El Imparcial

RAÚL ESPINOZA AGUILERA

- El autor es licenciado en Lengua y Literatura­s Hispánicas. Posgrado en Ciencias de la Comunicaci­ón y diplomado en Filosofía. Director de Comunicaci­ón de la Sociedad Mexicana de Ciencias, Artes y Fe, y escritor.

Ecos de la “Guerra Fría”

Poco antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial (8 de mayo en Alemania y 14 de agosto de 1945 en Japón), sir Winston Churchill, primer ministro de la Gran Bretaña, había vaticinado que en la URSS (Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas) caería “Un Telón de Acero” de cara a los países occidental­es.

Es decir, conociendo muy bien al “viejo zorro”, José Stalin, como dictador que era y nada democrátic­o, era claro para un político visionario y experiment­ado como Churchill que se iniciaría otra guerra a base de tensiones internacio­nales.

La Unión Soviética se había apropiado de los países de Europa del Este, de la mitad de Alemania y de Berlín y de algunos países de Centroeuro­pa, porque el contrapeso era Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos, se encontraba bastante enfermo y debilitado, y todo lo que Stalin proponía era bastante intrincado y retorcido e inesperada­mente este Presidente falleció un 12 de abril de 1945, ante la sorpresa e impotencia de Churchill porque Inglaterra había dejado de ser un Estado hegemónico y la URSS y Estados Unidos no habían podido llegar a un acuerdo claro y justo. Este fue un factor clave que provocó que las fuerzas soviéticas, desde el Este, avanzaran a toda velocidad y se atrevieran a invadir territorio­s no acordados.

Además, a finales de la década de los años cuarenta, Rusia obtuvo la fórmula de la bomba atómica y Estados Unidos en 1945 hizo estallar un par de estas bombas en Hiroshima y Nagasaki, Japón. Ante estas dos potencias nucleares se creaba un clima de miedo y alarma en el mundo entero.

A la vez que se inicia, entre las dos potencias, una carrera armamentis­ta y por la conquista del espacio. Recuerdo el Sputnik I. Fue el primer satélite lanzado por la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957. Dicho artefacto emitía un sonido especial e iba iluminado. Se corrieron diversas teorías -sin fundamento alguno-, como que el Sputnik soltaría una bomba atómica en Estados Unidos o en algún país vecino, como México.

Dentro de esa carrera por obtener logros espaciales, Yuri Gagarin fue un cosmonauta y piloto soviético. Fue el primer hombre en viajar a la estratósfe­ra y le dio una vuelta a la Tierra en abril de 1961. Mientras que el astronauta de Estados Unidos, John Glenn, lo logró en 1962.

Un detalle que habla por sí mismo fue que en muchas casas de personas adineradas de la Unión Americana y estados fronterizo­s de México tenían un refugio antinuclea­r donde se guardaban muchas latas con alimentos, ropa especial antigases, tanques de oxígeno, agua, etc.

Entre la URSS y los Estados Unidos se firmaron varios acuerdos de paz y de desarme nuclear, pero lo cierto es que nadie tomaba en serio dichos pactos. Y “a las primeras de cambio”, de ambas partes, se rompían esos acuerdos. El mundo vivía dentro de una especial tensión, que se le denominó la “Guerra Fría”.

A la muerte de José Stalin, le sucedió Nikita Kruschev. Su primera acción fue la “desestalin­ización” parcial de la Unión Soviética. Se comenzaron a respirar ciertos aires liberales a lo largo del país. Recuerdo que al escritor ruso, Aleksandr Solzhenits­yn se le permitió publicar una de sus grandes obras: “Un día en la vida de Iván Denisovich”, que causó un verdadero escándalo en los sectores más radicales del comunismo porque describe con precisión cómo eran los campos de concentrac­ión llamados “Gulags”. Sus críticas a José Stalin le habían valido once años de condena en Siberia, sometido a trabajos forzados.

En octubre de 1962, llegó a su clímax esta “Guerra Fría”, porque Estados Unidos descubrió que la URSS había colocado bases de misiles nucleares en Cuba. Y todavía otro dato más: Venían unos barcos soviéticos con dirección a esta isla caribeña con la intención de colocar más misiles nucleares.

Fue un momento particular­mente difícil para el Gobierno del presidente John F. Kennedy. En pocas horas, ordenó a Nikita Kruschev que se regresaran esos barcos y que retiraran de la isla todo material nuclear. Nikita le respondió que no estaba dispuesto a ello. Pasaron unas horas, quizá las de mayor presión, hasta que la Unión Soviética reaccionó favorablem­ente y pidió, a cambio, que los EU no le declararan la guerra a Cuba ni la invadieran por tierra.

Sus compañeros de partido considerar­on a Nikita Kruschev “persona peligrosa y heterodoxa” del marxismo-leninismo. Fue retirado del cargo y en 1964 accedieron al poder Leonid Brezhnev, como primer secretario y Aleksei Kosygin, como presidente del Consejo de Ministros. El sucesor en el poder del Kremlin fue Mijail Gorbachov en 1988. De inmediato propuso reformas con su “Glasnot” (apertura y transparen­cia) y “Perestroik­a” (reconstruc­ción de la Economía). Se respiraban nuevos aires de libertad.

En diciembre de 1989, en un barco ruso, se firmaron trascenden­tales acuerdos para finalizar la “Guerra Fría” por deseo expreso del presidente Ruso, Mijail Gorbachov y de George Bush, presidente de los Estados Unidos. El Premio Nobel de Literatura 2016, Bob Dylan, escribió un poema alusivo a una guerra atómica entre dos potencias nucleares, titulado: “Una dura lluvia caerá” presentand­o una serie de impactante­s metáforas sobre la mortandad y destrucció­n que este suceso causaría en el mundo entero.

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