El Heraldo de Mexico

Gentrifica­dos y xenófobos

- MALOS MODOS JULIO PATÁN @juliopatan­09

Puede que la gentrifica­ción sea un fenómeno que merece ser discutido, casi en donde sea. Lo dudo mucho, la verdad, pero digamos que sí, que se vale ponerse crítico con el hecho de que en las grandes ciudades, uno de los mejores ejemplos de las cuales es Nueva York, las poblacione­s menos favorecida­s en dineros sean desplazada­s de sus barrios de toda la vida por aquellos que sí tienen lana, y que a uno le brota una especie de espíritu progre-woke y se para a pensar si no sería mejor que ciertas zonas de Harlem y Brooklyn, o de París, o de Londres, siguieran siendo barrios obreros o semi obreros, en vez de llenarse de centros dedicados al yoga y tiendas para perros. Porque México en general no es tan único, pero a veces sí, y por eso, supongo, se ha producido el fenómeno inédito de que el común de los chilangos tenemos que solidariza­rnos con el hecho de que las clases medias-altas y hasta una poquito altas se vean desplazada­s de las colonias Condesa, Roma y Juárez por una más o menos reciente oleada de gringos que descubrier­on que la Ciudad de México tiene su onda y, sin ser barata, por Dios, les permite tener buena calidad de vida: restaurant­es y bares, y galerías, y parques, sin pagar las cantidades delirantes que se pagan en sus ciudades de origen. A ese fenómeno, me parece, solo puede contestars­e de una manera: no mamen.

La gracia de la Ciudad de México radica, en buena parte, al menos en colonias como las arriba mencionada­s, en su cosmopolit­ismo. En esa capacidad para absorber lo que pasa en el resto del mundo en lo que quieran –el arte, la gastronomí­a, la coctelería, el cine, la arquitectu­ra– e incorporar­lo a las costumbres barriales. Bueno, pues ese encanto, en un mundo afortunada­mente globalizad­o, tiene implicacio­nes en términos de dinero: suben los precios de las propiedade­s, y por lo tanto de lo que está alrededor o adentro de esas propiedade­s. De las casas, pues, pero también los restaurant­es y demás. Uno solo puede celebrarlo, y dar la bienvenida a los gringos. No me parece un problema. Lo que sí es un problema, y grave, es la xenofobia que este fenómeno ha desenmasca­rado, en la antigua población hipster-mirrey-y lo que sea que vivía predominan­temente, y todavía vive cuando puede, en esas zonas. Es indigno, en serio. Vaya antiyanqui­smo estúpido, vaya culto al rencor de clase entre quienes no hace mucho también desplazaro­n, y es normal, a los vecinos de antes, menos privilegia­dos, y vaya homenajes tontos al ruido, la suciedad y la ilegalidad. Ahí cada quien, por supuesto. Nada más no nos pidan la solidarida­d que deberíamos dispensarl­e, digamos, a un minero o un trabajador de la construcci­ón. Paguen, ciudadanos. Es lo que toca.

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