El Imparcial

Humor dominical

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

Don Soreco no oía bien. Un amigo le contó: “Mi hija consiguió trabajo de vedette, y en la noche debuta”. Opinó don Soreco: “Magnífica combinació­n”. Cacarulo estaba feliz: Su esposa había dado a luz su primer hijo. Orgulloso, le mostró el bebé a un compadre. Le dijo: “Es mi vivo retrato. Tiene mis ojos, mi nariz, mi boca”. “Es cierto -confirmó el otro-. Pero ese lunar que tiene en la pompita izquierda es de mi comadre”. El duque Sopanela recibió en su mesa al abate Lera. Le simpatizab­a el clérigo, pues gustaba del vino con moderación, disfrutaba de las buenas viandas con igual moderación y cumplía el voto de castidad también con moderación. Esa noche le ofreció a modo de piscolabis unas aceitunas españolas. (En Creta oí decir que las mejores aceitunas españolas son griegas). Declaró el abate: “Picaré un poco”. Seguidamen­te le alargó un platito con anchoas. Repitió el eclesiásti­co: “Picaré un poco”. Lo mismo volvió a decir cuando el anfitrión le trajo unas cebollitas de las llamadas de Cambray: “Picaré un poco”. En ese momento entro la duquesa, mujer guapa de agraciado rostro y estatuaria­s formas. Le dijo Sopanela al religioso: “Le presento a mi esposa. Pero en este caso no picará usted ni poco ni mucho”. Juanilito le preguntó a Pepito: “¿Cuántos años tienes?”. “5 -respondió Pepito-. ¿Y tú?”. “No sé” -vaciló el chiquillo. Pepito le hizo una pregunta: “¿Te gustan las niñas?”. Contestó Juanilito: “No”. Dictaminó Pepito: “Entonces tienes 4”. En el centro comercial doña Macalota reprendió con acritud a su liviano esposo don Chinguetas: “Nomás ves a una mujer hermosa se te olvida que eres casado”. “Al contrario -replicó el tarambana-. Entonces es cuando me acuerdo más”. Babalucas y su esposa fueron de vacaciones a una playa y ocuparon un bungalow a la orilla del mar, que por primera vez veían. La señora se metió, cautelosa, entre las olas y de inmediato volvió con su marido. Le comentó: “Sin querer tragué un poco de agua, y me supo muy salada”. Sugirió el tontiloco: “Échale azúcar”. Así lo hizo Bobolina, que tal es el nombre de ella. Llevó un azucarero, y para no fallar lo vació todo. Probó el agua; regresó con Babalucas y le dijo: “De nada sirvió lo del azúcar. La eché toda en el mar, y el agua me volvió a saber salada”. Explicó el badulaque: “Es que no le meneaste”. Doña Cotilla era dada a las bromas prácticas. En la merienda de los jueves les dijo a sus amigas: “San Luis Gonzaga, patrono de la pureza, envió hace días una carta desde el Cielo a todas las esposas fieles”. Una de las señoras presentes en la merienda preguntó ingenuamen­te: “¿Qué dice esa carta?”. Entre la risa de todas le respondió doña Cotilla: “¿Qué no la recibiste?”. En “El columpio del amor”, notoria casa de mala nota, un individuo en competente estado de beodez pidió la compañía de una sexoservid­ora. La mujer que regentaba el establecim­iento -madamas se les llama a esas señoras, o también mariscalas, proxenetas, celestinas, mamasantas o madrotas- le dijo al coime del local: “Lleva al tipo ése al cuarto donde tenemos la muñeca inflable. El hombre está tan ebrio que no se dará cuenta”. Cumplió el encargo el mozo. Minutos después se abrió la puerta de la habitación y salió el temulento aturrullad­o, con un gesto de estupefacc­ión en la cara, que es donde usualmente se llevan los gestos. La madama le preguntó: “¿Qué le pasa, señor?”. “No me lo explico -respondió con tartajosa voz el temulento-. La mujer que me asignaron ha de ser bruja. Cuando me le subí soltó un trueno, y luego de dar varias vueltas en el aire salió volando por la ventana”. FIN.

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