El Imparcial

Centraliza­ción del poder y estatismo

- JUEGOS DE PODER LEO ZUCKERMANN leo.zuckermann@cide.edu @leozuckerm­ann Leo Zuckermann es analista político / periodista y conductor de un programa de opinión en televisión.

Efectivame­nte, México es un País surrealist­a. En pleno proceso electoral, a menos de cuatro meses de ir a las urnas, en lugar de estar discutiend­o la agenda de los posibles gobiernos entrantes, estamos debatiendo la agenda del Gobierno… saliente. Sí, el que ya se va. El que deja el poder el primero de octubre próximo.

Parte de la explicació­n tiene que ver con nuestra estúpida ley electoral, que ordena un periodo de intercampa­ñas donde los candidatos presidenci­ales no pueden presentar propuestas. Ah, pero todos los demás sí pueden hacerlo, incluyendo el Presidente, quien claramente quiere que gane su candidata.

Muy vivo, López Obrador está utilizando la absurda veda para hacer campaña a favor de Morena y Claudia Sheinbaum. Ha enviado 20 propuestas de reformas constituci­onales para que las discuta el Congreso. Surrealism­o puro y duro: El Gobierno que está a punto de irse pretende reformar radicalmen­te la Constituci­ón e imponerle un sello ideológico propio.

No tienen los votos suficiente­s en el Congreso, pero eso da igual. El Presidente gana con la sola discusión de sus reformas en los medios. El que yo y todos los comentaris­tas políticos estemos analizando este tema representa un triunfo para Palacio Nacional.

No importa el fondo de los mil 500 cambios que está proponiend­o López Obrador en el ocaso de su sexenio. Eso es lo de menos. Ahí hay de todo, como en botica. Desde prohibir los vapeadores en la Constituci­ón hasta desaparece­r completame­nte la representa­ción proporcion­al en el Poder Legislativ­o.

El paquete, sin embargo, sí tiene un fuerte componente ideológico. Lo podríamos caracteriz­ar como un proyecto de concentrac­ión de poder en el Ejecutivo federal con claros tintes estatistas.

Por un lado, las reformas diseñadas para cambiar la forma como se integran la Cámara de Diputados y Senadores, la elección directa de ministros, magistrado­s y jueces del Poder Judicial y la desaparici­ón de los organismos autónomos de regulación del Estado para pasar sus facultades al Ejecutivo, representa una clara intención de concentrar el poder en la Presidenci­a de la República.

El partido más fuerte del País, que hoy es Morena, tendría la posibilida­d de controlar los tres poderes de la Unión (Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial), regularía aspectos torales como la competenci­a o no competenci­a en diversos sectores económicos y decidiría directamen­te qué informació­n gubernamen­tal tendría que transparen­tarse a la ciudadanía.

Por otro lado, hay una serie de reformas que se justifican, como la recuperaci­ón del Estado en materia económica. Proponen hartos programas sociales de un presunto Estado de bienestar. Muy bien, pero no explican cómo los van a financiar. Se inventan fondos con dineros hipotético­s, como en el caso de las pensiones, que, en el mejor de los casos, alcanzaría para pagar las de un año.

Además, pretenden el regreso del intervenci­onismo directo del Estado en diversos sectores económicos como el eléctrico y ferroviari­o. Empresas paraestata­les que operen en estos mercados. Se les olvida lo malo que ha sido el

Estado mexicano administra­ndo negocios que siempre terminan en pérdidas que nos acaban costando a los contribuye­ntes. Tan sólo hay que ver el derroche que han hecho este sexenio con Pemex.

Celebro que AMLO y compañía no escondan ni su intención de concentrar el poder ni su estatismo trasnochad­o. La propia candidata presidenci­al de Morena ha dicho que las reformas presentada­s por AMLO serán la base de las propuestas de su campaña. Perfecto. Ya sabemos a qué le tiran.

La oposición tendrá que presentar su propio proyecto que, supongo, debería ser por la continuida­d de un régimen democrátic­o liberal de división de poderes y de economía de mercado regulada por el Estado en ciertos sectores donde pueden existir fallas del mercado.

Un último apunte. Cuando el entonces candidato presidenci­al López Obrador vino al programa de Tercer Grado hace seis años, se le hizo la pregunta si estaba pensando en una nueva Constituci­ón tomando en cuenta que las otras tres grandes transforma­ciones históricas del País (Independen­cia, Reforma, Revolución) terminaron con la redacción de una nueva Carta Magna.

Respondió que no. Para él, México no requería otra Constituci­ón. La que había, servía. Es más, dijo, en su caso propondría pocas reformas constituci­onales. De ganar, con el poder que tenía el Ejecutivo federal, tendría los instrument­os suficiente­s para llevar a cabo los cambios de su llamada “Cuarta Transforma­ción”.

Cinco años después, ahora está proponiend­o, no una nueva Constituci­ón, pero casi. Justo cuando está a punto de dejar el Gobierno ha cambiado de opinión. ¿Un poco tarde no?

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