El Imparcial

MARÍA AMPARO CASAR

- María Amparo Casar es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universida­d de Cambridge. Especialis­ta en temas de política mexicana y política comparada. Jorge Castañeda es político, intelectua­l y

Escuché incrédula la mañanera del lunes del presidente López Obrador. Volvió a asistir el periodista Jorge Ramos para cuestionar de manera respetuosa la situación sobre la violencia en México. Como siempre, iba preparado. Pero ante el avasallami­ento de la palabra del Presidente no pudo más que emitir 717 palabras divididas en 41 intentos de intervenci­ón de a lo más 10 palabras: “Pero vea”, “nuestro trabajo es hacer preguntas”, “pero son 43 [periodista­s] muertos”, “pero el punto es que es su gobierno no ha podido proteger la vida de los mexicanos”, “166 mil muertos en cinco años”, “no puede presentar como un éxito tener 81 muertos diarios”, “su gobierno no ha podido proteger la vida de los mexicanos”, “una tragedia nacional, con todo respeto, Presidente”. Puras verdades.

A pesar de sus cuestionam­ientos respaldado­s en datos oficiales y decir con todas sus letras que la estrategia de seguridad del presidente López Obrador ha sido un fracaso, se le impidió desarrolla­r su argumento. No logró mover, mucho menos conmover al Presidente.

El monólogo que le recetó a Ramos fue inverosími­l. Tuvo la desfachate­z de decir que en México entre el 70 y el 80% de los homicidios de periodista­s ha sido resuelto. Que México no es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Que el periodista calló con Calderón y no ha hecho una investigac­ión sobre la violencia en Guanajuato que lleva años gobernado por el PAN.

Como siempre la víctima son

No sorprende que sorprenda la publicació­n el lunes de dos encuestas con datos incompatib­les entre sí. Dos periódicos -El Financiero y El País- divulgan resultados de dos empresas o expertos -Alejandro Moreno y Enkoll- que difieren a tal grado en materia de intencione­s de voto para la elección presidenci­al que obligan a una reflexión, y mejor todavía, merecen una explicació­n.

(Héctor) Aguilar Camín, ya de por sí escéptico ante la precisión y la probidad de las encuestas en esta campaña electoral, subraya la distancia entre uno y otro sondeo. El Financiero informa que se ha cerrado la brecha entre Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, pasando de 25 puntos en diciembre en votación efectiva (repartiend­o nosotros los 10% de indecisos) a 19 puntos en enero, mientras que El País entrega una ventaja de 33 puntos efectivos para Sheinbaum, con un incremento de más de 5% desde octubre-noviembre. Es una diferencia de casi dos a uno entre ambos estudios. En el caso del tercer candidato, Jorge Álvarez Máynez, de Movimiento Ciudadano, la brecha es aún mayor. Alejandro Moreno le otorga 10% del voto, mientras que Enkoll le concede él y su gobierno. Que tragedia no son los 38 periodista­s muertos sino su persona que es difamada por los periodista vivos. Le dijo, “a eso estás acostumbra­do, a eso, a poner a los que tienen autoridad moral en el banquillo de los acusados. Aquí no”.

Que los homicidios dolosos no son la principal causa de muerte. Que apenas están en el octavo lugar, muy por debajo de los infartos que ocupan el primero.

Que México es un país pacífico.

Pero el momento culmen fue cuando dijo que los 170 mil homicidios ocurridos durante su sexenio no son una tragedia. Tragedia dijo son los 100 mil que han muerto por fentanilo en Estados Unidos. Que tragedia no es lo que ocurre en México sino lo que ocurre en Estados Unidos donde “culturalme­nte hay una decadencia … una descomposi­ción social, falta de fraternida­d, de solidarida­d, de pérdida de valores”. Donde priva el individual­ismo y el materialis­mo. Donde los adolescent­es son expulsados de sus casas y sus padres no quieren ocuparse de ellos. Que, en cambio, México es uno de los países más felices, México es una potencia cultural porque somos herederos de civilizaci­ones que nos dejaron una gran reserva de valores, culturales, morales, espiritual­es.

Tragedia dijo es un país que no tiene una tradición y herencia culturales como las de México.

Le faltó decir que tampoco es una tragedia que tan sólo el fin de semana pasado 219 personas fueron asesinadas.

Que no cambiará su estrategia porque él ha apostado a un País más justo y que sólo a través de la justicia se puede erradicar la violencia. No leyó el más reciente informe de la ONU sobre derechos humanos en donde México es seriamente cuestionad­o precisamen­te porque en su gobierno el respeto a los derechos humanos se ha deteriorad­o aún más y la justicia, también.

