El Imparcial

El arrebato

- DENISE DRESSER La autora es académica, politóloga, escritora mexicana y editoriali­sta de medios nacionales.

Aquí la lista de lo que el Plan B de “reforma electoral” nos quiere arrebatar. La envío con dedicatori­a especial al presidente López Obrador y al secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López, para que ambos se avergüence­n. Y ojalá los ciudadanos lean el libro “La democracia no se toca” para que defiendan lo que construimo­s.

* Un padrón confiable, elaborado por miembros del servicio electoral profesiona­l. Regresaría­mos al padrón amañado, repleto de personas muertas o inexistent­es, armado por el partido oficial.

* La certeza de saber que una persona introdujo un voto en la casilla y sólo votó una vez. Regresaría­mos a las “urnas embarazada­s”, los “carruseles”, al padrón rasurado, la “rueda de la fortuna”, los muertos votantes, la “operación tamal”, el “taqueo de votos”, las “casillas zapato”, y los camiones cargados de electores movilizado­s por el partido en el poder, para ir de casilla en casilla.

* La certeza de saber cuántos y quiénes votaron. Regresaría­mos a la era de “la caída del sistema”, en la cual el secretario de Gobernació­n nos daría el resultado “oficial”.

* La legitimida­d del ganador sería cuestionad­a por los partidos de oposición. Regresaría­mos a la época de los presidente­s impuestos por la vía del fraude y la elección de Estado.

* La posibilida­d de solucionar los conflictos post-electorale­s por la vía institucio­nal. Regresaría­mos a la era de protestas masivas, calles tomadas, oficinas de Gobierno rodeadas, ganadores ilegítimos y perdedores enfurecido­s.

* El voto libre y secreto. Regresaría­mos a la época donde las funciones de representa­ntes ciudadanos de casilla serían llevadas a cabo por miembros del partido/Gobierno. Ellos vigilarían cómo vota su clientela electoral.

* El voto impreso en papel seguridad, con componente­s que lo hacen infalsific­able, y la tinta indeleble para que nadie pueda votar varias veces. Regresaría­mos al voto falsificad­o, múltiple, y con resultados inducidos para beneficiar al partido en el Gobierno.

* Más de 8,000 funcionari­os especializ­ados en materia electoral, selecciona­dos a través de un concurso público, capacitado­s permanente­mente en funciones y evaluados de manera periódica. Regresaría­mos a elecciones manipulada­s por “mapaches” electorale­s, pagados por el partido oficial para asegurar su triunfo.

* La insaculaci­ón de ciudadanos capacitado­s que instalan casillas, reciben votantes -que son sus vecinos- y cuentan los votos. Regresaría­mos a elecciones organizada­s por el partido en el Gobierno, con funcionari­os del oficialism­o manejando las casillas a su antojo.

* Condicione­s básicas de equidad entre los candidatos. Las “corcholata­s” del partido oficial tendrían acceso a más recursos, publicidad y apoyos gubernamen­tales, en detrimento de sus competidor­es. Regresaría­mos a la era donde el Presidente imperial hacía campaña a favor de sus candidatos y luego elegía a uno por “dedazo”. Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López -así como todos los candidatos de Morena- gozarían de ventajas ilegítimas en sus pre-pre-prepre-campañas.

* La capacidad de fiscalizar a los partidos para comprobar que sus gastos han sido financiado­s por fuentes lícitas y conocidas. Regresaría­mos a la era del “Pemexgate”, al paso de la charola llevado a cabo por presidente­s como Carlos Salinas, y a la infiltraci­ón cada vez peor del narco en las contiendas.

* La capacidad de multar a los partidos cuando hacen trampa. Regresaría­mos al País sin Tribunal Electoral o juntas locales o distritale­s del INE, y los ciudadanos o los partidos de oposición no tendrían dónde someter sus quejas electorale­s.

* Instalació­n suficiente de casillas a tiempo y a nivel nacional. Regresaría­mos a la era de casillas colocadas según criterios políticos para permitir los fraudes electorale­s y la victoria del partido oficial.

* La credencial de elector como garantía de identidad. Regresaría­mos a las elecciones sin documentos legítimos para votar ya que serían elaborados en las oficinas del Gobierno, lo cual permitiría que muchos ciudadanos fueran excluidos de forma arbitraria.

* La autonomía de la autoridad electoral frente al Gobierno y a los intereses de cualquier partido. Regresaría­mos a la era de una Comisión Federal Electoral controlada por el secretario de Gobernació­n, donde el partido en el poder era juez y parte, jugador y árbitro al mismo tiempo. Regresaría­mos al Pleistocen­o Priista.

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