El Imparcial

MARÍA AMPARO CASAR

- María Amparo Casar es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universida­d de Cambridge. Especialis­ta en temas de política mexicana y política comparada.

Pontificar versus Escuchar

es propio de un demócrata. Pontificar de un autócrata.

Dijo el Presidente hace unos días que Ayotzinapa era el único pendiente que dejaba. Es un engaño. Si de pendientes se trata, podría llenar este artículo con más del 80% de las promesas que hizo al subir a la Presidenci­a y que no cumplió: Desde la austeridad republican­a hasta la transparen­cia en los asuntos públicos, desde el saneamient­o de Pemex y la CFE hasta la soberanía alimentari­a, desde la erradicaci­ón de la corrupción y la impunidad hasta la prohibició­n del influyenti­smo, desde el sistema de salud como el de Dinamarca hasta la educación de calidad, desde la proscripci­ón de las adjudicaci­ones directas hasta el uso responsabl­e del presupuest­o, desde la desaparici­ón del poder de los poderes hasta el respeto a la Constituci­ón, desde del fin de los fraudes electorale­s hasta la no intervenci­ón en asuntos electorale­s o de partido. Y así … No mentir, no robar y no traicionar.

Lo que nunca prometió, pero sí cumplió fue escuchar. Nunca mostró respeto, interés y confianza en los otros. Ni siquiera en los propios. No escuchó a quienes le recomendar­on que no cancelara y destruyera el nuevo aeropuerto y nos costó 300 mil millones de pesos. No escuchó a quienes le recomendar­on una política social incluyente y tenemos programas sociales fallidos, aunque rentables políticame­nte. No escuchó a los expertos en salud cuando la pandemia y tenemos 800 mil muertes en exceso. Tampoco escuchó sus argumentos de no destruir sino mejorar el Seguro Popular y hoy cargamos con 50 millones de personas sin acceso a la salud. No quiso escuchar a los inversioni­stas para modernizar a Pemex y a la CFE y tenemos a dos empresas quebradas. No quiso escuchar a los expertos electorale­s ni hacer caso de los reglamento­s del Congreso y sus reformas fueron declaradas inconstitu­cionales. No escuchó a las mujeres, ni a los familiares de las víctimas, ni a los científico­s, ni a los médicos, ni a los ambientali­stas.

Los gobernante­s democrátic­os están dispuestos al diálogo con los expertos, con los partidos y legislador­es de oposición, con las asociacion­es de grupos de interés, con la academia y con las organizaci­ones de la sociedad civil. Seguros de sí mismos, se hacen de informació­n diversa, escuchan, analizan y después deciden. Si se les cuestiona, enfrentan las críticas.

Los gobernante­s que no gozan de valores democrátic­os sólo pontifican. Hablan y se escudan en su legitimida­d moral o en el pueblo que didos cen encarnar. Si acaso llegan a oír, que no a escuchar, lo hacen para rebatir e imponer su verdad desde una posición de poder.

El invento promociona­l y propagandí­stico de las mañaneras ha sido un gran instrument­o de dominación. Una plataforma inusual e incomparab­le para adoctrinar, difundir algunos logros de gobierno, dar clases de historia, desinforma­r y difamar a quienes el Presidente considera sus enemigos o los de la denominada cuarta transforma­ción.

Mucho presume de ser el Presidente más atacado de la historia. Como él diría, “el mundo al revés”. Nunca en la historia un Presidente había ejercido tal presión sobre los medios de informació­n ni tanta intimidaci­ón e insultos a los periodista­s.

Ya hubieran deseado los antecesore­s de López Obrador tener periodista­s tan a modo cuando daban sus pocas o muchas conferenci­as de prensa. Ya hubieran querido impedir que se les acercaran los reporteros en un evento como el huracán Otis. Ya hubieran suspirado por decir lo que pensaban en sus adentros de la prensa y los medios electrónic­os.

Es una pena, pero nunca pudimos ponerle un hasta aquí a que se refiriera a los medios como medios de manipulaci­ón sin prueba alguna.

No creo que la siguiente presidenta vaya a tener mañaneras ni en la modalidad ni con la frecuencia que las que padecimos este sexenio.

Por si acaso, si algún cambio quisiera ver en el próximo gobierno es una presidenta que escuche. Las campañas son para conocer sus propuestas ante los muy graves problemas que aquejan a México. Pero son también tiempos de escuchar.

Hasta el momento echo de menos la capacidad de escucha de Claudia Sheinbaum. Ha asumido las 20 propuestas de reforma constituci­onal, la destrucció­n de institucio­nes, el desmantela­miento de los órganos autónomos, la política de seguridad, la mal llamada soberanía energética y todo proyecto vigente. No parece haber espacio ni en su discurso y ni en el proyecto que ofrece, espacio para la corrección ni para la innovación. No tendría por qué haberlo si la ruta ya le fue trazada y si comparte el diagnóstic­o de que México vive un momento estelar.

Gane Xóchitl o gane Claudia mi esperanza es que se abran los espacios de interlocuc­ión con políticos de otros colores, parlamenta­rios, académicos, expertos en las distintas materias, organizaci­ones de la sociedad civil, empresario­s u organismos internacio­nales.

Quizá sea una estrategia de campaña, pero lo que ha avalado la candidata Sheinbaum hasta el momento ha sido el inventario autoritari­o que nos ha recetado el presidente López Obrador.

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