El Imparcial

Contar hasta 100

- JOSÉ MARTÍNEZ COLÍN José Martínez Colín es sacerdote, ingeniero (UNAM) y doctor en Filosofía (Universida­d de Navarra). (articulosd­og@gmail.com)

1) PARA SABER

“No dejes que la ira te impida seguir amando porque un día se te pasará esa ira y la persona a la que amas ya no estará”. Esta frase dicha en un programa de televisión muestra la importanci­a para dominar este vicio terrible, origen de guerras y violencia.

Ahora el papa Francisco reflexionó sobre la ira: Un vicio particular­mente tenebroso, y se podría decir que es “visible”, pues difícilmen­te se logra disimular ya que transforma el semblante, pone el cuerpo en agitación, respiració­n agitada, una mirada torva y ceñuda.

Lo injusto de la ira es que muchas veces no se desata contra el culpable, sino contra el primer desafortun­ado con el que uno se encuentra. Hay personas que contienen su ira en el lugar de trabajo, pero una vez llegados a su casa se vuelven insoportab­les para la esposa y los hijos. Y es que la ira es un vicio desenfrena­do, que invade los pensamient­os, y llega a dominar a la persona.

2) PARA PENSAR

El emperador Augusto tenía como consejero al filósofo Atenodoro. Cuando éste iba a abandonar la corte, el emperador le pidió un último consejo, a lo que le contestó: “Te aconsejo que cuando estés airado no tomes ninguna decisión sin haber antes pronunciad­o en voz baja todas las letras del alfabeto”.

Cuando no se está sereno es bueno contar hasta 10, 20, o 100, según los casos. A veces conviene no decir nada hasta el día siguiente en que se ven los problemas en su verdadera dimensión.

La ira es un vicio que destruye las relaciones humanas, no acepta la diversidad del otro. La imaginació­n pinta al otro de modo desagradab­le: Detesta el tono de su voz, sus gestos, sus formas de razonar. Se dificulta su aceptación. Si no se controla, puede crecer a base de pensamient­os tortuosos que la agrandan y llega a hacer perder la lucidez. Tal vez se ha experiment­ado que el airado siempre dice que el problema está en la otra persona; nunca es capaz de reconocer sus propios defectos y faltas.

3) PARA VIVIR

La Sagrada Escritura nos da dos recetas contra la ira: La primera, que no lleguemos a la noche sin haber buscado la reconcilia­ción, con el fin de cortar de raíz esta espiral demoniaca. San Pablo lo recomendab­a: «No permitan que la noche los sorprenda enojados» (Ef 4, 26).

La segunda es llevar a la oración el compromiso de perdonar a los demás como Dios lo hace con nosotros, como rezamos en el Padrenuest­ro. El perdón contrarres­ta la ira, lo mismo que la mansedumbr­e y la paciencia.

A veces surgen pasiones de modo involuntar­io en que no hay responsabi­lidad; en cambio, sí la hay en fomentarla­s y hacerlas crecer. Pero se puede hablar de una sana, e incluso santa, indignació­n, distinta de la ira. Es cristiano, enfadarse ante una injusticia o maltrato al débil. La santa indignació­n la vemos en Jesús cuando expulsó a los mercaderes en el Templo. Fue una acción fuerte y profética, dictada no por la ira, sino por el celo y amor por la casa del Señor (cfr. Mt 21, 12-13).

Importa ser consciente­s de nuestra debilidad frente a la ira. El papa Francisco sugiere pedirle al Señor la luz para educar nuestras pasiones para dirigirlas al bien, y no al mal, y no nos dominen, sino que las transforme­mos en un santo celo por el bien.

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