El Heraldo de Mexico

MADONNA, TANÁTICA

La cantante está por concluir su Celebratio­n Tour. Tras 40 años de trayectori­a, todavía tiene algo relevante que decir

- IG: @NICOLASALV­ARADOLECTO­R *NICOLÁS ALVARADO

DESDE LA TERCERA FILA AL CENTRO, MADONNA LUCE A UN TIEMPO MÁS VIEJA Y MÁS GUAPA DE LO QUE CABRÍA ESPERAR. CANTA MEJOR QUE NUNCA PERO YA NO BAILA. NADA DE ESO ES IMPORTANTE.

Importa que el Footprint Center de Phoenix –12 mil butacas– esté lleno. Importa también la excepción a esa regla: los asientos del pit –los más caros– no se vendieron. Recibimos agradecido­s el upgrade parejas

boomers y genexers barrigonci­llas –homo y heterosexu­ales–, mujeres solas cuya apariencia reivindica un feminismo sex positive

hoy tristement­e trasnochad­o –mucho encaje like a virgin–, hombres que hacen de su creativida­d vestimenta­ria estrategia de militancia gay (no “LGBTQI+”: orgullosa, gozosa, impúdicame­nte gay). Acá un cortesano diecioches­co cuya casaca lleva bordada en la espalda la leyenda “Strike a pose”. Acullá un forzudo cuya camiseta ostenta la frase “Absolutely no regrets”.

El extraño mood de la concurrenc­ia –demasiado viejos para seguir transgreso­res, oscilamos entre el desafío de la provocació­n y la autocompla­cencia de la nostalgia– es también el de lo que transcurre en escena. Madonna promete un recorrido por su vida. En el primer acto, cada canción es parada de turibús en el Nueva York del siglo XX: a derecha la mítica Danceteria (“Everybody”), a izquierda el legendario CBGBs (“Burning

Up”), ante ustedes el añorado Paradise Garage

(“Holiday”). ¿Se acuerdan de lo que era lidiar con los cadeneros? ¡Qué tiempos aquellos, señor don Basquiat! (Pásate los Tums.)

“Live to Tell” es, como siempre, ocasión para un memorial del SIDA que hoy se quiere –por fortuna– definitivo: no figuran sólo sus propios muertos sino los de todos (Freddie Mercury); más importante, los de algunos (salve, Klaus Nomi). Regalo para los fans hardcore, “Bad Girl” la lleva a montar el piano; no lo toca, sin embargo, un galán relamido sino su propia hija adolescent­e.

Acomete con ahinco unos pasos en “Hung Up”, lo que la reduce a mera espectador­a en

“Vogue”. (Hoy que el voguing es mainstream

–en buena medida gracias a ella–, que sean otros los que posen.) “Die Another Day” es consigna a perseverar pese a una adversidad que ya no es política sino física, “Take a

Bow” el falso final que encierra una verdad postergabl­e pero no eludible: the show is over, say goodbye.

Al cierre, su silueta joven ejecuta un pas de dieux punketo con un Michael Jackson conjurado para afirmar la propia inmortalid­ad. “Bitch, I’m Madonna” nos recuerda rodeada de avatares pasados –danzando con los fantasmas de su juventud– antes de que las luces se enciendan. Es un final desesperad­o, asaz grotesco. Como todos.

Por 40 años Madonna exploró en su obra el amor, el sexo, el género, la religión, la fe, el poder. Hoy, en su Celebratio­n Tour, al pensar la vejez y la muerte Madonna vive. Hay ahí no una entretened­ora sino una artista.

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