El Imparcial

EPICENTRO ¿Teleprompt­er? ¡Debates!

- LEÓN KRAUZE El autor es periodista, conductor y escritor. Actualment­e conduce noticieros en Univisión en Los Ángeles, California.

Hay polémicas auténticas, falsas polémicas y polémicas absurdas. La semana pasada, la campaña presidenci­al nos regaló una de las últimas. La candidata de la oposición cerró su primera etapa rumbo a la elección con un discurso cuya sustancia merecía análisis. Como es costumbre en la discusión pública mexicana, el debate se concentró en una ridiculez: Xochitl Gálvez apoyó su lectura en el teleprompt­er. Llovieron críticas, como si leer un discurso fuera en detrimento de su trascenden­cia o, incluso, su calidad.

El calibre del absurdo quedó claro de la manera más curiosa. Días más tarde fue Claudia Sheinbaum quien leyó su discurso de cierre de campaña. Como el de Gálvez, fue un discurso digno de análisis, como declaració­n de intencione­s de Gobierno e identidad política. ¿Cuánta importanci­a tuvo que Sheinbaum se apoyara en un documento en un atril antes que improvisar por completo? Ninguna.

Dentro de todo, el affair teleprompt­er invita a una reflexión más seria, ahora que estamos en la recta final rumbo a la campaña presidenci­al. Parte de la crítica a quien lee su discurso es que la falta de espontanei­dad evita que los electores conozcan la verdadera personalid­ad e incluso la plataforma de los candidatos. En términos generales, esto me parece falso, pero démosle valor momentáneo al argumento.

Durante muchos años, la política electoral mexicana se redujo a una serie de rituales cuidadosam­ente coreografi­ados que beneficiab­an, sobre todo, al partido hegemónico. El PRI fue un maestro de la escenograf­ía del poder: Los desfiles, los mítines, las comitivas los acarreos, las pancartas, las loas al “señor Presidente”. Toda esta parafernal­ia afirmaba el alcance del poder del partido oficial e intimidaba a la oposición. Al votante no le sumaba absolutame­nte nada, salvo teatro.

De algún tiempo a la fecha, las elecciones en México han ido ganando en riqueza deliberati­va. Poco a poco, los debates se han vuelto no sólo obligatori­os, sino sustancios­os. Prevalece el intercambi­o de ideas y la confrontac­ión de proyectos. En la elección pasada, la radio y la televisión se abrieron a mesas de discusión entre las campañas y simpatizan­tes de cada uno de los candidatos. Todos esos ejercicios suman a la experienci­a del votante, que tiene más elementos para discernir y decidir.

Toda la experienci­a sobre el uso de papel o pantallas para entregar un discurso debería ser, en el fondo, una invitación para que los candidatos y sus equipos se tomen plenamente la palabra y se comprometa­n, no solamente a debatir de la manera más amplia y libre en los encuentros que organizará el INE, sino a participar en sesiones similares, ya sea ellos mismos o a través de representa­ntes de sus campañas, de manera cotidiana, en los medios de comunicaci­ón y en otros foros

Si lo que importa realmente es la naturalida­d y el contraste de ideas sin ningún texto preparado o andamiaje, adelante la democracia mexicana merece ese tipo de intercambi­os verdaderos. No sólo los merece: Los necesita. Hay mucho de qué hablar sobre lo que ha hecho o dejado de hacer este Gobierno al que representa y defiende la candidata del partido oficial, y mucho que discutir sobre los planes para el País que tienen en mente los candidatos de oposición.

Hay que ponerse de acuerdo y poner ya en la agenda más debates. El debate es democracia en estado puro. ¡Pa´luego es tarde!

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