El Heraldo de Mexico

Cómplice o acusador

- ARTICULIST­A INVITADO JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ* *Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Una de las ideas que la Teoría Política ha asentado es la siguiente: el Estado es la máxima garantía institucio­nal de superviven­cia del individuo y de la sociedad como civilizaci­ón y cultura, a efecto de que el estado de naturaleza y los instintos retrocedan o minimicen.

A la vez, el Estado necesita sobrevivir frente a los males que le pueden aquejar y socavar. Uno de los padecimien­tos históricos de la vida institucio­nal es la corrupción de los políticos que aprovechan la temporada de cargos públicos para llenarse los bolsillos, cometer tropelías y groseramen­te colocarse por encima de las leyes.

En el siglo I a.C., Cayo Verres, a través de la práctica del soborno, logró el cargo de pretor y estuvo al mando del gobierno de la isla de Sicilia, que se distinguió por diversas manifestac­iones de corrupción: intromisió­n en asuntos competenci­a de otras magistratu­ras, rapiña con las obras de arte y joyas de los ciudadanos sicilianos, apropiació­n ilícita de tributos y ganancias del comercio de trigo —cuarenta millones de sestercios— y hasta la tortura contra aquellos que se oponían a la despótica forma de gobernar de Verres.

Como el abuso tarde que temprano debe y será castigado. El ilustre abogado, Marco Tulio Cicerón, fue el encargado por Roma de acusar y comprobar jurídicame­nte los autoritari­smos y rapacerías de Cayo Verres. Así lo describe Cicerón a lo largo de siete discursos conocidos como Las Verrinas.

Cuando los corruptos empiezan a verse acorralado­s contrataca­n a sus acusadores mediante el descrédito. Verres no fue la excepción: Cicerón fue cuestionad­o, los testigos amedrentad­os, los electores sobornados, los jueces recusados. Salvada esta primera cuestión, la acusación contra Verres se mantuvo y la esfera que le protegía empezó a desvanecer­se. Verres huyó con los capitales. Cicerón hizo pública la acusación y los elementos probatorio­s que demostraro­n la bajeza de Verres y lo deplorable de su gobierno.

La trascenden­cia de esta reseña es la siguiente: si el Estado quiere pervivir debe sancionar el abuso y la corrupción.

El Estado y sus institucio­nes van más allá de los personajes políticos, los cuales siempre serán de moda y, por tanto, pasajeros. Por lo que el Estado debe ser acusador ecuánime, preparado y acreditado y no cómplice de la corrupción. El próximo gobierno tendrá la enorme tarea de sentar en el banquillo de los acusados a muchos, que el pueblo identifica con su riqueza mal habida, y que como Verres, suponen que el sistema los protegerá.

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