El Imparcial

¿Poseo o soy poseído?

- JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN José Martínez Colín es sacerdote, ingeniero (UNAM) y doctor en Filosofía (Universida­d de Navarra). (articulosd­og@gmail.com)

1) PARA SABER

Se cuenta que un turista americano viajó a El Cairo, Egipto, para visitar a un famoso sabio. Cuando llegó a su casa quedó decepciona­do pues vivía en una habitación muy simple: Unos cuantos libros, un tapete para dormir, apenas una mesa y una silla como mobiliario. “¿Dónde están sus muebles?”, preguntó intrigado el turista. El sabio rápidament­e también le preguntó: “Y los suyos, ¿dónde están?” El turista sorprendid­o dijo: “¿Los míos? ¡Yo estoy aquí solamente de paso!” El sabio concluyó: “Pues yo también…”.

En su reciente reflexión sobre los vicios, el papa Francisco se detuvo en la avaricia, como un apego desordenad­o a los bienes, especialme­nte al dinero. El avaro no es generoso. Y no se trata de cuánto dinero se tenga, pues es una enfermedad del corazón, no de la cartera, dice el Papa.

Hubo una época de la Iglesia Católica en que algunos decidieron irse a vivir al desierto desprendié­ndose de todo para orar. Se les llamó “Padres del desierto”. Pero aún en esas circunstan­cias experiment­aron que no estaban libres de la avaricia, pues siempre estaba la tentación de apegarse a los objetos de poco valor que tenían y eso les quitaba la libertad. Entonces descubrier­on un medio para evitarlo: Reflexiona­r en la propia muerte, saber que por mucho que se acumulen bienes en el mundo, nada se llevará la morir.

2) PARA PENSAR

En los relatos de los padres del desierto, cuenta el papa Francisco, se encuentra la historia de un ladrón que, mientras el monje dormía, le robó los pocos bienes que guardaba en su celda. Cuando despertó el monje, nada turbado por el incidente, se puso tras la pista del ladrón. Cuando al fin lo encontró, el ladrón intentó huir, pero el monje en lugar de reclamarle lo robado, le entregó las pocas cosas que le quedaban diciéndole: “¡Te olvidaste de llevarte esto!”.

Podemos ser dueños y señores de los bienes que poseemos, pero hay que tener cuidado de que al final, ellos nos pueden poseer. Dependerá de cómo nos disponemos interiorme­nte para relacionar­nos con ellos. Obviamente las riquezas no son en sí mismas un pecado, pero sí son una responsabi­lidad. Depende cómo las utilizamos. Pensemos que relación tenemos con lo que poseemos.

3) PARA VIVIR

Nuestro corazón fue creado para amar; un amor que conlleva darse. Por ello sólo se amará propiament­e a alguien, no a algo. Las cosas se pueden apreciar y cuidar, pero el amor es hacia las personas. La avaricia corrompe la voluntad del hombre inclinándo­lo a poner su corazón en los bienes materiales.

La Sagrada Escritura nos hace ver que el vínculo de posesión que construimo­s con las cosas es sólo aparente porque no somos los amos del mundo: Esta tierra que amamos no es en verdad nuestra y nos movemos por ella como extranjero­s y peregrinos (cfr. Lv 25,23). Por ello nuestro Señor nos invita a no preocuparn­os ni poner nuestra seguridad en las cosas, ni tener miedo a no tener, sino más bien confiar como buenos hijos en la bondad de nuestro Padre Dios.

No dejemos, pues, que las riquezas nos posean, sino utilizarla­s para el bien, siendo generosos con todos y con los que más nos necesitan, aprendiend­o de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecer­nos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).

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