idea de si iba a ser escritora, en realidad”.
Poco después de su debut literario, comenzó a trabajar para el diario argentino Página/12, donde hasta el día de hoy es subeditora del suplemento Radar. Ahí se fue forjando esa otra faceta suya como periodista cultural, a lo largo de una década en la que no volvería a publicar otra novela, sino hasta la desesperanzadora Cómo desaparecer completamente (2004).
“Cuando esa novela se publicó, dije: ‘Ah, no, esto me interesa, me gusta”’.
Reconociendo su pasado como toxicómana, y autodefinida como una desobediente, Enriquez ha dicho sobre sí misma: “Yo era la juventud permanente”.
Con ese ánimo punk desarrollaba su quehacer en un inicio; “iba cambiando, porque como tenía que trabajar tampoco uno puede estar permanentemente (intoxicado). Pero tenía épocas muy intensas, sí, claro”, admite.
“Después, cuando dejé de beber, dejé las drogas, y ahora estoy totalmente limpia hace bastantes años, pasaron dos cosas. Primero, incrementé la productividad de una manera exponencial. Y, segundo, empecé a escribir terror.
“No sé qué relación tienen (las sustancias y el terror), pero claramente alguna relación hay. Quizás tengo que poner todo lo oscuro, todo lo triste, lo deprimente en otro lugar que no sea autodestructivo, quiero decir. Es muy psicología barata, pero creo que tiene que ver con eso, con sacarse de encima los demonios, pero ponerlos en otro lado, y en otro lado que no te dañen, sino más bien todo lo contrario”.
Teniendo como modelo a figuras como Stephen King, Enriquez ha erigido un corpus literario que se vale del terror y lo fantástico para hablar de conflictos políticos y sociales; es el horror que se nutre de la cotidianidad en los barrios empobrecidos de Latinoamérica, entre desapariciones, mujeres violentadas y toda clase de abusos.
Este año llegó a las estanterías Un lugar soleado para gente sombría, su tercer volumen de relatos, que abona a lo cimentado en Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y Los peligros de fumar en la cama (2009).
“Va subiendo el volumen, se empieza con un cuento muy calmo, muy melancólico, muy de fantasmas, y va subiendo el nivel del terror hasta donde pude. Como si empezase con baladas y terminara en black metal, que es casi un poco lo que estaba escuchando también en esa época”, comparte Enriquez, quien ve en estos títulos una suerte de trilogía no planeada.
“Son tres libros con tres títulos largos, y los tres de 12 cuentos”, resalta. “En algún sentido, son tres fotografías, y quizás sean las tres fotografías que necesitaba con estas características, con este número, con estos títulos, con estos climas. Y vamos a ver qué sale ahora”.