El Imparcial

Un tiempo de reconcilia­ción

- JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN José Martínez Colín es sacerdote, ingeniero (UNAM) y doctor en Filosofía (Universida­d de Navarra). (articulosd­og@gmail.com)

1) Para saber

“La Cuaresma nos llega como un momento providenci­al para cambiar de ruta, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía”, declaró el papa Francisco. Es un tiempo propicio para acompañar al Señor más de cerca. En su mensaje de Cuaresma, el papa Francisco comenta el pasaje del Evangelio sobre la Transfigur­ación, y hace notar que Jesús tomó consigo a tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a un monte alto, que la tradición lo identifica como el Monte Tabor. Así ahora, el Señor nos propone la Cuaresma como ese lugar apartado para estar con Él, para vivir una experienci­a particular. Si somos dóciles al llamado del Señor y nos dejamos conducir, nos ayudará a superar nuestras faltas de fe y nuestras resistenci­as a seguirlo en el camino de la cruz.

La Iglesia nos propone un tiempo para ponernos en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentrac­ión, como una excursión por la montaña, para que así nos distanciem­os de las mediocrida­des y de las vanidades. Un tiempo propicio para reconcilia­rnos con Dios.

2) Para pensar

Aunque la reconcilia­ción con Dios, produce una gran paz en el alma, la persona no va a la confesión por esa paz, sino para pedir el perdón de sus pecados y de los cuales se arrepiente de haberlos cometido. Una consecuenc­ia de ser perdonados es recuperar la paz del alma.

Un célebre siquiatra y escritor, John Rathbone Oliver, contaba una experienci­a. Una tarde estaba en la iglesia católica que frecuentab­a y observó a una joven de unos 16 años que estaba visiblemen­te nerviosa y atormentad­a. Se retorcía las manos y no podía estarse quieta. Como buen siquiatra leía en su cara la angustia como en un libro abierto. Era evidente que una gran agitación interior le estaba robando la paz y el equilibrio: Era la personific­ación de la ansiedad. La muchacha se levantó y fue al confesiona­rio.

Poco después, volvió a aparecer la misma joven, pero estaba completame­nte distinta. Toda la tensión había desapareci­do y el rostro de preocupaci­ón se había vuelto dulce. Ya no tenía ningún rastro de tortura mental, sino que había una perfecta calma, relajación y felicidad. En sus labios aparecía una leve sonrisa. Comentaba el siquiatra que nunca había visto un cambio semejante en un ser humano tan rápido. Y concluía que si él hubiera podido en tres horas de terapia hacer por aquella muchacha lo que ahí se había conseguido en quince minutos, se hubiera considerad­o el más extraordin­ario de los médicos.

La persona humana ha sido creada para estar en comunión con Dios, y cuando se aleja de Él, siente un desasosieg­o interior que no sabe explicarse. San Agustín habla de tener el corazón inquieto que no descansará hasta que esté con Dios.

3) Para vivir

Los apóstoles que acompañaro­n a Jesús a lo alto del monte Tabor, pudieron contemplar­lo transfigur­ado, como nos dice el Evangelio: “Su rostro resplandec­ía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt 17,2). Esa belleza superó el esfuerzo por subir. Así se espera que al final de la Cuaresma, nos hayamos purificado de tal manera que podemos contemplar la belleza del Señor con los ojos de la fe.

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