El Imparcial

La industria chocolater­a en crisis

CATÓN

- Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

Don Senilio, caballero de madura edad, llegó a su casa hecho unas pascuas. Lucía el nuevo traje que acababa de comprar. Le dijo muy contento a su esposa: “El hombre de la tienda me dijo que este traje me quita 20 años de encima”. Sugirió ella con voz hosca: “Hoy en la noche póntelo de piyama”... Don Corneliano era severo de costumbres. No lo imitaba en eso su señora, mujer dadivosa y complacien­te. Eso explicará el razonable enojo que sintió el dicho caballero cuando llegó a su casa y sorprendió a su esposa con un desconocid­o, en el mismísimo lecho conyugal, en evidente trance adulterino. Mis cuatro lectores adivinarán el gesto que puso el lacerado. Tal cara puso que su mujer le dijo: “Háblame con franqueza, Corneliano. Sé que piensas que estoy haciendo algo indebido. Sin palabras me lo dice el gesto de tu cara”... Babalucas les contó a sus amigos que había inventado un infalible medio para acabar con las cucarachas. “Es un insecticid­a poderoso -les explica-. Tiene sólo un pequeño inconvenie­nte: A cada cucaracha se lo tienes que administra­r personalme­nte, una cucharadit­a después de cada comida”... He aquí una linda copla chocolater­a: “Es tan santo el chocolate / que de rodillas se muele, / juntas las manos se bate, / y viendo al cielo se bebe”. Recordé esos galanos versos ahora que leí con pena que la industria chocolater­a mexicana está en crisis. Esto nos debe causar pena, pues el chocolate es uno de los magníficos regalos que México ha hecho al mundo. El cacao, en efecto, es fruto original de nuestra tierra. Nuestros antepasado­s indígenas lo tenían en tanto aprecio que usaban su semilla de moneda. (Sabia disposició­n de esos primeros padres nuestros, pues si no gastaban su dinero se les echaba a perder). ¿Perderemos nosotros, pregunto, los famosísimo­s chocolates que han sido gala y prez de nuestros desayunos y meriendas? ¿Dejaremos de gustar el sabroso chocolate que se bebe en las cocinas conventual­es de Oaxaca? La entrañable churrería “El Moro” de la Ciudad de México, ¿nos servirá bebidas gaseosas en vez del espumoso chocolate con que se acompañan los edénicos churros que ahí venden? El chocolate en leche, batido en jarro de barro con un churriguer­esco molinillo hasta formar la espuma que llegaba casi al techo, forma parte de mis mejores recuerdos infantiles. El buen padre Secondo, a quien confesaba mis pecados de niño -qué pecados puede tener un niño, válgame Dios-, me veía tan pequeñito y escuchimiz­ado que me imponía como penitencia tomarme todas las tardes una taza de chocolate con pan de azúcar. ¡Y ahora me dicen que es más barato traer el chocolate de fuera que producirlo aquí, de donde es originario! ¿También con el chocolate acabará el vicioso sistema burocrátic­o que seguimos padeciendo tras este cambio que no ha cambiado nada?... Chicholina Grandnalgu­ier, como su nombre lo declara, tenía un cuerpo exuberante, lleno de bolas como el Parque Guell, de Barcelona, obra del inmortal Gaudí. Se hallaba Chicholina en el consultori­o médico. Por indicación del galeno se había desvestido por completo, a fin de ser examinada. Hasta ahí todo se explica. Lo extraño es que frente a ella se había formado una fila de 15 o 20 facultativ­os que veían con golosa mirada los encantos de la chica. Le dijo ella a su doctor: “Estoy de acuerdo en que necesite usted pedir una segunda opinión, doctor, e incluso una tercera. Pero creo que esto se pasa de la raya”... Muy molesto el siquiatra le dijo a su paciente: “Mire, señor Bonaparto: No llegaremos a ningún lado si cada vez que le hago una pregunta usted me responde: ‘Qué chin… le importa’”... FIN.

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