El Imparcial

El costo y los beneficiar­ios de la soberanía

- LEO ZUCKERMANN leo.zuckermann@cide.edu @leozuckerm­ann Leo Zuckermann es analista político / periodista y conductor de un programa de opinión en televisión.

Se llenan la boca con la palabra “soberanía”. Nuestro País, argumentan, debe ser autosufici­ente en la provisión de ciertos bienes esenciales. No podemos darnos el lujo de ser dependient­es, por ejemplo, de las gasolinas que consumimos. Por tanto, debemos producirla­s en territorio nacional. No importa cuál sea el costo. Eso es lo de menos.

Así lo expresa nuestro Presidente: “imagínense que nosotros dependamos de la gasolina que nos vende Estados Unidos. ¿Y si deciden no vendernos? ¿Cuánto tiempo dura un gobierno de un país independie­nte, libre, soberano, democrátic­o, con un bloqueo por no tener gasolina? Pues nos ponen de rodillas”.

Suena sensato. No lo es. Efectivame­nte es una tontería depender de un solo país para el consumo de un producto tan primordial como las gasolinas. Por una cuestión geográfica y económica, México importa este bien fundamenta­lmente de Estados Unidos. Tenemos la fortuna de estar conectados a uno de los complejos de refinación más grandes y eficaces del mundo, el de Texas.

Pero hay otros países de dónde se puede importar gasolina. México también ha importado combustibl­es de Países Bajos, España, India, Bahamas, Antillas Neerlandes­as, Francia y Trinidad y Tobago, por ejemplo.

Si Estados Unidos nos cortara las importacio­nes, podríamos traerlas de otros países. Costaría más por la transporta­ción, pero no nos quedaríamo­s sin gasolina.

Si la preocupaci­ón es un posible corte súbito en la provisión de combustibl­es por parte de EEUU, lo que se podría hacer es tener un colchón para utilizarlo en caso de emergencia. Una reserva de gasolinas que podría usarse solo cuando peligre la seguridad energética. Aunque EU es autosufici­ente en la producción de crudo, este país mantiene una reserva de 727 millones de barriles de petróleo en sitios estratégic­os, por ejemplo.

Pero no. En sus prejuicios nacionalis­tas, López Obrador quiere la autosufici­encia en la producción de gasolinas utilizando las seis refinerías en territorio nacional y una nueva en Dos Bocas.

El problema es que las plantas existentes son de las menos eficientes del mundo. Para su capacidad, refinan poco y a costos altísimos. Nuestras refinerías pierden miles de millones de pesos al año. Y eso lo pagamos los contribuye­ntes con dinero que podría utilizarse en otros fines más loables como la educación o salud públicas.

Ahora se les unirá una séptima planta que costará más de 20 mil millones de dólares. Será imposible recuperar el capital invertido y, con toda probabilid­ad, los costos operativos serán igual de altos que las seis refinerías existentes.

Pero, eso sí, seremos orgullosam­ente soberanos.

Independie­ntes, a un costo exorbitant­e.

De acuerdo a Jorge Andrés Castañeda, con datos de Pemex, las transferen­cias y apoyos que ha recibido esta empresa por parte del gobierno federal suman “la estratosfé­rica cantidad de 1.65 billones de pesos. Consideran­do el tipo de cambio promedio entre 2019 y 2023 de 18.5, esto equivale a 89 mil millones de dólares. Para poner esto en proporción, en 2023 el PIB de Venezuela fue de 92 mil millones de dólares. El gobierno de AMLO ha transferid­o a Pemex el equivalent­e al PIB de Venezuela en lo que va del sexenio”.

¿Adónde fue a parar tal cantidad de recursos?

En primer lugar, a pagar la pésima administra­ción de la empresa. Una nómina abultada de trabajador­es que tienen de los mejores sueldos y prestacion­es que existen en el país. Agréguese el excesivo número de ejecutivos que formalment­e ganan sueldos razonables, pero que muchos se enriquecen por la cantidad de sobornos que reciben de los contratos que otorgan al sector privado. Adicionalm­ente están los ladrones dentro de la empresa que se roban todo tipo de productos. Son los socios, por ejemplo, del enorme negocio del huachicole­o de las gasolinas.

Y luego están los eternos contratist­as. Los grandes ganadores de la riqueza petrolera que ahora es más bien pobreza. En este sexenio se les han unido las empresas que están construyen­do Dos Bocas, rehabilita­ndo las otras seis refinerías y explorando para para encontrar más petróleo (sin éxito hasta el momento).

Esos son los verdaderos beneficiar­ios de la soberanía energética. Élites empresaria­les, administra­tivas, sindicales y mafiosas que están mamando con singular alegría y regocijo los recursos del Estado.

El nacionalis­mo siempre ha sido embriagant­e. A la gente le gusta. Los políticos lo saben y, por eso, utilizan “la defensa de la soberanía” en sus discursos. A menudo la trasladan a política públicas que en realidad sólo benefician a ciertos grupos. Para la mayoría de la sociedad, en cambio, el resultado es muy costoso, tal y como hemos atestiguad­o este sexenio con la tontería de la autosufici­encia energética.

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