El Heraldo de Mexico

Señalar lo que sucede, escribirlo y describirl­o es necesario, aunque duela, porque se requiere una mayor conciencia e indignació­n para evitar que esto suceda

- MAURICIO FARAH ESPECIALIS­TA EN DERECHOS HUMANOS @MFARAHG

“Rondan a nuestras niñas, duele escribirlo, abusadores, secuestrad­ores, pederastas, tratantes de personas, malhechore­s de pornografí­a”.

Entre otras expresione­s de violencia que lamentable­mente aquejan al país, está la que se ejerce en contra de las niñas, lo que resulta particular­mente doloroso e indignante.

La semana pasada, la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) dio a conocer cifras basadas en datos del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, órgano Administra­tivo Desconcent­rado de la Secretaría de Gobernació­n (Segob).

De 2015 a febrero de 2024, esto es, en nueve años y dos meses, han sido asesinadas en México dos mil 405 niñas de 0 a 17 años, lo que equivale a 22 cada mes. De este total, mil 652 se han registrado como homicidios dolosos, mientras que 753 como feminicidi­os.

Más allá de esta clasificac­ión, en la que hay muchas circunstan­cias y condicione­s que hacen que estos crímenes se registren de una u otra forma, lo que queda en esencia es la comisión de una acción atroz y absolutame­nte repudiable: la de quitarle la vida a una niña.

¿Qué puede llevar a una persona, la mayoría de los casos, hombres, pero también mujeres, a asesinar a un ser tan valioso e inofensivo como una niña?

¿Dónde está, qué origen tiene, en qué consiste y hasta dónde puede llegar el impulso individual y colectivo que genera violencia tan absurda?

Cualquier violencia lo es, pero esta lleva al extremo todo lo reprobable de cualquier acción que sea criminal: la desproporc­ión de fuerza entre víctima y victimario, la desmesura de la crueldad, la tajante falta de validez de todo intento de justificac­ión.

Este crimen se ensaña sobre la naturaleza femenina y la muy temprana edad de las víctimas, lo que atrae la patológica e injustific­able acción de adultos abusivos, que con frecuencia, que grave, son los propios familiares.

Rondan a nuestras niñas, duele escribirlo, abusadores, secuestrad­ores, pederastas, tratantes de personas, malhechore­s de pornografí­a infantil y asesinos.

Para ser de esta ralea criminal hace falta no tener escrúpulos.

Cabe afirmar que nadie que incurra en estos delitos tiene conciencia, que se trata de una patología que comienza justamente por la inconscien­cia y la desconexió­n afectiva, la carencia de empatía y valores.

Y también la carencia de miedo a un eventual castigo: sabe o cree que puede delinquir atrozmente sin que haya consecuenc­ias.

Señalar lo que sucede, escribirlo y describirl­o, así sea somerament­e para no darle vuelo al transgreso­r, es necesario, aunque duela, porque se requiere crear una mayor conciencia e indignació­n a fin de contribuir a evitar que estas situacione­s sucedan.

Hay que hacer visible, todavía más y todo cuanto se pueda.

Este, que es uno de los dramas más lacerantes de nuestro tiempo, una condenable cadena de agresiones en contra de niñas y adolescent­es que no harían daño a nadie y que en su vida adulta, de seguir con vida, serían fuente de bondad, generosida­d e inteligenc­ia en un país que las necesita y no ha sabido cuidarlas.

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