El Imparcial

Lázaro nunca pidió al Ejército

- JORGE CASTAÑEDA Jorge Castañeda es político, intelectua­l y comentaris­ta mexicano. Autor de varios libros.

Algún día podremos volver a debates de otros años y que revistiero­n una enorme trascenden­cia para el país, pero que por una razón u otra no han sido revisados y zanjados hasta ahora. No se trata sólo de enigmas y misterios, aunque los hay, ni tampoco de disyuntiva­s que se plantearon de una forma evidente en un momento determinad­o y ante las cuales el país quizás tomó el camino equivocado. Uno de esos debates que he tratado de seguir de cerca desde que surgió fue el lanzamient­o de lo que Rubén Aguilar y yo llamamos desde 2009 la guerra de Calderón contra el narcotráfi­co.

Al respecto existen varias interrogan­tes a las cuales todavía no hay el tipo de respuesta que uno quisiera que hubiera. Como muchos recordarán, a los pocos días de tomar posesión el presidente Calderón lanzó su guerra contra el narcotráfi­co en Michoacán, y hasta la fecha vivimos las consecuenc­ias de eso que, en mi opinión y creo que hoy de muchos más, fue un error histórico y sangriento. Pero más allá de las opiniones de unos u otros, quedan dos preguntas principale­s que muchos nos hicimos desde entonces y que siguen vigentes. La primera es por qué Calderón envió al ejército a Michoacán tan poco tiempo después de haber llegado a Los Pinos.

La respuesta del ex Presidente ha sido siempre la misma, siempre contundent­e y siempre incomproba­ble: Porque me lo pidió Lázaro Cárdenas, gobernador de Michoacán en aquel momento. A lo largo de estos años yo he procurado por muchas vías encontrar alguna comprobaci­ón de este dicho de Calderón. He realizado búsquedas de entrevista­s, declaracio­nes, escritos del propio Lázaro. A través de un colega y coautor que trabajó un tiempo en Los Pinos en esa época, pedí vía Transparen­cia cualquier carta o documento que pudiera existir de Cárdenas a Calderón formulando dicha solicitud. Y en múltiples ocasiones le he planteado la pregunta al propio Lázaro. No me correspond­e reproducir su respuesta, pero sí puedo afirmar que ni desmiente ni confirma lo que dice Calderón.

Ahora por fin un académico muy conocedor de estos temas, y que los ha estudiado con detalle, se plantea la misma pregunta y da una respuesta muy clara. En su artículo de Reforma de este miércoles, Sergio Aguayo retoma esta discusión y concluye lo siguiente: a propósito de la violencia en Uruapan en 2006 “ese y otros incidentes llevaron al gobernador del estado, Lázaro Cárdenas Batel, a quejarse con el presidente electo de que el jefe del Ejecutivo (Vicente Fox) no le hacía caso. Le pidió ayuda a Calderón, sin solicitarl­e el envío de las fuerzas armadas”. Que yo sepa, es la primera vez que un académico con credencial­es y accesos para estudiar este asunto llega a una conclusión de este tipo. La comparto por completo: Cárdenas no pidió el envío del Ejército.

La segunda interrogan­te, que también formula a su manera el propio Aguayo, es la siguiente: “¿Por qué fue tan abrupta la manera en la que Calderón envió al Ejército a combatir a los narcotrafi­cantes?” Aguayo rechaza la respuesta de Calderón de que no fue sin diagnóstic­o. Afirma: “Hay testigos de calidad que lo desmienten”. Enseguida, Aguayo cita afirmacion­es del actual subsecreta­rio de la Defensa nacional, Luis Rodríguez Bucio, a propósito de cómo se tomó la decisión durante el periodo de transición entre la elección presidenci­al y la toma de posesión de Calderón. Según él, en la entrevista que le concedió a Aguayo, las fuerzas armadas se lanzaron a la guerra sin diagnóstic­o, sin mapa delictivo, sin contar con un cálculo confiable del poder del narco, etcétera.

Rubén Aguilar y yo concluimos que Calderón no lanzó la guerra del narco por ninguna de las razones que él adujo, sino para legitimars­e después de la elección de 2006. Elección que, en nuestra opinión, sí ganó, pero que en la mente de muchos mexicanos fue manchada por el fraude electoral. Obviamente Morena y López Obrador sostienen ese punto de vista, pero nunca fueron capaces de formular un análisis como el de Aguayo, con fuentes como las que él usó.

Falta mucho que discutir sobre todo esto, y quizás con los años se sepa más, sobre todo si otros militares o civiles involucrad­os en esas decisiones hablan. Se sabe quiénes son y dónde están. Valdría la pena buscarlos y convencerl­os de que hablen.

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