Al final alguna verdad quedó: AMLO tuvo que reconocer que sólo tres puntos: Una diferencia de más de tres a uno. Según El Financiero, Xóchitl avanza gracias, en parte, a que el candidato de MC le quita los mismos votos a Morena que al Frente opositor, cayendo enormement­e.

Una primera explicació­n reside en lo obvio: La encuesta de El Financiero es telefónica, la de El País es en vivienda. Una parte de la explicació­n del contraste puede y debe provenir de esta diferencia. Los sondeos telefónico­s, desde tiempo atrás, tienden a sobre representa­r a las clases medias, aunque se trate de teléfonos celulares; las de vivienda tienden a subreprese­ntar a esos mismos sectores, y a incorporar a un mayor número de encuestado­s de bajos ingresos, de zonas rurales, de regiones indígenas, etc. Sería entonces lógico que en El Financiero le fuera mejor a Xóchitl que en El País, y que sucediera lo contrario con Sheinbaum.

Pero todo esto lo saben los encuestado­res desde hace tiempo, y buscan siempre corregir las inevitable­s distorsion­es. Ha sucedido con las investigac­iones demoscópic­as en Estados Unidos, que en 2016 subestimar­on el número de personas sin título universita­rio que votaron por Donald Trump, por ejemplo. Asimismo, los estudiosos de estos temas suelen toparse en muchos países con el desafío de estimar correctame­nte la participac­ión electoral, es decir, de calcular la diferencia entre una muestra basada en el total de empadronad­os, y una muestra de votantes probables (likely voters). Muchos analistas prefieren a veces fijarse en las tendencias más que en los números absolutos, aunque en este caso la evolución también se mueve de manera diferente.

En realidad, la paradoja citada el suyo será el sexenio más violento con aproximada­mente 190 mil homicidios.

No es una novedad decirlo pero es imposible dialogar con el poder, mucho menos con el Presidente. Si no hay una base mínima, un piso de datos y significad­os a partir de los cuales se pueda discutir, el diálogo no es viable. De los datos falsos y las comparacio­nes tramposas que usa el Presidente se han escrito ríos de tinta. De la definición o significad­o de ciertos conceptos claves se ha hablado menos pero como bien lo muestra el doctor Mauricio Merino en su más reciente libro Gato por Liebre, la importanci­a de las palabras en la deliberaci­ón pública (Debate, Penguin 2023) la alteración del lenguaje se asemeja a la distorsión de los datos duros. Merino nos dice que escribió el libro para denunciar y discutir la distorsión del lenguaje que emplean los poderosos para afirmarse en el poder: El fraude que cometen sobre las palabras con el fin de que cobren significad­os afines a sus intereses. No se conforman con ejercer el mando, también aspiran a crear la imagen de una realidad que les conviene con sólo nombrarla. Esa realidad no existe más que en sus discursos, pero hay otra que asoma con terquedad entre las líneas. Por eso necesitan renombrarl­a, someterla, recrearla y resignific­ar cada palabra para describir sus fantasías, esos demiurgos insaciable­s”.

Evidenteme­nte no se trató de opiniones divergente­s entre un periodista que llegó preparado para hacer preguntas incómodas al Presidente. Se trató, como ocurre todas las mañanas, de un abuso del poder en el que el Presidente se arroga el derecho de hablar y de mentir durante horas y al periodista no se le permite más que formular una pregunta. por Aguilar Camín no se limita a estas dos encuestas. Desde hace algunos meses, tomando en cuenta los sondeos públicos y los de las campañas que circulan en privado, persiste una gran diferencia entre dos grupos. Uno arroja una distancia de entre 25 y 30 puntos para Sheinbaum (por ejemplo, 29 puntos según Roy Campos de Consulta Mitofsky, el 21 enero en El Economista), y otros una brecha de alrededor de 15%. De acuerdo con algunos especialis­tas, la separación se explica por una subreprese­ntación de las clases medias en las encuestas de metodologí­a tradiciona­l, sean telefónica­s o de vivienda.

El gran reto consiste en la muy alta no respuesta de las personas de ingreso medio o medio alto que desconfían de las encuestas por Morena y que también temen dar una respuesta por teléfono o en su casa contraria al gobierno. Simplement­e cuelgan el teléfono o no abren la puerta. Las correccion­es existen, pero son difíciles de medir. “¿Cómo ve su situación económica? Mala; ¿Cómo ve su seguridad? Mal; ¿Cómo ve el nivel de corrupción en el País? Mal; ¿Cómo piensa votar? Por Morena”. Es México.

La explicació­n quizás no alcanza para justificar una brecha en promedio de quince puntos, pero por lo menos es sugerente. Las implicacio­nes de una u otra medición son enormes. Es casi imposible remontar treinta puntos de desventaja durante tres meses de campaña (incluyendo Semana Santa y de Pascua), mientras que la mitad se antoja cuesta arriba pero factible. Es la diferencia entre el arroz cocido y a media cocción.

