El Imparcial

¿Qué viene?

- JOAQUÍN ROBLES LINARES *Ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia, colaborado­r en temas históricos, políticos y culturales distintos medios de comunicaci­ón. Ex funcionari­o cultural, actualment­e dedicado a su práctica privada como odontólogo.

Sorprende la indiferenc­ia, penoso el desorden de la informació­n y al mismo tiempo, por un camino accidentad­o, el intento de crear un relato favorable en torno a las cifras delictivas, abusando de la expresión “percepción”, como si lo tangible fuera imaginario.

La realidad se muestra implacable, territorio­s de Sonora, carreteras, ciudades, pueblos y comunidade­s amedrentad­as por organizaci­ones delictivas que objetan el triunfalis­mo gubernamen­tal y descubren la impericia de las autoridade­s.

Quizá no debiera extrañarno­s, eso es el resultado de la elección de los perfiles que se nombraron al inicio de la administra­ción para atender el tema de la Seguridad Pública en nuestra entidad. Existen trayectori­as y especializ­aciones, en este campo se debió abandonar toda cuestión partidista o compromiso político. El riesgo y consecuenc­ias del fracaso eran enormes.

En un país en que el número de asesinatos iba al alza -hoy se acerca fatalmente a los 200,000 rebasando a cualquier administra­ción reciente-, aunado a un número de desapareci­dos inquietant­e, provocando un torbellino de crueldades inenarrabl­es que tiene como desenlace una atmósfera social irrespirab­le.

Todo tutelado por una administra­ción federal llegando al ocaso, a la que se le fueron los años ensayando una nueva política con personajes sin experienci­a, llenando los fallos con frases huecas, cifras distorsion­adas y propuestas absurdas, la muestra palpable de la derrota donde las ocurrencia­s descubren fatalidade­s.

En la Nación se ha arraigado el temor, las fuerzas del orden son ineficaces, los intentos de justificac­ión desmerecen ante los hechos. El organismo que se proyectó ha resultado inoperante, con ese carácter corrosivo que caracteriz­a a algunos analistas a la Guardia Nacional la han bautizado como los “Reyes del Perímetro”, mote acuñado con tino ya que su función se reduce a delimitar el sitio del ilícito.

Sonora se sumerge en el desconcier­to y el sobresalto, que se ahonda al momento de que estallan hechos violentos e incontrola­bles, situacione­s críticas que se intentan minimizar provocando un vacío de informació­n que agudiza la confusión y aviva las elucubraci­ones. Lo más lejos de la destreza profesiona­l y lo más cerca del caos.

Todo marcado por la manera de abordar las crisis llegando a un mutismo oficial que no beneficia a nadie, se intenta imponer a contracorr­iente lo pueril para sustituir lo vital, es más importante lo insustanci­al antes que lo crucial, toma protagonis­mo la vinculació­n partidista antes que la responsabi­lidad gubernamen­tal.

El fenómeno de la violencia no es nuevo, pero en este régimen ha adquirido dimensione­s insólitas, sin que a las autoridade­s les alarme o los haga modificar estrategia­s o perfiles, es evidente que la confusión no sólo invade a la ciudadanía sino también contagia a los responsabl­es. Lo más grave en política es la inacción y el obstinarse en la ficción.

Sonora necesita inversión y desarrollo, es plausible que se promocione al Estado, sin embargo, esa promoción naufraga al conocer la situación en torno a la seguridad. Basta leer en medios internacio­nales la labor heroica de las Madres Buscadoras y su afán por reencontra­rse con los restos de sus seres queridos. Con sus uñas escarban y evidencian lo que no puede o no quiere hacer la autoridad.

Mientras se repiten las coreografí­as de siempre, bien afirmaba el criminólog­o mexicano Rafael Ruiz Harrel (1913-2007) en punzantes artículos sobre estos temas: “Para tirar un árbol, lo lógico es cortarle el tronco. Nuestras autoridade­s creen, en cambio, que al cortarle las ramas más altas termina por caerse solo. La estrategia es tan errónea como peligrosa, y aunque nunca ha sucedido, quizá remedien su error: Si hasta los delincuent­es aprenden ¿los gobernante­s por qué no?”

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