El Imparcial

Fue Aburto quien le disparó y lo mató: Testigo

Agustín Pérez Rivero recuerda lo ocurrido a Luis Donaldo Colosio

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TIJUANA, BAJA CALIFORNIA.“Mire, Luis Donaldo vino a quedarse aquí para siempre. No era la primera vez que venía a Lomas Taurinas, yo lo había traído dos veces antes”, afirma don Agustín Pérez Rivero, testigo directo del magnicidio y quien a sus 92 años recuerda lo ocurrido hace tres décadas en esta ciudad perdida que él mismo fundó hace medio siglo y en donde vive prácticame­nte a unos metros del escenario del crimen.

La Plaza de la Unidad y la Esperanza que se erigió, lo mismo que el monumento de cuerpo completo, con la mano derecha en alto, saludando, fundida en bronce en memoria del sonorense, está rodeada por escasos testigos de aquel 23 de marzo de 1994.

Detrás del sitio, hay una barda con propaganda tricolor donde el nombre Colosio permanece desde hace 30 años deslavado, pero como recordator­io de aquella violenta fecha que se vivió en el estado y la historia.

Situada a pocos kilómetros de la frontera con Estados Unidos en la Mesa de Otay, sumida en una cañada, Lomas Taurinas está formada por miles de casas encaramada­s tercamente en una accidentad­a barranca, con fama de insegura, de venta de drogas, con calles a medio pavimentar y niños que juegan en la plaza construida en honor a Luis Donaldo Colosio, donde casi a diario se instala un tianguis frente al epicentro del último magnicidio en un siglo en México, mientras jóvenes miran a los lejos desconfiad­os.

Lomas Taurinas, el nombre de la colonia más tristement­e célebre de México, fue fundada por don Agustín Pérez Rivero hace 50 años en terrenos inmersos en una cañada donde la pobreza en esa favela fronteriza sigue dominando la escena.

“Eran propiedad de un tendero español. Por eso la bauticé con ese nombre que alude a la fiesta brava y al origen del entonces propietari­o de los lotes”, refiere.

“Todo mundo viene a ver a Luis Donaldo aquí, porque aquí está, por su empeño de venir a Lomas Taurinas. Aquí se quedó, aquí está su monumento, la plaza, la biblioteca, el centro social, todo con su nombre”, comenta en entrevista Pérez Rivero, uno de los cuatro dirigentes que aquel 23 de marzo estuvo en el templete de Lomas Taurinas acompañand­o al candidato del PRI a la Presidenci­a.

“Yo traje a Colosio a Lomas Taurinas tres veces, la tercera fue cuando murió, cuando lo mató Aburto. Él murió aquí, porque aquí ya conocía… a eso vino él, vino a morir aquí”, dice con evidente tristeza, mientras señala el sitio exacto donde fue asesinado y cayó el cuerpo del candidato, atrás de donde ahora se encuentra la escultura de bronce del sonorense y a tres metros de la vivienda de Pérez Rivero.

“Él nunca pensó que fuera a morir, fue Aburto quien le cortó la vida, quien, según él, sólo quería jugar, espantarlo, pero le disparó un balazo y lo mató”, lamenta mientras camina a paso lento rumbo al sitio exacto en esa cañada rodeada ahora de casas de cemento y tabique, pero que sigue siendo habitada por familias que emigraron hace décadas y que, pese al sueño del sonorense, no superaron la pobreza.

Al tiempo que espanta a unos perros que lo rodean, don Agustín recuerda cómo terminó el fatídico mitin la tarde noche del 23 de marzo de 1994.

“Él venía por aquí, rodeado de mucha gente y yo venía adelante. Llegó Aburto y lo primero que hizo fue, sin decir nada, yo a Aburto ni lo conocía, tirarle un balazo para asustarlo y lo mató”.

Yo, como casi todos, no escuché el balazo por el alto volumen de la canción. Todo ocurrió a mis espaldas, todos empezaron a correr y a los minutos se escucharon las sirenas de una ambulancia. Ya por radio escuché que le habían pegado en la cabeza y que era grave”.

Él nunca pensó que fuera a morir, fue Aburto quien le cortó la vida, quien, según él, sólo quería jugar, espantarlo, pero le disparó un balazo y lo mató”.

Agustín Pérez Rivero, testigo directo del magnicidio.

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l Luis Donaldo Colosio Murrieta en Lomas Taurinas, momentos antes del atentado que sufrió que le costó la vida.

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