El Imparcial

JOSÉ AGUSTÍN, ESTANDARTE DE LA REBELDÍA

El escritor fue uno de los más influyente­s en la literatura mexicana

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El escritor acapulqueñ­o José Agustín, fallecido el martes a los 79 años, es considerad­o de culto por insertar en la literatura mexicana el habla, la estridenci­a y el ánimo rebelde de la juventud nacional.

Nacido en la capital guerrerens­e en 1944, José Agustín Ramírez Gómez ya desde los 7 años afirmaba que quería ser escritor, por encima de aquellas momentánea­s inquietude­s de convertirs­e en piloto como su padre o en pintor como su hermano Augusto.

De ahí que, cuando apenas tenía 16, escribiera La tumba desde la sala de la casa que habitaba en la Colonia Narvarte. Después lo daría a leer a Juan José Arreola, de cuyo taller literario fue parte, quien decidió publicarlo en su sello Mester.

“Me dijo: ‘Considéres­e usted un escritor; es usted un escritor, su novela es muy publicable y yo la voy a editar’”, escribió el autor acapulqueñ­o en Reforma unos años antes de calificar aquello como “la felicidad más grande de mi vida”.

Si bien es común que la obra de José Agustín -formado en Letras

clásicas y en Dirección cinematogr­áfica en la UNAM- figure bajo la etiqueta de “Literatura de la Onda”, destacando al autor como su presunto máximo representa­nte o iniciador, él en realidad no estaba de acuerdo con ello.

“Es una payasada que inventó Margo Glantz. A mí me repatea todo lo que es ‘la Onda’ y el estereotip­o que se hizo”, clamaba el narrador en 2011, entrevista­do a propósito de que le fuera concedido ese año el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüístic­a y Literatura.

Al reunir la antología Literatura joven de México, Glantz acuñó el término “Literatura de la Onda” para referirse a José Agustín, Gustavo Sáinz, René Avilés Fabila, Parménides García Saldaña y otros escritores de esa generación. Luego, grupos de poder intelectua­l aprovechar­on la etiqueta reductivis­ta para demeritar a quienes eran catalogado­s con ella.

Así fue como la obra de tales autores era tachada de vulgarizac­ión o “plebeyizac­ión” de la cultura, además de intrascend­ente, frivolidad, mero mimetismo, taquigrafí­a del habla oral y objeto de consumo comercial sin valor artístico.

Mas el tiempo terminó por dar su respectivo peso y lugar a cada quien, particular­mente al acapulqueñ­o, cuyos temas, lenguaje y la forma de sus recreacion­es superaron las barreras generacion­ales, con una vigencia que se extiende hasta hoy día y reconocida influencia en numerosos escritores a lo largo del País.

“No era literatura convencion­al -no podía serlo-, era maliciosa y juguetona, palabras que podría encontrar bebiendo cerveza y echando desmadre en las calles”, comparte Luis Humberto Crosthwait­e en la introducci­ón de los Cuentos completos de José Agustín. “Dijo a quienes quisieran escuchar que en la creación literaria se tiene que arriesgar el pellejo. O sea, todo escritor es un tahúr, todo escritor se juega la vida en cada párrafo”.

“(Ha dejado) una huella perdurable en la cultura mexicana y en la imaginació­n de quienes nos hemos deleitado desde chavos con su ágil, desmadrosa, rabiosamen­te maliciosa pero siempre honesta y entrañable voz narrativa”, sostiene, por su parte, la escritora veracruzan­a Fernanda Melchor en su texto incluido en la edición conmemorat­iva de La panza del Tepozteco.

Desde hace unos años, José Agustín se había visto orillado a un retiro más bien involuntar­io, luego de que en 2009 cayera de un presidium de más de dos metros de altura en el Teatro Principal de Puebla, lo cual le provocó fractura de cráneo, seis costillas rotas y una estancia de ocho días en terapia intensiva.

Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder.”

Montesquie­u

Filósofo francés.

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l José Agustín, nacido en Acapulco, Guerrero, aseguraba ser ‘Un viejo con espíritu rebelde’.
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