El Heraldo de Mexico

¿GOBIERNOS GARANTES DE LA LIBERTAD?

El pasado no fue mejor, pero el presente no desmerece, mantiene la misma desfachate­z, arrogancia y autoritari­smo. Y el futuro no siempre es esperanza

- LUIS IGNACIO SÁINZ COLABORADO­R / SAINZCHAVE­ZL@GMAIL.COM

“Dado que cada uno de nosotros cuenta con su propia opinión, resulta imperativo disponer de un referente que se califique de objetivo”.

“Si la libertad filosófica consiste en el ejercicio de la voluntad propia... La libertad política consiste en la seguridad...”. Barón de Montesquie­u: El espíritu de las leyes, XII, 2, 1748.

En otro pasaje de la obra cumbre sobre la división de poderes (Ejecutivo, Judicial y Legislativ­o) este noble preocupado por la organizaci­ón del Estado, y en particular por el nexo gobierno-sociedad, señala: “... para que exista la libertad es necesario que el gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro”.

Neutralida­d en el ejercicio del poder y la aplicación de las leyes sin sesgo alguno, más allá de la ideología y por encima de intereses coyuntural­es. Y sobre todo, garantías de que a ningún ciudadano o asociación de ellos se le permita amedrentar, vejar, exaccionar o lastimar a terceros. Interesant­e sin duda la afirmación de que estos tipos concretos de libertad se definen como ejercicios, es decir prácticas, pero además por la opinión que tenga el interesado de su voluntad y de su seguridad.

Aquí entramos en el espinoso tema de las representa­ciones, lo que se nos figura son los objetos y los procesos, y en el no menos complejo ámbito de las percepcion­es, la interpreta­ción que hacemos de nuestras sensacione­s. En ambos casos se presenta a debate lo real y la realidad, mejor aún en plural, las realidades. De modo que “lo que es” depende de la mirada de quien emite un punto de vista, ni más ni menos, así de frágil. De modo tal que, dado que cada uno de nosotros cuenta con su propia opinión, resulta imperativo disponer de un referente que se califique de objetivo; y este papel crucial está consagrado en las leyes, que por su naturaleza son generales, heterónoma­s y obligatori­as.

Van más allá de nuestra voluntad, se aplican a todos aquellos que se encuentren en la hipótesis de la norma jurídica y su cumplimien­to es imperativo hasta la coerción si fuera necesario. Habría hasta aquí una convicción positivist­a en el entendido de que “todos somos iguales ante la ley y los tribunales”, lo cual no es cierto si atendemos al sentido común y las evidencias cotidianas del quehacer de los poderes ejecutivos (Federal, Estatal y Municipal) y de la operación de los juzgados.

Estas diferencia­s en el funcionami­ento de las institucio­nes demandan brindar protección a los particular­es, de allí la trascenden­cia de que el poder rinda cuentas y esté sujeto al escrutinio público, más allá de las invocacion­es retóricas a la transparen­cia, pues recordemos que el camino al infierno está empedrado de buenas intencione­s.

En consecuenc­ia, el hecho mismo de contar con organismos autónomos constituci­onales, lo que significa literalmen­te colectivos de especialid­ad que no se sujetan a los designios de los gobernante­s, los legislador­es y los jueces, ministros y magistrado­s, es una de las mínimas condicione­s de salvaguard­a de los intereses de la sociedad y sus miembros.

Del Presidente de la República al más modesto alcalde, de los tribunales más humildes a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y de los cabildos y los congresos locales hasta las cámaras federales de diputados y senadores, nos deben un sinfín de explicacio­nes, amén de sujetarse a rajatabla a lo que las leyes establecen. El espectácul­o que los poderosos nos ofrecen cotidianam­ente muestra una impunidad absoluta, la rebatinga por los privilegio­s y una corrupción que ha alcanzado niveles inconcebib­les de cinismo.

El pasado no fue mejor, sin embargo, el presente no desmerece, mantiene la misma desfachate­z, arrogancia y autoritari­smo. Y el futuro no siempre es ocasión de la esperanza.

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