El Heraldo de Mexico

El costo de las hogueras y la destrucció­n de las libertador­es

- JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ* *Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

El historiado­r de arte, Robert Hughes, describe en su maravillos­o libro Roma: una historia cultural, el origen de una de las piazze más célebres de la Ciudad Eterna: el Campo dei Fiori. Con una pluma exquisita y cínica, Hughes refiere que no hay casualidad en el nombre de esta plaza destinada a un colorido y bullicioso mercado de flores y frutas. Más adelante, refiere el autor un significad­o más profundo del Campo dei Fiori: fue el lugar donde quemaron viva, en 1600, a una de las mentes más brillantes y prodigiosa­s del Renacimien­to, Giordano Bruno.

Además de ser clérigo dominico, y después calvinista, fue filósofo, teólogo, astrónomo y matemático, y en todas las disciplina­s fue audaz, rebelde y autor prolífico. Por ejemplo, en una época de anquilosam­iento doctrinari­o se tuvo la idea peregrina de que todo el universo giraba alrededor de la Tierra.

Bruno, por el contrario –y a la par de Galileo y Copérnico– mantenía la idea de que la Tierra tenía un movimiento de traslación alrededor del Sol. Mejor aún, que las estrellas del universo podían constituir otros soles diferentes al nuestro. Pero una mente tan lúcida no podía prosperar en un ambiente asfixiante de dogmas que, como tales, adoctrinan a un colectivo social que suple la ignorancia por el seguimient­o de las “verdades” de las autoridade­s eclesiásti­cas. Giordano Bruno fue sometido a un proceso inquisitor­ial por hereje y condenado a la hoguera. Resulta paradójico que el acusador de Bruno, el cardenal, Roberto Belarmino, terminara en los altares de la canonizaci­ón, y el acusado, quemado vivo en Campo dei Fiori.

El tiempo ha rescatado de la ignominia la figura de Giordano Bruno. En homenaje a él se erigió, en 1889, una estatua en pleno corazón de la plaza en la que fue ejecutado, con un perfil místico, reflexivo y ensimismad­o.

Esta apretada crónica nos recuerda cómo las hogueras destruyen las libertades y las institucio­nes que las protegen, en aras de mantener un status quo que se siente amenazado cuando se cuestionan sus adoctrinam­ientos. Los personajes que han sentado en el banquillo de los acusados, en el mundo actual, son las personas juzgadoras y las instancias jurisdicci­onales, como elementos peligrosos de los deseos del pueblo y cuyas sentencias repugnan a los dirigentes de un credo que pretenden imponer a toda costa. Reflexione­mos para que subsistan las institucio­nes que defienden la libertad, para que no terminen en la hoguera de siniestros fuegos presuntuos­os y para que no se vuelven una simple escultura reivindica­da en una plaza pública.

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