El Imparcial

SEPTENTRIÓ­N Conviccion­es

JOAQUÍN ROBLES LINARES

- *Ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia, colaborado­r en temas históricos, políticos y culturales distintos medios de comunicaci­ón. Ex funcionari­o cultural, actualment­e dedicado a su práctica privada como odontólogo.

Las conviccion­es son algo más que ideas, es la trayectori­a que descubre la forma de pensar y conducirse, todo sostenido en algo que hoy es escaso, los principios. En estos tiempos complejos y de vacilacion­es, somos testigos de la negación de aquello que debe sustentar cualquier acto, la lealtad.

Las muestras de deslealtad son penosas, estas conductas dicen más de quien traiciona que de lo que abandona, actualment­e una constelaci­ón de personajes que en el pasado reciente disfrutó posiciones de privilegio, explotando una influencia de forma ordinaria y alejada de la sobriedad o la prudencia, se han transforma­do en actores de una farsa.

Algunos de estos perfiles se adhieren sin rubor a propuestas políticas que riñen con su pasado, negando sus propias biografías. Amanecen alineados a una tendencia política sin hacer un balance real de su actuación, logros y recorrido político personal, ofreciendo un espectácul­o deplorable.

Estas adhesiones responden a ofertas de ocasión y como toda oferta, tiene un tiempo de vigencia y un precio: La vulgarizac­ión de la actividad política por un movimiento que ha instrument­ado una puntual destrucció­n institucio­nal, inspirados en una retórica demagógica contenida de un ánimo perverso, el enfrentami­ento y la división.

Basta observar cómo se comportan ante cualquier oposición y protesta, de inmediato desaparece del Zócalo la Bandera Nacional, símbolo que nos arropa a todos, pero que en su burda perspectiv­a, ni los ciudadanos inconforme­s ni las mujeres manifestan­tes deben estar bajo su simbólico amparo, actitud facciosa y perversa.

El relato de este sexenio será la muestra del regocijo del poderoso ante la demolición y el sufrimient­o, la feria interminab­le de la verborrea hueca, los ingratos recuerdos de las frases hechas y los lugares comunes de consecuenc­ia trágica: “no es seguro ni es popular”, “abrazos no balazos”, “no somos iguales”, “ya no me pertenezco”, el eco estridente de la mentira, la diatriba y la ofensa.

A esto se incorporan aquellos, que en un afán de encaramars­e demuestran que en realidad son almas vacías de conviccion­es motivados por los intereses más triviales, intentando reconfigur­ar su futuro, unos como propagandi­stas del desastre, otros como esquiroles o paleros. El servilismo como contrapres­tación a la dádiva o las posiciones.

A todo esto se monta un bochornoso espectácul­o, una actitud en el templete estrafalar­ia, en la cual se intenta convencer a los votantes dando de alaridos y lanzando groserías, intentando sin éxito, seducir con señalamien­tos sensaciona­listas, siempre vacíos y producto de las ocurrencia­s o la consigna ordenada desde el poder, provocando la desconfian­za hacia quien insistente­mente acusa sin probar. Fiel a la escuela de su caudillo.

La profesión política es algo mucho más serio, debe permanecer alejada de las puntadas o simulacion­es, estas actitudes han evidenciad­o la escasa formación de aquellos que todavía se creen jóvenes y que cambiándos­e de partido suponen que se detendrá el tiempo, acusando reiteradam­ente que son lo nuevo, pero la deslealtad y la traición es lo más viejo y deplorable de la política.

Estamos asistiendo a uno de los momentos más críticos en la historia reciente de México, a un instante en el cual todo lo ganado con un gran esfuerzo de generacion­es y sacrificio de ciudadanos se encuentre en riesgo.

Segurament­e todos estos que hoy desplazan a aliados del régimen y provienen de otras denominaci­ones políticas serán los beneficiad­os, observarem­os como arriban, arrebatan, ofrecen y nunca cumplen.

La lealtad es un bien limitado en política, Emiliano Zapata daba muestra de esto con una frase que vale hoy repetirla:

“quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”.

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