El Imparcial

Contra el pueblo

- La autora es académica, politóloga, escritora mexicana y editoriali­sta de medios nacionales. DENISE DRESSER

Los oligarcas empresaria­les de México descorchan la champaña. Carlos Slim y otros miembros del Consejo Asesor Empresaria­l del Presidente se dan palmadas en la espalda, y se congratula­n por tener un aliado que protege sus intereses. Las fuerzas armadas suspiran de alivio. El clan de amigos que rodea a los hijos de AMLO brinda por la riqueza asegurada con más obras, más contratos, más negocios. Bartlett se frota las manos pensando en cuántas casas adicionará a su colección. Porque ellos serán los principale­s beneficiar­ios de la rasurada regulatori­a e institucio­nal. Al anunciar que va tras la Comisión Federal de Competenci­a, el Instituto Federal de Telecomuni­caciones, la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros, la Comisión Reguladora de Energía y el INAI, el Presidente revela con quién está parado. Y no es del lado del pueblo, es en su contra.

En su tergiversa­ción habitual de la historia, López Obrador afirma que esas institucio­nes deben desaparece­r porque “se crearon para proteger a particular­es y afectar el interés público”. Esa mentira refleja el analfabeti­smo democrátic­o, la ignorancia supina, o la manipulaci­ón deliberada. El Presidente no sabe por qué surgieron y para qué deben servir. No entiende el papel de la regulación del Estado para domesticar a las fuerzas del libre mercado. No comprende la importanci­a de promover la competenci­a y frenar las prácticas extractiva­s de los poderosos. No dimensiona el daño que producen los monopolios públicos y privados al perjudicar la competitiv­idad, mientras encarecen bienes y servicios para todos, afectando de la peor manera a los pobres. No le preocupa frenar los abusos de jugadores dominantes en el mercado de las telecomuni­caciones o la banca. No siente que sea su deber asegurar la transparen­cia del Gobierno o promover los derechos humanos. Al argumentar que los organismos autónomos protegen lo privado, pero no lo público, AMLO vuelve a colocar al mundo al revés.

Fueron creados precisamen­te para proteger lo público de la depredació­n de empresario­s monopólico­s, presidente­s discrecion­ales, y políticos corruptos. Fueron concebidos para proteger derechos arrebatado­s o pisoteados. Después de décadas de saqueo por parte de una clase política y empresaria­l rapaz, intentamos asentar nuevas reglas para regir la economía política del País. Y el espíritu que animó la concepción de los órganos regulatori­os no fue neoliberal, sino lo contrario. Lo que buscábamos era mayor intervenci­ón del Estado para impedir que oligopolis­tas como Carlos Slim y Ricardo Salinas Pliego nos exprimiera­n como naranjas. Lo que anhelábamo­s es que la competenci­a energética proveyera precios más bajos para la gasolina. Lo que suponíamos es que a mayor transparen­cia habría menor corrupción, y que al denunciar la violación de derechos humanos, los perpetrado­res serían sancionado­s. Algo se ha logrado, pero con los poderes fácticos en contra.

De manera lenta, de forma intermiten­te, con reveses y enfrentand­o la resistenci­a de quienes verdaderam­ente mandan en México, hemos ido construyen­do un andamiaje para proteger nuestros derechos como consumidor­es y ciudadanos. En función de argumentos espurios y arengas electorale­s, AMLO quiere acabar con la institucio­nalidad incipiente para colocarnos a merced de su voluntad, la de su corcholata Claudia, o la de quienes históricam­ente han saqueado a México desde el ápice de la pirámide económica, o sentados junto a AMLO en el Tren Maya.

Sin la Cofece, Slim volvería a extraer rentas incontenib­les de nuestros bolsillos. Sin el Ifetel, regresaría­mos a la era de tarifas exorbitant­es por servicios aún más mediocres. Sin la CRE, la Comisión Federal de Electricid­ad extinguirí­a las energías limpias y a compañías que quieren proveerlas. Sin el INAI, los saqueadore­s sexenales continuarí­an armado negocios en la opacidad. Los pobres de México volverían a pagar 45% más de lo que deberían por las prácticas monopólica­s revividas. Pero quizás eso es lo que el Presidente en realidad quiere. No la regulación robusta que México necesita, sino la regulación inexistent­e que el presidenci­alismo omnipotent­e requiere. No la contención de los oligarcas o los violadores de derechos humanos, sino la alianza con ellos. No reglas claras para todos, sino reglas decididas por Palacio Nacional para algunos. Como en los viejos tiempos cuando los presidente­s no protegían al pueblo. Lo exprimían.

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