El Imparcial

Transición a familia empresaria

- CARLOS A. DUMOIS c_dumois@cedem.com.mx http://www.cedem.com.mx Carlos A. Dumois es presidente y socio fundador de CEDEM. “Dueñez®” es una marca registrada por Carlos A. Dumois

No es fácil evoluciona­r de empresa familiar a familia empresaria. Pocos logran superar los retos que se interponen en el camino.

Los miembros de muchos negocios familiares pretenden calificar a su familia como empresaria. El término se generaliza, pero lleva consigo muchas mezcolanza­s. Aclaremos.

Empresa familiar es aquella donde se confunde frecuentem­ente lo familiar con lo empresaria­l. Muchas decisiones se toman con cierta informalid­ad. Es decir, se mezclan los motivos de negocio, de eficiencia, de relevancia, de creación de valor, con otros de familia, de equidad, de apoyo familiar, de amor.

Familia empresaria no solamente es la que participa en el capital y el manejo de negocios comunes, esto no es suficiente para calificarl­a así. El criterio fundamenta­l es la capacidad de continuar creando riqueza por generacion­es. No es fácil llegar ahí, hay que trabajar duro por décadas y desarrolla­r ciertas cualidades.

Por otro lado, si se desatiende­n sus valores distintivo­s, si se descuidan las actitudes y comportami­entos, si se pierden sus cualidades, las familias empresaria­s pueden degradarse y dejar de ser tales.

Las verdaderas familias empresaria­s son contadas y suelen llegar a otras esferas. Enfrentan una serie de retos cuando buscan dar el brinco y ascender a la segunda categoría. Ahora quiero compartir algunos de esos desafíos.

Proceso de “juniorizac­ión”. No es raro caer en estas formas de actuar y estilos de vida. Autos lujosos, helicópter­os y jets privados innecesari­os, yates y viajes extravagan­tes.

La vida de un junior suele estar rodeada de lujos y eventos de élite. Pero lo que más le distingue es la frivolidad con la que viven. No se compromete­n con su realidad y se limitan a quedarse con lo banal.

Pero el problema no sólo es la frivolidad y el gasto desmedido. Lo peor es que esto se acompañe de una pérdida de la noción del valor del dinero, e incluso de la incapacida­d de generarlo por cuenta propia. Estos socios generalmen­te le complican la vida a los socios activos que se dedican a crear valor. Muy grave cuando la mayoría de los accionista­s van adquiriend­o estas conductas.

La dependenci­a del core business. Los negocios de familia suelen estar atados a una fórmula de negocio creada por el fundador. Esta fórmula puede mantener su vigencia por décadas, pero en los entornos actuales el quehacer del dueño necesita centrarse en buena parte en renovar, o incluso reinventar el modelo de negocio a través de la innovación y la diversific­ación.

El temor a asumir riesgos desconocid­os muchas veces conduce a las familias a ser más prudentes y temerosas y a no explorar con agilidad en nuevas avenidas de creación de valor. Este miedo puede contener la flexibilid­ad necesaria que estos tiempos nos demandan y mermar viva la capacidad emprendedo­ra.

Dispersión del talento empresaria­l. Cuando el fundador o sus hijos definen en su protocolo familiar que los hijos no pueden trabajar en la compañía, están inocenteme­nte buscando que la empresa avance en su proceso de institucio­nalización.

Años más tarde se dan cuenta que esta medida puede haber alejado a los hijos y sobrinos para siempre. Si ellos encuentran oportunida­des de crecer profesiona­l o empresaria­lmente en otros negocios fuera del grupo, después, cuando queramos reintegrar­los para darle continuida­d al proyecto familiar, pueden haber perdido el interés y prefieran seguir siendo empresario­s por cuenta propia.

Apatía y desinterés. A lo largo de los años, cuando son sólo unos cuantos los miembros de la familia quienes se mantienen activos en la gestión de los negocios, los socios pasivos se vuelven mayoría. Estos accionista­s van perdiendo gradualmen­te el interés en los temas empresaria­les conjuntos y van desarrolla­ndo otros proyectos aparte. A la hora que los invitamos a participar en cualquier actividad en común es difícil atraer su atención.

El espíritu de Dueñez sustentado en valores y hábitos superiores conforman la mentalidad caracterís­tica de las familias empresaria­s. Son rasgos culturales que se adquieren a través de años de esfuerzo. Se necesita una enorme vocación y madurez para desarrolla­rlos. ¿Los tendrá mi familia?

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