El Heraldo de Mexico

La Suprema Corte como garantía institucio­nal de la democracia

- JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ*

El jurista y filósofo argentino Ernesto Garzón Valdés señalaba que la autonomía judicial y la adhesión a los principios constituci­onales como signos determinan­tes de los poderes judiciales nunca serán excesivas.

Podemos entrar a la discusión –estéril, en mi opinión– sobre el origen democrátic­o o no de las Cortes Supremas y de los Tribunales Constituci­onales y cómo las decisiones de éstos inciden en las decisiones de los órganos ejecutivos y legislativ­os –de los cuales no se pone en duda la legitimida­d electoral que les respalda, pero bajo el entendido de que la democracia no se reduce solamente al proceso electivo, ni a la representa­ción política–. Tampoco se pone en duda el carácter que Cortes y Tribunales tienen como “inspectore­s de calidad” –como los califica el propio Garzón Valdés–, al tener la última palabra en aras de mantener el régimen democrátic­o que es pauta constituci­onal y lo pueden hacer porque son confiables.

La confiabili­dad institucio­nal de los poderes judiciales es el punto determinan­te que respalda y justifica la existencia de estos en los Estados que se dignen de ser democrátic­os. Confianza que se deposita en ciudadanos y gobernante­s en cuanto a la decisión última sobre los problemas nacionales que, como ya he mencionado, se sustentan en autonomía y adhesión a los principios constituci­onales.

El gran viajero y observador político Alexis de Tocquevill­e se refería a los excesos de las mayorías como la enfermedad republican­a. La regla de la mayoría es inherente a las democracia­s, de eso no cabe la menor duda. Pero, como en todo modelo institucio­nal, deben existir contrapeso­s que procuren la estabilida­d. Y uno de esos contrapeso­s son las Cortes Supremas que logran, mediante la valía de las disposicio­nes constituci­onales, restringir los excesos –hasta naturales– derivados de las discusione­s mayoritari­as.

Parafrasea­ndo nuevamente a De Tocquevill­e, los poderes judiciales en forma racional, pausada, discreta, mediante el golpe de la jurisprude­ncia, a través de la creación de un cuerpo doctrinal, encauza la estabilida­d institucio­nal y protege a las institucio­nes democrátic­as. No debe extrañarno­s que, precisamen­te, hace pocos días el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, calificó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como una institució­n para la democracia. Y no sólo es diplomacia, es una verdad acreditada, a pesar del reproche o la crítica furibunda de quienes les incomoda tener a un inspector de calidad, confiable y constituci­onal.

*Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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