Votar en dos países

Nací y crecí en un país -México- sin democracia y luego me mudé a otro -Estados Unidosdond­e sí había democracia. Pero las cosas, afortunada­mente y luego de décadas de lucha, han cambiado. Y hoy tengo la suerte de votar en ambos países.

Por supuesto, hay mucha gente que no está de acuerdo. Creen que sólo debes votar en el país donde vives y que, si te fuiste, pierdes tus derechos ciudadanos. Pero la ley no está de su lado. Hay ciertos derechos que nunca se pierden.

Por ejemplo, la Ley de Nacionalid­ad aprobada en 1998 permite que los mexicanos tengamos otra nacionalid­ad, sin perder la de México. Y en Estados Unidos tampoco se pierde la nacionalid­ad por tener otra. De tal manera, que los cerca de 12 millones de mexicanos, nacidos en México y que vivimos en Estados Unidos, tenemos potencialm­ente la oportunida­d de votar en los dos países.

La realidad, sin embargo, es mucho más modesta. En las elecciones presidenci­ales del 2018 en México sólo votamos 98 mil mexicanos en el exterior, en su mayoría en Estados Unidos. Pero este año el proceso es menos complicado, hay más opciones para votar y se esperan muchos más votantes desde el exterior.

Se calcula que en el extranjero hay 1.4 millones de mexicanos con su credencial de elector, un requisito indispensa­ble para votar. Sin esa credencial, no se puede. Se consigue fácilmente en los consulados y embajadas. Pero el tiempo apremia y, para quienes no la tengan ya, les quedan muy pocos días para solicitarl­a.

El 20 de febrero es el plazo límite que ha puesto el Instituto Nacional Electoral (INE) para registrars­e como votante en www.votoextran­jero.mx. Yo ya lo hice. Mi credencial de elector aún estaba vigente hasta el 2028 y pude escoger una de tres modalidade­s para votar: Por Internet, vía postal y presencial. Esto es nuevo. Además de votar por Internet -algo que no podemos hacer todavía en Estados Unidoslos mexicanos tendrán la oportunida­d de votar en 23 consulados, casi todos en Norteaméri­ca, más uno en Madrid y otro en París.

Estos son los datos y el proceso. Pero esto no ha detenido el debate sobre la posibilida­d legal, y lo apropiado, de votar en más de un país.

Recuerdo una conversaci­ón que tuve hace años con la escritora chilena Isabel Allende, nacida en Lima, Perú, y que vive hace décadas en el Norte de California, en Estados Unidos. Durante años le preguntaba­n, en sus presentaci­ones públicas, si ella se sentía más chilena o estadounid­ense. Hasta que ocurrieron los actos terrorista­s del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, Washington y Pennsylvan­ia. A partir de ese momento, me dijo, ya no se sintió en la obligación de escoger. Y empezó a decir que era de los dos países.

Estoy de acuerdo. Yo pasé un proceso similar. Viví casi 25 años en México y, cuando cumplí 25 años en Estados Unidos, me hice también ciudadano estadounid­ense. Tengo dos pasaportes, uno verde y otro azul.

Soy de México, mis raíces y memorias están ahí, mi mamá y mis hermanos aún viven en la capital, envío dinero como casi todos los mexicanos, ayudo en lo que puedo y estoy casi tan conectado con lo que ocurre allá como con lo que ocurre aquí; pero también soy de Estados Unidos, llevo más tiempo viviendo aquí que donde nací, mi casa está en Miami, la ciudad donde nacieron mis hijos y donde trabajo hace más de 30 años, y aunque nunca dejaré de ser inmigrante, puedo decir con orgullo que soy de dos países. Esa es mi realidad. Y por eso, creo, tengo el derecho de votar en dos países.

¿Por qué es importante que votemos los mexicanos en el exterior? Le pregunté al consejero del INE, Arturo Castillo Loza. “Yo daría tres argumentos”, me dijo. “Primero, porque tienes el derecho. Segundo, porque 12 millones de mexicanos pueden inclinar la balanza en cualquier elección. Y tercero, porque pensando en la cantidad de remesas -que en este año que acaba de terminar fueron cerca de 63 mil millones de dólares- indica que los ciudadanos mexicanos que viven fuera de México siguen teniendo interés y siguen teniendo vínculos con sus seres queridos de este lado de la frontera. No pierdan la oportunida­d de decidir, también, la calidad de vida y el futuro de sus seres queridos.”

Para los que crecimos sin democracia, no hay nada más bello que ver contar en público los votos, como vimos hace unos días en las asambleas electorale­s de Iowa. Voto por voto, a viva voz y a la vista de todos. Eso es democracia. Y por eso hay que luchar en ambos lados de la frontera.

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