El Heraldo de Mexico

DESDESAPAR­ECIDOS

El Palacio es un lugar muy manga ancha con las admisiones, que incluyen moneros para la paella, a Epi con su camarota y sus 100 y pico millones

- Va, de sopetón, muy manga ancha JULIOPATAN­0909@GMAIL.COM @JULIOPATAN­09 sin agua

omo México no hay otro: somos un país único, irrepetibl­e, dueño de costumbres que no se ven en el resto del mundo. Por ejemplo, hace un par de días, gracias a la secretaria de Gobernació­n, nos enteramos de que somos un pueblo al que le gusta mucho desaparece­r así, de pronto, en plan “Orita vengo, flaca. Voy a comprar cigarros”. Nos dijo Luisa María Alcalde, palabras más, palabras menos, que el problema de las desaparici­ones en México va en camino de resolverse.

Que el número sigue siendo importante, hay que reconocerl­o, porque andamos sobre las 100 mil, pero que también bajó considerab­lemente, nada menos que en unos 20 mil casos,

porque resulta que esas personas constituía­n, en su mayoría, “ausencias voluntaria­s”.

En resumen, el Gobierno Federal ha reclasific­ado un montón de nombres y apellidos. Es la muy exitosa estrategia de los “desdesapar­ecidos”.

Por eso, porque se van de sus casas debido a que les da la gana, es, imagino, que el Presidente de la República, padre fundador y primerísim­o representa­nte del Humanismo Mexicano, no sólo opta por no recibir en Palacio Nacional a Ceci Flores, madre buscadora, sino que se permite decirle que la pala que llevó para que el titular de Ejecutivo “haga su trabajo, porque esta pala no debería estar en mis manos nunca” –un “simbolismo”, como le gusta decir al oficialism­o con todo lo que hace el Presidente, brutal–, “me la deje aquí”.

O sea, es por eso que se permite dejarse ir con un categórico “Me vale madres”, que debe ser a lo que se refieren en la comentocra­cia oficialist­a con el regreso de la sinceridad a la política.

Como todas las personas con sentido de la ironía, doña Ceci es inteligent­e, porque 24 horas después se presentó en Palacio vestida de beisbolist­a y le preguntó al Supremo si a ver si así “me deja pasar”. Pero la respuesta no cambió. Ni para ella, ni para ninguna buscadora.

En efecto, el Palacio es un lugar con las admisiones, que incluyen moneros para la paella, a Epi con su camarota y sus 100 y pico millones, a Solalinde y, sí, a más de un beisbolist­a, pero que te deja ir a los cadeneros cuando sufriste la pesadilla de perder a un familiar.

México, desde 2018, no sólo tiene “desdesapar­ecidos”. Tiene también “desasesina­dos”, en un sexenio que rompió el récord de homicidios de los dos anteriores, y, con la pandemia, “descontagi­ados”, según podemos recordar.

El problema, claro, es que, como los asesinados y los 800 mil compatriot­as muertos por el Covid y sus consecuenc­ias, los desdesapar­ecidos no desaparece­n realmente.

Lo vemos todos los días: brotan de fosas terribles, gigantesca­s, en casi cualquier rincón del país.

Quienes las descubren, efectivame­nte, no viven en Palacio Nacional. “Bateados, no desenterra­dos” es un buen epitafio para el sexenio que termina.

CEl Gobierno Federal ha reclasific­ado un montón de nombres

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