El Imparcial

La belleza de la sexualidad

- JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN

1) PARA SABER

“Amor que casto no sea, ni es amor ni puede ser” (Lope de Vega). Hay una relación estrecha entre la castidad y el amor verdadero. En la ocasión pasada se trató sobre la gula, que es la voracidad hacia la comida. Ahora el papa Francisco trató sobre la lujuria que es una “voracidad”, pero ahora respecto a la sexualidad.

El Papa aclara que el cristianis­mo nunca condena el instinto sexual, al contrario, lo respeta, lo valora mucho y busca protegerlo. Y la castidad es la virtud que la protege. La sexualidad es muy importante porque está esencialme­nte unida a nuestra capacidad de amar: Al prójimo y a la vida. Es algo muy bello que Dios ha inscrito en nosotros. Por ello se ha de evitar que nuestros afectos y amor se contaminen por la lujuria.

2) PARA PENSAR

Un joven francés narraba que en su juventud se alejó de Dios, y no le preocupaba. Su comportami­ento con las chicas era inmoral, sólo se aprovechab­a de ellas. Pero un día encontró un libro: “El libro del joven” (“Au service de l’amour) de J. y E. Carnot. Lo leyó todo y se sintió avergonzad­o de sí mismo. Una frase lo hirió profundame­nte en su corazón: «Respeta a las jóvenes, pues Dios las ha hecho en su corazón y en su alma para ser madres. Acuérdate de tu madre». Recapacitó y ya no volvió a abusar de la sexualidad.

Enamorarse es una de las realidades más sorprenden­tes, puras y bellas de la existencia, dice el papa Francisco. La mayoría de las canciones hablan de amores que se encienden, que se buscan y nunca se alcanzan; amores llenos de alegría o que atormentan. Una persona enamorada se vuelve generosa, disfruta regalando, escribe poemas; deja de pensar en sí misma. Sin embargo, puede ser contaminad­a por el demonio de la lujuria, volviendo la relación tóxica, perjudicia­l, de posesión del otro, carentes de respeto y de sentido de los límites.

3) PARA VIVIR

El amar es hermoso porque lleva a respetar al otro, a buscar su felicidad, su bien, y la castidad le ayuda a mantener un amor incondicio­nal, desinteres­ado, generoso y comprensiv­o, no de posesión, sino de donación, servicial, pues servir es mejor que conquistar. Es como el amor de Dios, libre y gratuito, que podemos pedírselo. La lujuria, en cambio, se burla de todo esto: La lujuria saquea, roba, consume de prisa, no quiere escuchar al otro, sino sólo a su propia necesidad y placer.

La sexualidad implica a la persona completa, por eso es un gran peligro la lujuria pues lo corrompe todo: Deja de amar para buscarse a sí mismo, su propio placer con un uso malsano de la sexualidad; en la relación sexual sólo busca utilizar a la otra persona para el provecho personal, la “cosifica”, la usa como una cosa y no la ama como persona. Por eso también rechaza la procreació­n. Una muestra muy clara de lujuria es la pornografí­a que trata la sexualidad sin una relación amorosa ordenada: Genera adicción y destruye la libertad. Y aunque haya placer, genera una triste soledad.

La belleza de las relaciones sexuales está en que hay un amor pleno de donación recíproco. Aunque pueda costar esfuerzo, el premio es grande porque preserva la belleza del amor. Como decía San Juan Pablo II: “La pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad custodia el amor verdadero”.

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