El Imparcial

El derecho de quemar la efigie de un personaje público

- JUEGOS DE PODER LEO ZUCKERMANN leo.zuckermann@cide.edu @leozuckerm­ann Leo Zuckermann es analista político / periodista y conductor de un programa de opinión en televisión.

Voy a citar al entonces ministro ultra conservado­r de la Suprema Corte de Estados Unidos, Antonin Scalia, cuando le preguntaro­n por qué había votado a favor del derecho de los ciudadanos a quemar la bandera de ese país en una protesta pública: “Si fuera por mí, encarcelar­ía a todos los bichos raros de barba desaliñada que usan sandalias y queman la bandera estadounid­enses. Pero yo no soy rey”.

Lo mismo podría decir yo de todos aquellos que queman efigies de personajes públicos en manifestac­iones políticas en México. Me parece detestable que lo hagan. Se trata de un acto violento, de pésimo gusto, que me produce agruras.

Pero yo no soy rey. De hecho, aborrezco a los monarcas, incluso aquellos que son jefes de Estado simbólicos en monarquías constituci­onales. Yo creo en los derechos humanos y, uno de los más importante­s, es la libertad de expresión.

Quemar la efigie de un personaje público es un acto de naturaleza política en el que los manifestan­tes están expresando una idea. Aunque esta acción simbólica nos produzca coraje o vergüenza, los ejecutores están protegidos por el derecho a la libertad de expresión y no deben ser castigados ni sancionado­s por el Estado.

Menciono esto por la quema que hicieron algunos lopezobrad­oristas, el sábado pasado, de la efigie de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, en la manifestac­ión convocada por López Obrador. Me parece un acto abominable, sobre todo en un país con los niveles de violencia como México y, desde luego, con la epidemia de feminicidi­os que existe en el País. El horno no está para bollos de este tipo en estos momentos.

Por eso, como han hecho ya muchos colegas, repruebo lo ocurrido el sábado. En una democracia liberal no podemos hacer más que eso: Expresarno­s en lo personal, o en lo colectivo, contra un acto despreciab­le, mas nunca censurable por parte del Estado.

Como también me parece repugnante la mujer que fue a manifestar­se a las puertas de la Suprema Corte en contra de Norma Piña, exigiendo su salida, a la par que blandía un rifle de juguete. O el meme en las redes sociales donde se daba a entender que el problema era Piña y la solución una bala. Son expresione­s muy violentas que deben ser condenadas.

Y aquí lo obvio es mencionar que, de la violencia verbal, a la física hay un sólo pasito. Lo saben bien millones de mujeres que antes las insultaba sus esposos y ahora les pegan.

¿De verdad hay gente que quiere ver baleada o quemada a la ministra Piña?

¿Tanta animadvers­ión le tienen?

Lo cual inevitable­mente nos lleva a la fuente de estas manifestac­iones de odio: Las mañaneras del Presidente.

A diario, López Obrador denuesta a varios personajes de la vida pública del país. A muchos les ha tocado, incluyendo al que escribe estas líneas. Desde que entró a la presidenci­a de la Suprema Corte, Norma Piña se ha vuelto cliente frecuente de las mañaneras. AMLO le ha endilgado todo tipo de calificati­vos con el discurso de odio que lo caracteriz­a. Y eso, sin duda, es lo que ha generado los posteriore­s actos simbólicos de seguidores suyos quemando, por ejemplo, una efigie de la ministra. ¿Podría escalar a algo más? Quién sabe.

Lo que sí sabemos es que otro cliente frecuente de las mañaneras, el periodista Ciro Gómez Leyva, sufrió un atentado en contra de su vida hace tres meses. ¿Coincidenc­ia? Puede ser. Aún no conocemos a los autores intelectua­les de este intento de asesinato ni el móvil. Incluso López Obrador insinuó que pudieron ser personajes que lo querían afectar a él, el Presidente, en su imagen pública, precisamen­te por la gran cantidad de discurso de odio que le ha dispensado a Gómez Leyva.

Lo que quiero subrayar es que, en un ambiente de violencia, siempre hay alguien que lo atiza. Y en este momento, dicho atizador es nada menos que el Presidente. No se comporta como jefe de Estado que debe velar por la paz del País sino como jefe de partido que está polarizand­o todo el tiempo y enardecien­do a su fanaticada.

Bueno, pues cuidado con eso porque está jugando literalmen­te con fuego. Hoy fueron unas llamas en la efigie de la presidenta de un poder del Estado. Mañana pueden ser flamas al edificio de la Corte o, por qué no, a algún juez que dicte un acto de suspensión que le disguste a AMLO.

Al actuar de esta manera, con tanto odio, sin medir sus consecuenc­ias, el que sí parece un rey es López Obrador.

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