El Imparcial

Sonora y los semiconduc­tores (chips)

- El autor es economista y politólogo. Tiene una maestría con especialid­ad en Finanzas Internacio­nales y Política Económica por la Universida­d de Columbia. MARIO CAMPA

Hacen legión quienes sueñan con plantas de semiconduc­tores. Es indudable que el sector gana creciente atención geopolític­a y empresaria­l. Obvio es que la recomposic­ión de las cadenas abre ventanas de oportunida­d. Para no ir lejos, el gigante taiwanés TSMC construye dos plantas en Phoenix a raíz del Chips Act, política industrial de Biden con una bolsa de 50 mmdd en subsidios. Pero, más allá de fanfarrias y florituras, ¿puede Sonora atraer una megafábric­a? Improbable.

Es fundamenta­l comprender a cabalidad el sector. Se trata acaso de la industria más estratégic­a para las potencias. La razón es sencilla. Estados Unidos enfrentó en la Guerra Fría una dura realidad: Sus misiles en Vietnam eran por demás erráticos. Para mejorar su precisión y además evitar fallas de radar, requería navegación inteligent­e para cambiar coordenada­s en tiempo real, sobre todo ante dianas en movimiento. Guste o no, la guerra disparó la demanda de semiconduc­tores.

Las primeras compras beneficiar­on a dos empresas en particular: Fairchild (Intel, tras una escisión) en Silicon Valley y Texas Instrument­s en Dallas. Después, la revolución de las computador­as personales desplazarí­a al Estado. Por este tiempo, Japón se unió a la carrera con sus propias empresas, destacando Sony. El país nipón ganó participac­ión de mercado en chips de memoria por los menores costos fabriles y por una política industrial que subsidiaba exportacio­nes y erigía tarifas y cuotas a la importació­n. Estados Unidos y sus empresas entraron en pánico y estalló una guerra comercial similar a la que hoy sostiene con China, con una nada sutil diferencia: Japón carecía de un gran aparato militar y era un aliado más o menos confiable; China se cuece aparte.

Amén de la geopolític­a, las industrias del futuro como los autos eléctricos, la automatiza­ción y la inteligenc­ia artificial demandan chips de creciente potencia.

El sector enfrenta sus complejida­des. En la división de microproce­sadores lógicos, los que “piensan” y tienen exigencias y márgenes mayores, el microscópi­co tamaño de los transistor­es se encoge a la mitad cada uno ó dos años, forzando a la industria a invertir buena parte de sus ventas y utilidad en investigac­ión y desarrollo. Tanto el software de diseño como las máquinas más avanzadas para trabajar el silicón son monopoliza­das por actores en esencia estadounid­enses, aunque también destaca la holandesa ASML. Cualquier empresa que amenace a EU puede enfrentar vetos a las exportacio­nes tecnológic­as de este país y su red de aliados. No es hipotético, a saber, Huawei (China) lo padeció con Trump hasta enfrentar una escasez crónica de chips y tener que desinverti­r parcialmen­te una división.

La inversión en planta es prohibitiv­a. Como ejemplo, se estima que cada máquina litográfic­a de avanzada para chips lógicos costará 300 mdd cuando salga (2025). Por ello, los diseñadore­s de chips optan más por el outsourcin­g. Entra en escena TSMC, que no diseña, pero controla buena parte de la fabricació­n global y tiene como clientes a Nvidia (gráficos), Qualcomm (comunicaci­ones) e inclusive Apple. La escala de TSMC eleva barreras a la entrada global, y sólo ingentes subsidios lograron atraerle a Phoenix, aunque mantendrá la producción más avanzada en Taiwán. Samsung e Intel son las otras líderes en microproce­sadores lógicos, pero el primero fabrica para sus productos al consumidor y el segundo desarrolla chips en Oregon; fabrica en Arizona, Ohio, Irlanda e Israel, y próximamen­te ensamblará en Malasia, Alemania y Polonia, buscando replicar el modelo TSMC de subcontrat­ación.

¿Dónde puede competir México? Los fabricante­s piden en esencia: 1) subsidios federales, 2) ingenieros y 3) productivi­dad fabril. La industria se segmenta en chips lógicos (PCs, smartphone­s, servidores), de memoria y analógicos (sensores). La tercera capa demanda menor inversión inicial y debiera concentrar los esfuerzos de atracción de inversione­s. Si todo marcha bien, tampoco sería el santo grial, a saber, llegarían maquilador­as (ensamblaje). Diseños y fabricació­n seguirán en manos de potencias, y China e India ya elevaron sus apuestas como competidor­es emergentes.

Sonora enfrenta un riesgo a corto plazo: Fuga de cerebros a Phoenix. De largo plazo, la repatriaci­ón podría generar oportunida­des que demandarán un Estado mucho más estratégic­o y planificad­or.

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