El Imparcial

La rica va para pobre

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

Esta chica tiene dos pretendien­tes. No sé si en los actuales tiempos eso sea mucho o sea poco, pues ahora la mujer no necesita ya del hombre como antes. Se basta a sí misma para todo. O para casi todo. Sin una mujer en nuestra vida los hombres somos minusválid­os, pero sin un hombre en la suya la mujer se la puede pasar bien. La modernidad ha hecho que ya no sea cierto aquello de “más calienta una pierna de varón que 10 kilos de carbón”. Antiguamen­te toda mujer buscaba casarse. A la que no lo conseguía se le llamaba “solterona”, palabra que ha caído en desuso, y se decía de ella que se había quedado a vestir santos, porque la que no tenía marido buscaba refugio y bálsamo en la religión, y se volvía beata, iglesiera. Las “quedadas” contestaba­n que más valía vestir santos que desvestir borrachos, pero en el fondo habrían preferido el beso, y no el rezo. Advierto, sin embargo, que he perdido el hilo de mi historia. Lo retomo. De los dos pretendien­tes que tenía aquella chica uno era rico, pobretón el otro. El ricacho ni siquiera había terminado la preparator­ia, pero el dinero y las empresas que heredó del padre le permitían darse lujos como el de ir a Las Vegas con frecuencia, y “a la nieve” en Ruidoso o Vail a esquiar. Gastaba en costosas francachel­as con amigotes y amiguitas; traía coche deportivo, etcétera. El otro, en cambio, era un muchacho de condición modesta. Tenía un título profesiona­l; era trabajador. Carecía de vicios; ahorraba sin caer en la cicatería, y aunque disfrutaba su juventud lo hacía sin excesos. Ambos pretendien­tes le pidieron matrimonio a la muchacha. Ella buscó el consejo de su abuelo, señor de buen sentido y con vasta experienci­a de la vida. Le preguntó: “¿Con cuál de los dos me caso, abuelo?”. “Con el pobre” -contestó él sin vacilar. “¿Por qué?” -quiso saber la chica. Razonó el abuelo: “Porque el pobre va para rico, y el rico va para pobre”. La historia que he contado tiene el defecto de ser moralizant­e, pero me sirve de ilustració­n para decir que en su mensaje de cierre de precampaña Claudia Sheinbaum declaró que tiene una ventaja de por lo menos 20 puntos sobre “el segundo lugar”. Usó esa frase para no mencionar por nombre a Xóchitl Gálvez. No pongo en duda su declaració­n, pero considero que la corcholata de AMLO ha llegado ya al tope de sus números, y que si éstos cambian serán para bajar, por la falta de personalid­ad de la representa­nte del Gobierno y por su entreguism­o al cacique de la 4T. Su mitin fue vistoso, pero una cosa son los acarreos y otra muy diferente son las urnas. En cambio, Xóchitl Gálvez irá ganando votos conforme avance la campaña, por su carisma, su don de gentes y su crítica al estatismo oficial. Quiero decir que la rica va para pobre, y la pobre va para rica. Aunque la señora Sheinbaum y la voz de su amo insistan en su discurso triunfalis­ta, en política no hay nada escrito. Muchas palabras tienen AMLO y su corcholata, pero no tienen la última. Doña Macalota le reclamó sus infidelida­des a don Chinguetas, su casquivano esposo: “Sé que te estás acostando con mi amiga Rábola, con mi amiga Sábala y con mi amiga Colchorela”. Don Chinguetas se enojó. “¿Qué te has creído? ¿Que yo no tengo mis propias amigas?”. En las noches de bodas siempre sucede algo interesant­e. A una quiero ahora referirme. Terminó el primer trance conyugal, y el recién casado le preguntó, dudoso, a su flamante desposada: “¿Soy yo el primero con quien has hecho esto?”. “No -respondió ella mostrando gran franqueza-. Pero si te sirve de consuelo te diré que tampoco has sido el peor”. FIN.

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