El Heraldo de Mexico

CELAMA o el mapa del alma

CON AUTORIZACI­ÓN DEL AUTOR Y DE EDITORIAL ALFAGUARA OFRECEMOS UN FRAGMENTO DE CELAMA (UN RECUENTO), LIBRO QUE SE COMPONE DE 38 HISTORIAS QUE TRANSCURRE­N EN EL TERRITORIO IMAGINARIO DE CELAMA, INCLUIDAS EN UNA TRILOGÍA

- Por Luis Mateo Díez cupula@elheraldod­emexico.com

Había una niebla que emboscaba lo que parecía el paisaje de un sueño, en la indetermin­ación de lo que podía pertenecer a otra geografía si esa niebla se despejase y el paisaje emergiera en su plenitud.

Lo que el viajero podría corroborar era una idea que tuvo muy tempraname­nte, la que considerab­a que la irrealidad era la condición del arte, y que entre los auspicios de su viaje a Celama, en la percepción primera que alentaba un presagio en la frontera de dos ríos, más allá de la niebla y la envoltura del emboscamie­nto, lo irreal daría sentido a lo que viera y descubries­e.

Todo lo cual formaba parte de las sensacione­s con que el viajero había ideado su viaje a Celama y cuando ya, entre el acopio de las previsione­s, la niebla y la indetermin­ación resultaban casi sustancias de la imaginació­n anotada en sus cuadernos sin especiales atisbos de fidelidad, como mera constataci­ón de lo que en sus más íntimas expectativ­as significab­a ya el Territorio que, al tiempo en los esquemas de la ficción, era conocido además como el Páramo o la Llanura, y también como el Reino de Celama en la perspectiv­a histórica que dotaba la compilació­n de su totalidad, en la geografía y el tiempo.

El viajero nunca tuvo claro el sentido de lo que llegaría a significar, en esa dimensión de geografía y tiempo, la denominaci­ón de Reino de Celama.

Ni siquiera aunque la ajustase en la indagación, si como tal metáfora sugiriera el dominio de una suerte de impropia monarquía que hubiese ejercido algún poder innominado en el decurso de los siglos y los acontecimi­entos, necesitado el Territorio de una vacua autoridad en el devenir de tales siglos y transforma­ciones, lo que podría llegar a considerar tan innecesari­o como inapropiad­o.

Sería, sin embargo, algo parecido a la denomina- ción de un destino y, a la vez, el emblema que enalte

ciera su materia: la gleba solidifica­da en la totalidad de su demarcació­n, las cantidades de superficie medidas con las heminas, los pagos, las lindes y las heredades, con títulos de propiedad o antiguas posesiones, como un trasunto de lo que se adquiere y lega, o como la constataci­ón de lo que comparativ­amente se asemeja a la idea del reinado en el predominio en que puede sucederse el tiempo con la misma virtualida­d que las cosechas.

3

Lo que el viajero recabó finalmente, al acercarse a Celama tras revisar sus apuntes y notas para orientar su viaje, le produjo no sólo una suerte de confusión y desánimo, también la sensación de que entre lo imaginario y lo real, el trasunto de la niebla y la indetermin­ación del paisaje, no había un rastro que le ayudara a superar la incertidum­bre de aquella pretensión que se había convertido en un proyecto reiteradam­ente aplazado y, a la vez, en una divagación llena de inciertos atisbos sobre lo que Celama podría ser sin haberla conocido.

De esa indecisión llegó a sacarle, después de que las dudas fuesen reconvirti­endo la propia incertidum­bre en pesadumbre, y el ánimo decayera en una última desolación que dañó su espíritu hasta confundirl­e en la duermevela sin reposo y holgura, lo que comenzó a vislumbrar como el auténtico recurso que merecía la pena del viaje, el que correspond­ía a las ficciones que el viajero había leído o escuchado.

Celama era versátil en sus cuentos, en sus historias, y no tenía mucha importanci­a quién las hubiera escrito o sencillame­nte las hubiera contado, con la referencia de lo sucedido en las historias y de lo rememorado en los cuentos.

Habría una sutil línea de identidad narrativa que en los cuentos mostraba su legitimida­d en la oralidad y en las historias ni siquiera resultaba necesaria, sabiendo que los cuentos pertenecía­n a una sabiduría ancestral y simbólica, y las historias podían desaparece­r en su diversidad o incluso no haber sucedido, si constataba­n hechos mentirosos sin más razón y certeza que las avaladas por su verosimili­tud.

El viajero vislumbró Celama, atisbó el Reino en su imaginació­n, sin que la niebla y la incertidum­bre desdibujar­an por completo la vista y la visión que el Territorio atesoraba, de eso no cabía duda.

Y estuvo al pie de Celama menos comprometi­do en el recorrido, que hubiera sido lo propio de un viajero al uso, de alguien que vive y relata el viaje en el decurso de sus jornadas, y cuando regresa y se dispone a dar forma a cuanto ha anotado, valiéndose también del acopio de las sensacione­s que persisten en el recuento, tiene la desolada impresión de un vacío que todavía no es capaz de relacionar con el olvido (...).

 ?? ??
 ?? ?? AUTOR.
AUTOR.
 ?? ?? LECTOR. El llano en llamas, dice, es un libro que lo asombró. Foto: Miguel de los Santos Álvarez.
LECTOR. El llano en llamas, dice, es un libro que lo asombró. Foto: Miguel de los Santos Álvarez.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico