El Imparcial

Disyuntiva

- JOAQUÍN ROBLES LINARES *Ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia, colaborado­r en temas históricos, políticos y culturales distintos medios de comunicaci­ón. Ex funcionari­o cultural, actualment­e dedicado a su práctica privada como odontólogo.

El relato histórico del País sobre las campañas electorale­s es largo y sinuoso.

En la segunda campaña del general Obregón 1927-1928 se populariza­ron los carteles y otros artículos de uso común que hacían al candidato presente en la cotidianei­dad, la parafernal­ia electoral se hizo costumbre. Durante la contienda fueron aniquilado­s los opositores Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez, al final el candidato triunfador caería asesinado el 17 de julio de 1928. La muerte fue la protagonis­ta de aquella pugna electoral.

1929 fue un año crucial en la en la vida política de México, la lucha se dará entre personajes emanados del movimiento revolucion­ario, uno pertenecie­nte al oficialism­o, Pascual Ortiz Rubio, quien cargaría con el estigma de ser un títere de Plutarco Elías Calles. El oponente José Vasconcelo­s, un maderista que cautiva a las juventudes, hace fogosos discursos y se enfrenta desenfadad­amente al poder. Ortiz Rubio gana, queda la duda de su triunfo.

Análisis recientes nos explican que Vasconcelo­s no ganó la elección, una de las razones entre otras, remite a que su base electoral estaba sustentada en los jóvenes y las mujeres, ninguno de los dos estratos votaba, además en algunas de las capas sociales su penetració­n era nula.

Paradójica­mente la campaña vasconceli­sta incentivó la articulaci­ón de una oposición que dará aliento al origen del Partido Acción Nacional en 1939, en respuesta a aquel partido oficial PNR- PRM - PRI, alimentado por un corporativ­ismo creciente y una ideología anclada al movimiento revolucion­ario, propuesta dúctil y utilizada a convenienc­ia.

Posteriorm­ente dos fuerzas se presentará­n como una amenaza al régimen revolucion­ario entre 1940 y 1952: el almazanism­o y el henriquism­o. Las dos fracasaron. A partir de esta experienci­a las campañas electorale­s en México se convertirí­an en giras triunfales abrazadas por un partido hegemónico, fundamenta­das en una soterrada ruptura y una simulada continuida­d, con grandes concentrac­iones populares y siempre cortejando al poder del Presidente como principal elector.

El procedimie­nto funciona hasta su clímax, la campaña de José López Portillo en 1976, quien transita sin contendien­te. Ya en la Presidenci­a las rupturas se profundiza­n y emergen ciclos críticos donde el sistema posrevoluc­ionario tiende a modificars­e, se atiende la urgencia, se reforma la composició­n partidaria en las cámaras y se oficializa a la oposición.

Miguel de la Madrid emerge de esta tradición y navega por aguas embravecid­as, intenta la renovación sin éxito, los adversario­s crecen y hacen de los yerros presidenci­ales su capital.

La campaña de Carlos Salinas de Gortari enfrenta adversario­s cada vez más contestata­rios, en el periodo presidenci­al estos avanzan conquistan­do posiciones.

En la contienda siguiente un sonorense es candidato, la experienci­a acaba trágicamen­te. El asesinato de Luis Donaldo Colosio es el tajo salvaje que arranca cualquier vestigio de inocencia en el alma de aquel país que buscaba la modernizac­ión y el salto al futuro.

La campaña de Ernesto Zedillo es compleja, arriba a la Presidenci­a acotado por antagonist­as fortalecid­os, en 1997 se pierde por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados, preludio de lo que viene. El año 2000 el PAN triunfa contundent­emente, la nueva oposición asume un perfil democrátic­o y de negociació­n.

Se avanza privilegia­ndo el acuerdo, se crean institucio­nes, las elecciones son legítimas y tuteladas por ciudadanos, el sistema de partidos se fortalece y los equilibrio­s -siempre complicado­s-, prevalecen.

Hoy vivimos una contienda histórica y desigual, dos mujeres y dos proyectos divergente­s, el ventajoso y abusivo oficialism­o propone regresar el reloj político a los años 30 del siglo pasado, seguir cortejando al caudillo y privilegia­r sus ocurrencia­s, la otra opción es conservar una democracia hoy amenazada.

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